Las navidades más importantes de nuestra vida
Tengo la sensación de que, en este año quizás más aún que en otros, la gente se está volcando en disfrutar las navidades casi con ansiedad, como si tuvieran una obligación imperiosa de divertirse. Ocurre cuando el ambiente de la actualidad produce rayos a la menor fricción. Es este un tiempo de balances, de repasar las diferencias entre los años transcurridos y da la sensación, también, de que se habla más de lo habitual de nostalgias, cuando cada minuto vivido vale por sí mismo y no hay otro anterior o posterior que lo sustituya.
La niñez de los más viejos está impregnada de frío por encima de todo, sin otros medios económicos para paliarlo que un brasero o una estufa de carbón. Ahora parece sobrar todo menos la saturación. La principal diferencia es que, entonces, la navidad sí era una verdadera fiesta de lo extraordinario, al menos para el común de los mortales.
Mis navidades son este año más atípicas que otras veces y precisamente por eso siento -quizás por primera vez en mucho tiempo- que esta celebración es un buen invento. Dejemos que otros se enfrasquen de tópicos, un día quizás -con suerte, con mucha suerte- sabrán valorar los afectos sinceros que se despliegan estos días, lo hermoso de los encuentros o de sentirlos fuera de todo espacio medido. A lo largo de mi vida he celebrado ese largo tránsito del cambio de año de muy distintas formas; algunas veces, varios días después. En realidad, da igual, el calendario es un convencionalismo.
Esta vez no estoy ni en el primer lugar, ni en el segundo que desearía, porque el hogar, el amor, la tierra y el aire, son las personas que más quieres: todo lo demás es accesorio. Los sabores de la felicidad que permanecen no suelen venir asociados a comidas o bebidas por muy exquisitas que sean. Habrá quien no disponga de otra cosa, bienvenida sea esa pues para ellos, aunque la experiencia mejora si se permite a la sensibilidad ahondar en mayores percepciones.
Si desear “la paz en el mundo” ha sido siempre un deseo recurrente entre los proyectos del año, casi vacío como lugar común, hoy se cierne inabarcable para nosotros y lo peor es que no parece compartido por un número suficiente de personas. Porque, si así fuera, lograría detener al menos los genocidios flagrantes como el que inflige Israel a los palestinos. Ojalá la justicia poética, en ausencia efectiva de la que marca el derecho, vierta sobre los asesinos la sangre inocente de sus víctimas. La bondad tiene excepciones y una es esta, mejor dar respuesta que el acatamiento.
Entre la indignación por los daños evitables y la pérdida, pesa en muchos casos hondamente esta última. El año 2024 ha golpeado fuerte a nuestro país de nuevo. Esta vez ha sido la Comunidad Valenciana el foco principal de la desgracia. No es fácil salir de la angustia del quebranto. Pero, incluso así, se necesita un respiro hondo, de alivio, y no hay que perderse ni uno en la vida. Brindar por lo que fue y por lo que vendrá.
No todo funciona bien, ni mucho menos, pero errar el foco de las causas ocasiona muchas disfunciones. El dinero de la macroeconomía, aunque aporte cifras muy positivas, no llega a todos los bolsillos por igual por su error en origen. Y es que no se distribuye equitativamente cuando se prima a unos sobre otros, con verdadera desmesura en las políticas dedicadas precisamente a eso. Son muchos los problemas a resolver aquí y en el ancho mundo que nos afecta. Ustedes lo saben, otros no; ese es el gran obstáculo.
Démonos, sin embargo, un paréntesis de unos días. Activo. Porque la cabeza y el corazón no dejan de funcionar... si se tienen. Los cuentos de navidad de antaño castigaban el mal. Si recuerdan el de Dickens, nos sitúa ante un avaro que recibe exactamente el trato que merece: “Jamás le paraba nadie en la calle para decirle con alegre semblante: «Mi querido Scrooge, ¿Cómo está usted? ¿Cuándo vendrá a visitarme?» Ningún mendigo le pedía limosna; ningún niño le preguntaba la hora; ningún hombre o mujer le había preguntado por una dirección ni una sola vez en su vida”. El final no se lo cuento, acaba peor: como debe. Las enseñanzas morales apenas se perciben a tiempo. Y, aquí y ahora, se aplaude precisamente a muchos seres dañinos. Brindemos, pues, siquiera por la justicia poética.
Imaginen que, por una vez, los magos de oriente o de occidente hacen magia de verdad y abren caminos para que los humanos de hoy resuelvan sus problemas. Sí, soltemos la imaginación al menos. Quizás bastase con que quienes mienten desde los altavoces de la política y los medios se volvieran verdes en cada atropello. Pregunten a los niños, les gustará la idea. Hasta podrían ayudar a que resultara. En realidad, sí cambian de color cuando mienten y las personas decentes lo ven. Aflora su alma de horrendo sapo con ojos saltones. Ojalá fueran muchos más quienes los percibieran tal cual son, para jubilarlos de la escena. Todo cambiaría tanto.
La obligación de llamar navidad a las vacaciones de navidad -desencadenada en España o en los nuevos Estados Unidos de Trump/Musk- la promueven los más hipócritas del planeta. Los que infringen y violan cada vez que respiran los mandamientos que dicen respetar: los religiosos y los humanos.
Literlandweb1, el sugerente portal de literatura, traía este lunes un poema de Amalia Bautista (Madrid 1962) titulado “El pesaje del corazón”, que se inicia con estas frases demoledoras que desde luego no resisten la política del daño vigente hoy entre loas, en el que quiero ver otra invocación a la justicia poética, a falta de la que parecen eludir los tribunales:
“Que nadie por tu culpa haya pasado hambre, haya sentido miedo o frío. Que nadie haya dejado de vivir por tu culpa, ni temido la muerte, ni deseado morir. Que ninguno haya dicho tu nombre con espanto o mirado tu rostro con desprecio”.
Entiendo las ausencias irreparables, las que ya no cuentan con el horizonte de unas uvas o un brindis aunque sea a finales de enero. En estos casos hay que sentir la suerte que tuvimos de conocerlos.
Decía Manuel Vicent en un memorable artículo de 2009, muy oportuno para leer en el inicio de un nuevo año, que “El tiempo no existe. El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada”. Y resulta que, con el tiempo, descubres cuánto sigue pasando hasta el último día de muchísimos años en los que reír, llorar, volver a reír y dar las gracias. No olviden eso, dar las gracias, es liberador y con efecto boomerang. Aprovecho, por cierto, para brindar por quienes esta misma noche están cuidando de todos nosotros, como lo harán mañana y todos los días. Los que, en alguna de esas tareas, están muy lejos de casa.
Por todo eso, estas son las navidades más importantes de nuestra vida. Porque todo está por escribir -aunque tengamos bastante práctica en saber hacerlo- y eso es por principio una oportunidad abierta al futuro. En estos días se echa la vista atrás, es una evidencia. Y fueron tantas cosas las que no sucedieron como se esperaba o las que surgieron por sorpresa de todos los colores. Algo y no poco puede hacer cada uno por dirigir sus pasos. Simplemente.
Y vuelvo a brindar -suelo hacerlo- con una copa de razón, coraje y dignidad, de empatía y solidaridad, a partes iguales para que esta sociedad encuentre el rumbo.
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