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CRÓNICA

La España oficial premia a Felipe VI con la misma pasión que dedicaba a Juan Carlos

Felipe VI, junto a Leonor y la reina Letizia en los actos del décimo aniversario en el Palacio Real.

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Pocas cosas revelan tanta diferencia entre la España oficial y la España real como la monarquía. El sistema político no tiene dudas. 293 diputados pertenecen a partidos que la apoyan. 57 forman parte de partidos críticos o que se identifican como republicanos. Ese desequilibrio se repite también en los medios de comunicación. Las televisiones no dejan de ofrecer imágenes del rey ocupándose de sus asuntos, nada espectaculares, pero es lo que marca la Constitución.

En estos días en que se cumple el décimo aniversario de la ascensión de Felipe VI al trono –una pieza de mobiliario relacionado históricamente con la monarquía, pero que ha caído en desuso–, se ha podido leer que el rey “dispone de un abrumador afecto popular”. Eso es discutible o casi falso si nos atenemos a la encuesta publicada hace unos días en El Mundo. Lo que ocurre es que, aunque el establishment insiste en que el debate sobre monarquía y república está cerrado, la gente no puede evitar tener su propia opinión al respecto, lo que es bastante normal en una democracia.

El veredicto oficial es concluyente. Felipe VI ha conseguido mejorar la reputación de la institución que había quedado seriamente dañada por la conducta de Juan Carlos I. Curiosamente, algunos de los que defienden esta interpretación nunca osaron afirmar en público que el anterior rey fuera un desastre. De hecho, también sostenían que el pueblo apoyaba con pasión al padre del actual monarca.

La abdicación fue una solución de emergencia para salvar a la monarquía, o al menos eso se pensaba entonces, porque después se supo que Juan Carlos se lo había pensado durante mucho tiempo, porque se resistía a aceptar que los españoles rechazaban su conducta, puesta en evidencia por su accidentado viaje a Botsuana con Corinna Larsen y la foto del elefante. La adulación y su personalidad le habían aislado de la realidad. El sistema político ya no estaba en condiciones de ocultar sus desmanes personales, incluidos los delitos fiscales.

El sondeo de Sigma 2 para El Mundo indica que no toda la población cree que el rey haya conseguido borrar esa mancha por completo en esta década. A la pregunta de si cree que “la institución está ahora en una situación mejor que en 2014”, y no podía estar peor entonces, un 47,9% dice que está mucho o bastante mejor. Los que piensan que poco o nada son un 43,5%. La diferencia no es muy grande.

En las encuestas a veces se pregunta lo mismo dos veces a ver si con una formulación diferente sale una respuesta distinta. Pues ni por esas. Un 47,4% cree que Felipe VI ha conseguido “renovar la monarquía”. Un 45,1% opina lo contrario. La diferencia es inferior al margen de error del sondeo. Es como aprobar un examen con un cinco pelado.

Siempre cabe la opción de plantear la cuestión con ejemplos que hagan pensar que ciertas decisiones han sido correctas y además fructíferas. Se pregunta si medidas como la de retirar “la asignación económica” a su padre han servido para regenerar la imagen de la Corona. Sólo un 22,5% lo cree así, mientras que un 32,8% lo descarta. Un 39,1% valora esa decisión como positiva, pero la considera insuficiente, que es algo que no vas a leer en la mayoría de los medios de comunicación. Ese es probablemente el mayor elogio que se ha escuchado estos días entre los políticos que apoyan al rey.

El ejemplo es muy relevante. Más allá de todos los cambalaches jurídicos llevados a cabo para impedir que Juan Carlos fuera procesado –siempre dicen que con un respeto estricto al Estado de derecho, faltaría más–, su reputación quedó hundida en la miseria cuando Felipe le retiró los fondos oficiales anuales que le correspondían y renunció a las cantidades que podría llegar a recibir en caso de herencia por el dinero escondido en el extranjero.

Era un reconocimiento de que el monarca anterior contaba con una fortuna en el extranjero, que sólo se podía haber obtenido fuera de la ley, y que por tanto no necesitaba recibir más dinero procedente de los Presupuestos Generales del Estado.

Por mucho que lo intenten los políticos y medios de la derecha resaltando su papel en la Transición, la imagen de Juan Carlos es irrecuperable. Después de su primera visita a España en dos años, un 64% de los españoles desaprobaba su actuación, según una encuesta de Metroscopia de 2022. El dato le daba uno de los mejores consejos que pueda recibir Felipe VI: ya sólo no ser como su padre le favorecerá. No engañar a su mujer, no recibir 100 millones de dinero saudí y ocultarlos al fisco, no entregar 65 millones a su amante para que se los guarde... ese tipo de cosas.

Pero en fin, hay políticos en la derecha que, para exculparlo, dicen que todos cometemos errores.

Encuestas hechas por los medios suelen confirmar algo casi obvio. El debate sobre monarquía o república siempre va a estar presente en España, porque forma parte de la historia del país y porque la última república fue destruida por un golpe de Estado y una dictadura. Un sondeo de este diario de 2023 muestra que un 51% de la gente quiere un referéndum sobre la monarquía, frente al 43,2% que se opone.

Como con toda institución, los ciudadanos tienen derecho a opinar sobre el funcionamiento de la Casa Real y que se conozca. La monarquía no se presenta a las elecciones, así que sólo queda la opción de las encuestas. El CIS no la incluye en sus estudios desde 2015 y todo el mundo es consciente de que es por el temor a que los resultados no estén a la altura de los elogios interminables que la España oficial dedica al rey.

Todo sigue bajo un cierto nivel de misterio. Por un lado, la monarquía está limitada para intervenir en público y con ello mejorar su imagen. No puede posicionarse sobre temas políticos si quiere representar a todos los españoles, incluso a los que no quieren serlo. De otra manera, no puede ser un símbolo de unidad. En ese sentido, es un acierto que en los actos del aniversario del miércoles se entregaran condecoraciones a 19 ciudadanos en representación de la sociedad civil. Entre ellos, un veterinario, una restauradora, una ingeniera, un gaitero o la directora de una asociación que ayuda a las mujeres explotadas sexualmente. Una pequeña representación de la España real.

Sin embargo, el siglo XXI exige algo más en términos de transparencia. La política de comunicación pública continúa siendo arcaica, como lo demuestra la difusión de unas fotos del monarca este fin de semana. Eso es casi más incompetencia que secretismo.

“El Felipe VI más íntimo”, decía un periódico. Qué idea más rara de la intimidad. Sólo se le veía en el despacho de pie o sentado, a veces con una expresión de perplejidad que desde luego no reflejaba modernidad por ningún lado. La incapacidad de buscar un escenario diferente mostraba que no se habían preocupado mucho, que sólo era un trámite enojoso que había que quitarse de encima o que sencillamente no saben hacerlo mejor. Parece que en Zarzuela desconocen que Felipe siempre sale mejor en las fotos acompañado por la reina y sus hijas. Hasta sonríe.

“Es la imagen que el Rey siempre ha querido ofrecer, la del monarca preparado, educado para el papel y presente en la vida pública”, escribió El Independiente con la clase de servilismo que caracteriza a la prensa cortesana. La misma actitud que se regaló a Juan Carlos y que de alguna manera está en el origen de la impunidad con la que actuó. Hay gente que tiene la obsesión de repetir los errores del pasado.

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