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Beatriz Rodríguez: “El sexo de las embarazadas sigue siendo un tabú; amable, pero tabú”

Autora de 'El sexo en las embarazadas y otros relatos salvajes"

Alejandro Luque

18 de enero de 2022 20:15 h

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Beatriz Rodríguez es madre de una bebé llamado Aurora, pero la idea de escribir su último libro, El sexo de las embarazadas y otros relatos salvajes (Envés) no está directamente relacionada con esa experiencia. No del todo. De hecho, empezó a escribirlo en su cabeza antes de quedar embarazada ella misma, a través de los testimonios de sus amigas. “Varias de ellas me contaron historias de su vida sexual cuando estaban gestando, y me hicieron mucha gracia”, recuerda. “Entonces me di cuenta de que el sexo de las embarazadas sigue siendo un tabú; amable, pero tabú al fin y al cabo. Y cuando te metes en el tema y ves el tratamiento que se sigue dando en muchos ámbitos de nuestra sociedad, vas descubriendo incógnitas y recelos”.  

Ese fue, según ella misma explica, el punch del proyecto. Pero solo era un hilo de que tirar para examinar otros muchos tabúes y tópicos femeninos. “Hablé con mi ilustradora, Cristina Erre, hablamos de lo que sabíamos por gente de nuestro alrededor y lo que nosotras mismas habíamos vivido, y empezamos a dar forma al libro”.  

Así, El sexo de las embarazadas y otros relatos salvajes se fue estructurando en cinco partes que venían a reunir “distintas personalidades o generaciones femeninas” a través de las fases de embarazo, infancia, madurez y vejez. La última parte va dedicada a los señoros, esto es, “a los micromachismos y machismos” del día a día. “Recuerdo, por ejemplo, cuando en un debate Donald Trump le dijo cínicamente a Hillary Clinton que sonriera. Al poco tiempo, creo que fue en Chicago, apareció un grafiti que decía: 'Dejad de pedir a las mujeres que sonrían'. He querido hablar desde esos detalles hasta el acoso laboral y la violencia”.

Asimismo, Rodríguez (Sevilla, 1980) se hace por ejemplo eco de una historia real que le confió una señora, y que ha dado pie al relato Fajas, 1971. “Me contó cómo estaba en el ginecólogo con su marido, no porque éste la acompañara, sino porque era directamente la única persona con la que hablaba el doctor. Los recordaba a los dos fumando, cuando se fumaba en todas partes, y ella allí tumbada como un simple recipiente. Y cuando oyó al médico decir que podía quitarse la faja, porque estaba embarazada, ella lo primero que pensó fue que sin faja iba a ser mucho más fácil masturbarse”.

Pero también cuenta la historia de la dominátrix en avanzado estado de gestación que conserva “impulsos y deseos que en principio no son acordes con su estado físico”, apunta Rodríguez, “pero sigue teniendo las mismas ganas de dominar a su marido”.

El negocio de la reproducción asistida

La autora explica que el proceso de humanizar a estos personajes pasa sin duda por el humor, pero también por un tono reivindicativo, que llame a superar “lo que se supone que debe ser la feminidad” según algunos cánones trasnochados pero vigentes. Así, tras ocuparse del embarazo se detuvo en la infancia, “sobre todo en lo importantes que son los pequeños gestos, la educación, para conformar nuestra personalidad”.

También se detiene en una idea que le oyó en cierta entrevista a la baronesa Thyssen, en la que decía que a veces era conveniente “usar el ser mujer” en beneficio propio, y que se corresponde según Rodríguez justamente con “todo lo que estamos intentando destruir, y nos enseña todo lo que queda aún por hacer”, ya que “aunque haya mujeres manipuladoras que se abren camino con sus atributos femeninos, la mujer en nuestra sociedad sigue siendo débil, sigue siendo víctima”.

Uno de los relatos más delicados del volumen es el titulado La canción de Nina, donde recrea situaciones relacionadas con la fecundación in vitro. “Tras escribir los relatos, yo misma quise quedarme embarazada, y me metí en el mundo de la reproducción asistida. Entonces pude ver hasta qué punto se ha convertido todo eso en un negocio, con detalles como que a las mujeres con más de 38 años nos llamen añejas. Y me puse a escribir también sobre eso”, dice. “Creo que no ha quedado mal porque una embrióloga que conocí, y que ha dejado su profesión porque no quería formar parte de ese negocio, ahora da clases de buenas prácticas a enfermeros y enfermeras en una escuela de formación profesional, y le pone ese relato a su alumnado. Es algo que me hace mucha ilusión, porque ese cuento lo escribí desde las tripas”.

Jefes terribles, novios terribles

En la parte dedicada a Las recetas de la abuela, advierte, “no hay recetas ni abuelas”, pero sí mujeres de edad avanzada en situaciones a veces extremas: una señora alcohólica casada con un cacique de pueblo, otra vagabunda, una reflexión sobre la brujería y las supersticiones en el mundo rural…

“Todas las historias tienen mucho de real, pero pasadas por el tamiz de la ficción y de mi propia experiencia”, subraya Rodríguez, quien sin darse cuenta siente que ha conectado con una generación anterior a la suya, la de las treintañeras “pertenecientes a una generación más concienciada con estos temas”, y que “tras salir el libro han venido a decirme que se sienten identificadas, a contarme historias de jefes terribles, de novios terribles”.

Y aunque cree que hay asuntos delicados que requerirán de mucha discusión, como “el hecho de que la baja de la maternidad de las mujeres sea solo de cuatro meses, la misma que la de los hombres, cuando la paternidad no requiere tanta presencia durante los primeros años”, Beatriz Rodríguez piensa que la literatura puede aportar su grano de arena al debate: “No sé si influir, pero sí mostrar lo que está ocurriendo, no callar ni edulcorar. Cuanto más nos acerquemos a la realidad, mucho mejor”.    

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