Un pacto impulsivo
Toda la actividad humana está motivada por el deseo o el impulso
Importa infinitamente el qué, pero su realidad se circunscribe al cómo. Hay muchos deseos en el pacto de gobierno entre el Psoe y Sumar y casi ningún camino expreso para llevarlos a cabo. Lo cierto es que la lectura del documento resulta lo suficientemente ambigua para poder ser suscrita por casi todos y la suficientemente poca concreción como para evitar vetos y fracasos del resto de acuerdos, necesarios para revalidar el gobierno progresista. Como novelista me encanta el relato, como periodista no puedo sino analizar la realidad de lo contenido en él.
Existe un concepto jurídico, aplicable a los tipos penales, que habla de los “verbos rectores”, es decir, aquellos que se aplican a la acción que se convierte así en delictiva. Los verbos rectores son imprescindibles para interpretar el contenido de un artículo en una ley. Por analogía me ha dado por estudiar los verbos rectores que predominan en el acuerdo suscrito y presentado por Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. El resultado, en verdad, me satisface como ser deseante de una mayor justicia social, pero me deja fría en cuanto analista racional. El pacto presentado es un gran nido de impulsos; ese es de hecho el verbo que más se repite: “impulsaremos”. Seamos sinceros, impulsar no compromete a ningún resultado. Impulsar supone dar un empuje para poner algo en movimiento pero ni asegura que el movimiento se produzca ni asegura la dirección. Un futuro gobierno que impulsa es, por definición, un gobierno impulsivo, y lo digo sin tener en cuenta la segunda acepción del término, que se refiere a proceder sin reflexión; no, en serio, lo digo por la primera, porque impulsivo es el que impulsa y eso es, mayoritariamente, lo que han pactado.
Impulsar no obliga a implementar. Uno puede impulsar y que la piedra no se mueva. Uno puede impulsar y toparse con un socio necesario para las votaciones que te plante cara. Es posible impulsar, promover, apostar, apoyar, fomentar, trabajar, defender, facilitar y que luego te digan los nacionalistas o tus propios coaligados que de eso nada monada y no habrías faltado a tu palabra. Esos son algunos de los verbos rectores del acuerdo de gobierno presentado entre almíbares. Algo que garantiza una legislatura de lucha cuerpo a cuerpo, artículo a artículo, decreto a decreto, ley a ley. Que no está mal si no fuera porque los actores llamados a sostener el gobierno que surja de esa investidura tienen sus propias agendas, sus propias ambiciones, sus propios comicios y, por qué no decirlo, sus ideologías y proyectos conservadores antagónicos con los recogidos en el acuerdo.
Dejo lo de la reducción de la jornada laboral y lo de los trenes por amortizado. Como señuelos no estaban mal aunque, evidentemente, obvian los problemas más difíciles. Hemos llegado a un punto, que no me gusta, en el que la realidad se pretende forjar en el BOE y esta se separa cada vez más del texto de unas leyes que resulta casi imposible hacer cumplir. Ahora bien, las críticas que se pueden hacer a ambas medidas están en la mente de todos. Respecto a la reducción de jornada, me hubiera gustado un acuerdo que se comprometiera a asegurar el cumplimiento real de la jornada de 40 horas actual. Créanme, infinidad de trabajadores de todo estatus lo verían con buenos ojos. El problema que la mayoría encuentra es que las 40 horas del papel se convierten en muchas más que no están remuneradas. ¡Por dios, que acaban de sancionar con una birria a las Big Four por la explotación casi medieval de sus ingenieros y licenciados! O recuerden al dueño de bar que hablaba de media jornada de la de toda la vida, doce horas, la mitad del día, media jornada. ¿De qué servirá a los trabajadores una rebaja sobre el papel si esta se sigue incumpliendo sistemáticamente sin que haya ni inspecciones ni multas suficientes ni forma de asegurarla? Eso sería un reto difícil y muy interesante. Un reto que supone gestionar y no sólo legislar en una inflacionaria carrera por poner sobre el papel cosas que son papel mojado. Algo que degrada el concepto de ley y que desfonda al ciudadano que cree en ellas.
Vamos con lo de la reducción de emisiones mediante la copia de la medida de Macron de anular los vuelos que puedan ser sustituidos por recorridos ferroviarios de menos de dos horas y media de duración. ¡Pues no le cayó bonita a Macron por esto! Ni que decir tiene que Melenchon y la izquierda francesa le acusó no sólo de quedarse corto sino de legislar contra los ciudadanos y proteger los privilegios de los poderosos. Por ese motivo La France Insoumise presentó su propia propuesta de ley que prohibía los vuelos privados que no fueran afectos a la seguridad nacional o la sanidad y ayuda humanitaria. Y es que la ley de Macron respeta el montante contaminante de hombres como Bolloré o Arnault, que han llegado a realizar ocho trayectos diarios entre diferentes ciudades francesas. Para eso crearon una cuenta de Twitter que seguía sus despegues, una, por cierto, similar a la que publicita los despegues de Falcon. ¿De verdad es tan progresista impedir a un ciudadano elegir si va en tren o en avión a Valencia –dependiendo de precios y horarios– y dejar que los empresarios y ricos españoles y extranjeros sigan surcando a tutiplén nuestros cielos? De hecho es contradictorio con el punto del acuerdo que asegura un reparto justo de la transición ecológica. Pues eso. Y encima Yolanda se hizo un lío cuando lo explicó en voz alta.
Eso sí, hay una parte del pacto que me agrada mucho. Es también impulsora, pero contiene el verbo profundizar: es la relativa a las políticas feministas. No me cabe duda de que van a ser diferentes a las impuestas por Montero. De hecho, ni la palabra trans ni la palabra queer aparecen en todo el documento. Un signo de sumar en una sigla es toda la referencia a ese colectivo omnipresente hasta ahora. No me extraña, conociendo la postura de los nuevos actores, y me congratulo de ello. La tradicional agenda feminista tiene un claro reflejo en el pacto. Volvemos a donde debíamos. Lucha contra la trata mediante una ley integral –aquí sí se comprometen a legislar–, mejoras contra el acoso sexual, el acoso laboral, la violencia vicaria, la paridad efectiva, las familias monoparentales casi todas femeninas, la mejora de los métodos policiales contra las violaciones y la sumisión química y el blindaje de los derechos reproductivos, incluidos los de las lesbianas. Pura agenda feminista, insisto. ¿Ven cómo es imposible que Podemos continúe al frente del Ministerio de Igualdad? De ahí también que Sánchez hiciera las paces con las asociaciones de feministas tradicionales y socialistas que llevan toda la vida en la brega y a las que habían mandado a esparragar.
No sólo importa el qué sino el cómo y hay muchos cómo bailando en el pacto. Incluida la frase dirigida a la renovación de una institución tan importante como el CGPJ. Como el fin no justifica los medios –al menos en la moral política imperante hasta ahora, si no se ha decretado el maquiavelismo en mi ausencia– cada una de ellas merecerá un análisis aparte cuando vaya a cobrar forma. Lo haremos los analistas, los juristas y los ciudadanos y, sobre todo, lo hará la pléyade de partidos cuyo voto es necesario para sacarlas adelante. Si hay investidura la lucha será artículo a artículo, no lo duden. De ahí que con impulsar quede el expediente cubierto.
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