Eduardo Manzano, historiador: “Es absurdo pretender que los árabes pidan perdón por Al Andalus”
Después de analizar a fondo la época andalusí en Conquistadores, emires y califas. Los Omeyas y la formación de al-Andalus, entre otras obras, Eduardo Manzano Moreno, historiador y profesor de investigación en el Instituto de Historia del CSIC, dedica su último libro a un hallazgo extraordinario: los anales de un funcionario y cronista de la corte de Al Hakam II, donde se recoge de forma pormenorizada la vida en el califato de Córdoba entre 971 y 975.
La corte del Califa (Crítica) supone así una aproximación privilegiada a la figura de Al Hakam, conocido por poseer una de las mayores bibliotecas de su época y por ser el morador de la suntuosa Medina Azahara, y de quienes le rodeaban en aquel momento de esplendor cultural y económico. Manzano, que parece tan cómodo ante la prensa como ante sus alumnos, se muestra interesado sobre todo en desterrar tópicos.
Desterrando tópicos
“De Al Andalus no se puede hacer una idealización poética, como si se tratara de un periodo, digamos, paradisíaco”, explica. “Pero tampoco se puede ignorar que es un tiempo que, cuanto más lo investigas, más sorprende por su enorme dinamismo social, por su riqueza cultural y por la gran creatividad que se despliega. Podíamos compararlo con la Roma clásica: hay tal explosión de creatividad, de elementos novedosos que se reciclan… Y a los que lo hemos investigado muy bien nos da rabia que haya una especie de barrera cultural, de rechazo a algo que parece que no corresponde a nuestra identidad. Y esa barrera, la gente no siempre está dispuesta a traspasarla”.
Lo que no es un mito es que Al Andalus logró conciliar eso que ahora parece tan difícil: el desarrollo económico y el esplendor cultural. “En el siglo X, que es la época que trato en el libro, hay una prosperidad económica generalizada. Es una época de expansión agraria y comercial, hay una artesanía muy potente también. El Califato centraliza muchos recursos, a través de un sistema fiscal muy desarrollado, y los redistribuye. Con los impuestos paga al ejército, a los cortesanos, a los poetas, y estos a su vez lo gastan en sirvientes, en adquirir caballos, cerámicas… Así alcanza a todas las capas de la sociedad”, afirma Manzano.
De lo que no estaban libres, ni siquiera en aquella época, era del azote de la corrupción. “Cuando tienes cinco millones de dinares, como les entraban todos los años, controlar toda la maquinaria que gestionaba esos recursos era muy difícil”, subraya Manzano. “Y el Califa estaba desesperado por lograrlo. Ve que hay oficiales, recaudadores, que si se decreta una bajada de impuestos, no se lo dicen a la gente y se embolsan la diferencia. Y está quien detrae moneda de la fábrica, y se quedan con una parte”.
Por otro lado, son muchas las revelaciones que ofrece La corte del Califa: desde el hallazgo de dinares andalusíes en el condado de Barcelona, “que nos hablan de la reanudación de un contacto comercial entre el norte de África y Europa, sobre todo por el tráfico de esclavos”, hasta el hecho de que la religión no ocupara tanto espacio como cabría presumir. “Eso también es muy interesante. Estamos muy distorsionados por las fuentes que tenemos, escritas por una clase ilustrada, para la cual la religión sería importante. Pero cuando tenemos atisbos, vemos que la religión no lo era todo en esta sociedad, y que hay una cultura laica mucho más permeable”.
Y agrega: “Tenemos fogonazos, por ejemplo algunas sentencias que condenan el hecho de que los musulmanes vayan a celebrar la Navidad con los cristianos. Si lo condenan, es porque la gente lo hacía, cenaban juntos, se intercambiaban regalos. Pero los ulemas de Córdoba les decían que no se mezclaran. La religión levanta estas barreras, pero vemos también un cierto golferío, donde se ve que la gente se está… frotando [risas]”.
