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Opinión - Ni liderazgo ni autoridad. Por Esther Palomera

La radicalidad no era esto

Boti García Rodrigo

Ruth Toledano

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Pocas alegrías políticas comparables al nombramiento de Boti García Rodrigo como directora de diversidad sexual y LGTBI. Porque pocas veces lo personal es tan político: ya he olvidado cuántos años hace que conocí a Boti (seguro que se acordará ella, que siempre ha tenido mejor cabeza que yo) como activista, como interlocutora y compañera de lucha, y la admiración por ella, por la fuerza y el tesón que ha concentrado su cuerpo tan menudo, se unió a la simpatía que me produjeron su inteligencia bondadosa y al cariño que fue macerando un humor que siempre me hizo reír. Así que, sí, me alegro porque la conozco personalmente y sé lo bien que nos viene que esté ahí una persona así, y porque sé además que Boti suma a todo ello una extraordinaria experiencia militante en la causa de justicia y de derechos humanos LGTBI que ahora se ha convertido, gracias en gran medida a su trayectoria, en organismo institucional. Aún recuerdo cuando Boti se subía, radical, a una caja de cervezas en la plaza de Chueca para dirigirse, radical, a un público que necesitaba su palabra, su compromiso y su energía. Boti García Rodrigo era nuestra líder porque lo que decía nos mejoraba la vida, nos mejoraba el mundo. Y porque lo decía alto y claro.

Creo que fue Boti la primera persona a la que oí alertarnos sobre el peligro de darnos por satisfechas con la consecución de ciertos derechos. Lo que cuesta tanto tiempo, esfuerzo y sufrimiento puede perderse en un abrir y cerrar de ojos. Era pura lucidez política: sabía que podía suceder lo que ahora sucede, por inconcebible que pareciera entonces, cuando celebrábamos la liberación. La involución, la regresión, el retroceso, el camino recorrido que hay que volver a recorrer. Cuando se publicó aquí el otro día su primera entrevista como directora general, Boti se refirió con preocupación a la homofobia y la transfobia que definen en todo el mundo el discurso de la ultraderecha, representada en el Estado español por Vox. Yo añado, no obstante, que Vox no es más que una escisión ultra del PP, lo que significa, no nos engañemos, que esas son las mismas transfobia y homofobia que han definido históricamente al partido de Casado, que llegó a llevar al Tribunal Constitucional la ley de matrimonio igualitario. De aquellos lodos legionarios estos pines parentales. Y su violencia contra los niños, niñas y adolescentes LGTBI. Y la violencia que alimenta en las calles, en las familias, en los trabajos, en todos los espacios de la sociedad. Sabemos, ella lo ha dicho alto y claro, que Boti luchará contra la discriminación y el odio desde su Dirección como lo hizo antes subida a una caja de cerveza en mitad de una plaza o desde la presidencia de COGAM y de la FELGTB.

Pero si hay algo especialmente reseñable en esa primera entrevista desde su nombramiento que Boti concedió es la contundencia de su defensa de las mujeres trans: “Las mujeres trans son mujeres y no hay más vueltas que darle”. Una frase como una bocanada de oxígeno en estas convulsas fechas previas a un 8M en el que el feminismo se ve incapaz, no ya de disimular su fragmentación, sino de acudir a unas formas de disensión respetuosas y dignas. No es para menos, por otra parte, que se pierdan las formas, cuando en el movimiento feminista tratan de hacerse fuertes las corrientes más retrógradas y conservadoras, disimuladas de presunta radicalidad. A nadie extraña que Vox exprese una transfobia que le es consustancial, pero es vergonzoso que en los diversos foros feministas se hagan explícitas consignas genitales propias de un bus de Hazte Oír. Nunca pensé que llegaría a leer comentarios transfóbicos en un numerosísimo grupo en Telegram de mujeres feministas, por ejemplo; ni mucho menos que se hicieran en un tono propio de chascarrillo machirulo. Pero, sí, hay un feminismo así, un feminismo tan transfóbico que ni siquiera se para a pensar si de todas las mujeres entre las que hace la broma genital hay alguna mujer trans.

En este contexto, bochornoso, en el que a mujeres profesionales y muy leídas aún hay que explicarles que una mujer trans es una mujer, que Boti García Rodrigo pare la rueda de la vergüenza (“no hay más vueltas que darle”) es socialmente sanador. Sobre todo, porque lo dice, alto y claro, desde la institución, que por primera vez en la historia reconoce y respeta la dignidad humana y los derechos fundamentales de un colectivo maltratado tanto por la ultraderecha como por un feminismo espuria y equívocamente autodenominado radical. La radicalidad no era eso, compañeras. La radicalidad era lucha contra el opresor y combate de sus prejuicios. Parece mentira que haya que recordarlo a estas alturas.

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