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Por qué Greenpeace debería ser un país

Un pingüino en la Antártida

José Luis Gallego

Sus ojos reflejaban el asombro por el Continente Blanco. Javier Bardem vino a la radio a hablarnos de su viaje a la Antártida con tanta pasión, tanto amor, que era imposible no emocionarse al escucharlo. “Es un santuario, una obra de arte de la naturaleza, te quedas sin habla: hay que proteger aquello sea como sea”.

Tras su expedición de principios de año a bordo del Arctic Sunrise de Greenpeace junto a su hermano Carlos, Javier emprendió una auténtica cruzada ecologista para transmitir al mundo la necesidad de salvaguardar la Antártida de los intereses humanos, mostrando las primeras imágenes de su documental 'Santuario' que se estrenará el año próximo.

El propósito de los hermanos Bardem y de Greenpeace era compartir el gran sueño antártico: crear el mayor espacio protegido del planeta al noroeste del continente helado, frente las costas del mar de Weddell.

Una zona protegida de casi dos millones de kilómetros cuadrados, más de tres veces la península ibérica, donde detener el tiempo y frenar el saqueo humano de los recursos naturales del Antártico, legando a las generaciones futuras el mayor santuario de vida salvaje en la Tierra.

Los destinatarios finales de ese mensaje debían ser los delegados de la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos, más conocida como Comisión del Antártico. Un grupo de 25 países cuyas decisiones rige el destino de la Antártida y que acaba de reunirse en Australia para debatir el sueño de Greenpeace y de los más de tres millones de ciudadanos del mundo que apoyamos con nuestra firma la creación del santuario. Pero la Comisión del Antártico ha impuesto su veto.

La propuesta de Greenpeace fue respaldada por 22 de los 25 gobiernos miembros de la Comisión, y las decisiones solo son aprobadas por consenso. Desestimando los abundantes informes científicos que reclaman la necesidad urgente de preservar la Antártida para combatir el cambio climático y proteger la biodiversidad marina, China, Rusia y Noruega antepusieron sus intereses privados en la zona y votaron en contra del santuario.

Tres países contra Greenpeace y el resto del mundo. Tres países que reclaman su derecho de pernada sobre la Antártida frente al derecho de las generaciones futuras a disfrutar de ese santuario de la naturaleza. Tres países usureros de la Tierra, incapaces de amar este maravilloso planeta, de entender el alto privilegio de habitarlo y asumir la alta responsabilidad de protegerlo.

Hace muchos años que defiendo la idea de que para anteponer los intereses del planeta a los del mundo, Greenpeace debería ser un país. Un país con derecho a veto en todas las decisiones contra el planeta y al que pedir asilo todos los que estamos decididos a actuar en favor del medio ambiente y contra el cambio climático. Personalmente me hice súbdito al ingresar como socio hace ahora casi 40 años: el 5 de diciembre de 1990. Les animo a unirse al país de la paloma de la paz sobre fondo verde para ejercer juntos una ciudadanía responsable con el medio ambiente y comprometida con el futuro del planeta.

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