Y la mujer, ¿qué pinta en este periodo? “En las sociedades medievales, la mujer está excluida del espacio público. Pertenece al privado, donde sí parece que jugó un papel importante, pero no lo podemos ver. En la crónica que yo trabajo en mi libro, prácticamente no hay ninguna mujer. ¿Eso quiere decir que las mujeres no existían? Claro que existían, pero no las vemos, no podemos documentarlo. Cuando salen datos, no suelen ser siempre positivos. La mujer del Califa, por ejemplo, concentra gran parte de la maledicencia. Pero hubo mujeres importantes como fundadoras de mezquitas, instituciones benéficas… Sabemos que manejaban sus propios patrimonios, pero la andalusí es una sociedad patriarcal, donde el mantenimiento del honor está vinculado al mantenimiento de la reclusión de las mujeres”.
Eso aunque el erotismo asome constantemente en la literatura y el arte. “Claro, el erotismo aparece siempre”, admite Manzano, “aunque en época andalusí el erotismo es con esclavas, curiosamente. Hay una tesis bonita, según la cual las mujeres esclavas, paradójicamente, tenían más libertad en lo que a costumbres se refiere, que las libres”, apostilla.
Sobre las lecturas contemporáneas que se hacen de aquel tiempo, este experto comenta que “es curioso lo que está pasando, algunos están tratando de secuestrar la identidad europea como algo propio, entroncando con una genealogía harto discutible, porque muchas partes de esa identidad no han surgido precisamente gracias a los elementos más reaccionarios de nuestra sociedad. Lo mejor de la identidad cultural europea se caracteriza por su interés, por su conocimiento del otro, y su deseo de explicar al otro, y hacerlo de manera honesta, rigurosa y equilibrada. Las visiones sectarias lo que niegan en última instancia es esa tradición cultural, y nos quieren llevar a otra muy limitada, muy alicorta”, agrega.
En eso juega un papel importante la vieja idea de los mundos irreconciliables, Oriente y Occidente, y del español matamoros que rescata al territorio de los malvados invasores. ¿Qué hay de verdad y de mito ahí? “Es un intento de tratar de reforzar una identidad muy específica a través de la Historia, desde un punto de vista excluyente, parcial y sesgado. Creo que si algo puede permitirnos el desarrollo en el siglo XXI es generar identidades críticas. Mirar al pasado con una visión crítica de nosotros mismos, que nos haga replantearnos. El conocimiento del otro es lo que nos permite no quedarnos anclados en una visión del pasado que hoy no tiene sentido, no ayuda a nadie”.
Y aunque Manzano rechaza de plano las tesis de Olagüe y otros historiadores, que niegan la idea de invasión de la Península, prefiere hablar de conquista progresiva. “Es evidente que hubo conquista, nos guste o no. Y como toda conquista, tuvo sus elementos violentos, también pactos, y puso en marcha procesos que se desarrollaron a lo largo del tiempo. No es una invasión, es una conquista militar por parte del Califato Omeya de Damasco, un imperio muy centralizado. Si se pudiera comparar con algo, sería con la conquista romana, que a veces se impone por la fuerza, a veces con pactos, y que pone en marcha la romanización. Aquí lo mismo. No se puede minusvalorar la conquista, que debió de ser violenta, y nos consta que hay gente que la rechaza, aunque también quien decide colaborar. Una vez dicho eso, es verdad que la idea de nómadas camelleros que vienen aquí ya nadie la sostiene”.
También asevera que “hay que acabar con la idea de una conquista realizada por unos salvajes, tribus enloquecidas. Todo lo que sabemos es que son conquistas muy bien organizadas, que ponen en marcha rápidamente una organización potente, como se ve en los papiros de primera época que se han encontrado en Egipto. Pero tampoco hay duda de que la conquista divide rápidamente a la sociedad entre conquistadores y conquistados”.
Por todo ello, Manzano considera “absurda” la pretensión, formulada en su día por el presidente José María Aznar, de que los árabes tuvieran que pedir perdón por Al Andalus. “Aznar es el típico exponente del pensamiento conservador español, convencido de que la nación española surge con la Reconquista, y que este país está en lucha con el Islam desde el siglo VIII hasta nuestros días. Y mucha otra gente aboga por eso, publicistas, periodistas, profesores universitarios... Un mensaje político que refuerza esa identidad del nosotros contra ellos”.