La cultura al final del túnel
Justo cuando el recuerdo de la anterior crisis económica, la Gran Recesión, comenzaba a difuminarse; justo cuando consolidábamos un periodo de bonanza del que ya empezábamos a participar todos, justo ahora que parecía que no había túneles en el camino, nos topamos de bruces con un túnel repentino, inesperado y muy oscuro.
La crisis sanitaria generada por la pandemia de Covid-19 y que amenaza seriamente a toda la sociedad, nos ha recortado nuestros horizontes de expectativas brutalmente. Todos los sectores y todas las capas de la sociedad se han visto muy seriamente afectadas. Una realidad sobrevenida que, una vez superada la crisis sanitaria, a nadie oculta que comportará un choque económico y social de dimensiones y consecuencias todavía hoy imprevisibles. Por supuesto, también para el mundo de la cultura.
La paralización de la actividad económica, el confinamiento de los ciudadanos, el cierre de equipamientos y programas culturales, la hibernación de la actividad social… todas ellas son circunstancias que han sumido al mundo de la cultura en un shock que se aventura traumático. Pese a ello, la primera reacción de las gentes de la cultura, como no podía ser de otra manera ha sido la humana, colocándose en el papel que toda la sociedad demandaba: cerrar y cesar su actividad para ayudar a parar la epidemia y así generar el menor dolor posible. La segunda reacción ha sido la de contribuir desde la mejor actitud cívica a aliviar los confinamientos y las cuarentenas de la población mediante la puesta a disposición de sus recursos ya sea consultables on line o en directo vía múltiples plataformas digitales.
Sin embargo, una vez encajado el golpe de la epidemia vírica y del confinamiento social, se han aligerado sus efectos psicológicos mediante la catarsis social que suponen los memes en las redes sociales y los variados happenings en los patios y balcones. Sin embargo, aún quedan semanas difíciles, hasta vencer la epidemia y, sobre todo, la posterior asimilación de una crisis económica y social que en las próximas semanas irá adoptando forma y realidad. Una crisis que al mundo de la cultura golpeará de lleno. En este sentido, es previsible que esta crisis pueda significar a corto y medio plazo:
a) Una fuerte caída de la inversión pública en cultura como consecuencia de la previsible caída de ingresos fiscales y los consiguientes ajustes presupuestarios como consecuencia de la necesaria orientación del gasto para contener otro tipo de emergencias sociales y económicas.
b) Una nueva caída del gasto en cultura por parte de los ciudadanos y de los hogares (gasto privado) tras varios años de una lenta y progresiva recuperación de este desde los valores más bajos de la crisis anterior.
c) Una aceleración de los cambios ya en marcha en la producción y el consumo de bienes y servicios culturales, una tendencia en la que ya estábamos inmersos en los últimos años y en la que la consolidación del paradigma digital es su principal motor.
d) Y, aunque sea arriesgado el pronóstico, también es posible que se agudicen las existentes o surjan nuevas tensiones en la gobernanza y gestión de la cultura como consecuencia de una mayor exigencia de la sociedad en materias como participación, transparencia, corresponsabilidad, etc…
A todas estas proyecciones habría que añadir una que es mucho más incierta de prever y que tiene que ver con la restitución de la confianza por parte del ciudadano en los espacios sociales compartidos. No hay que olvidar que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus nos ha revelado a todos el potencial de contagio que tiene nuestra actividad social, una idea que ha reforzado el confinamiento forzoso y que mina uno de los principios sobre el que se asienta el hecho cultural: la cultura se comparte en proximidad.
Aunque el Gobierno está empezando a reaccionar mediante el plan de choque para atajar la crisis económica derivada del impacto de luchar contra el Covid-19, en los próximos días se irán concretando más medidas específicas para los sectores económicos y sociales.
Por eso, sería conveniente no olvidar la realidad de la cultura, de la que aquí nos hemos hecho eco de algunos aspectos, y planificar medidas específicas que vayan encaminadas a sostener la inversión pública en cultura, cuando no a aumentarla. También sería conveniente atender a incentivar y fortalecer el tejido y las estructuras culturales del ámbito digital. Una crisis como la actual pone de relieve la importancia de esta industria en la generación y compartición de contenidos culturales de esa índole. Y proveer de las suficientes ayudas y recursos para el acompañamiento económicos de empresas, trabajadores y autónomos de este sector con el objetivo de sostener el capital humano.
Decía antes que el mundo de la cultura, sus gentes y sus estructuras, han sintonizado desde el primer momento y como no podía ser de otra manera con la sociedad de la que forman parte en la emergente crisis, tanto sanitaria como económica. Por ello, en el momento en el que empezamos a poner los cimientos de la que va a ser la reconstrucción, de la recuperación, sería un error imperdonable dejar atrás este sector que tanto aporta. Y no sólo económicamente, sino también socialmente. Baste recordar que, inesperadamente, la cultura puede convertirse en parte de la solución: tras el confinamiento, la desconfianza social y las heridas de la epidemia, la cultura puede contribuir a restablecer y fortalecer el vínculo social que tanto necesitaremos cuando al final del túnel veamos la luz.
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