Viajar en globo: una mañana flotando sobre Sevilla
-Rigodon, ¿ves algo? ¿queda mucho para llegar a San Francisco?
-Con tantas nubes, no lo veo… ¡Estamos volando por encima del Pacífico!
El mundo es una constante oportunidad que, a cada vuelta de la esquina, en la rutina y en su extravío, ofrece un sinfín de oportunidades para aventurarse a dibujar nuevas experiencias y a disfrutar de las conocidas desde otras perspectivas. Volar en globo es, además de uno de los sueños más recurrentes en las listas de “cosas que hacer antes de morir” y uno de los transportes que Willy Fog utilizó en sus ochenta días de vuelta al mundo, una manera de mirar los mismos paisajes y horizontes despertando nuevos ángulos y sensaciones. La unión de lo nuevo y lo conocido al abrigo de una misma experiencia.
En Sevilla, una de las ciudades andaluzas con más demanda de vuelos en globo aerostático, distintas empresas lanzan sus ofertas. Pasaporte Andalucía va a la conquista del cielo con la de Gloobo, una compañía de trabajos aéreos con once años de trayectoria y más de veinte de experiencia en vuelo.
Las citas con un globo son al amanecer
Las citas con un globo son al amanecerSin excusa por transnochares suena el despertador a las 4.30 de la mañana. ¿Ha pasado algo? No. Hay que estar a tiempo en el punto de encuentro. La cita es a las 6 AM en un hotel ubicado en la salida nº 16 de la autovía A-49 (Sevilla-Huelva). Tan temprano porque los vuelos en globo aerostático se hacen casi siempre al amanecer, cuando el viento está más calmado y la atmósfera más fría y estable. A excepción de alguna tarde de invierno, no vuelan en horas centrales del día para evitar las corrientes térmicas ocasionadas por el calor del sol.
Mientras todos aparecen, los responsables invitan a un café, té o cola cao para ir calentando motores. Mucha falta no hace; la ilusión sí que lleva cafeína. Los pasajeros están bien despiertos y hacen preguntas a Vicente, el piloto: “¿Y a qué altura subimos? ¿Me va a dar vértigo? ¿El globo cuánto peso es capaz de resistir? ¿Pueden ir niños?”.
Vicente va respondiendo: “Volaremos a unos 300-500 metros de altura, aunque se puede subir más. El globo más grande que existe es para 24 personas. En España el máximo está en 16 y en Egipto y Turquía 20 o 22”. “Los niños pueden subir mientras no tengan que ir en brazos. Lo normal, a partir de los seis años”. Al término de una de sus respuestas, enlaza con una inquietante frase: “Es mi segundo vuelo”, para acto seguido reírse y contar la intensa preparación que un piloto sigue antes de comenzar a volar con pasajeros. 150 horas de vuelo, entre algunos de los requerimientos. También habla de la seguridad del viaje en globo, transporte que estadísticamente es el medio aéreo más seguro.
Dos coches trasladan al punto de despegue a los pasajeros. La zona elegida en esta ocasión es, por previsión y condiciones de velocidad y dirección del viento, el merendero de la Cuesta de las doblas, en Sanlúcar la Mayor.
Primero lanzan un globo de helio para conocer las corrientes que hay a distintas alturas, a efectos de comprobar si han acertado con la previsión, de la que hasta 48 horas antes del vuelo han ido informando a los pasajeros. Incluso in situ, el piloto, que tiene la última palabra, puede valorar que no se den los requisitos óptimos para volar. En este día de final de primavera que se ha despertado con niebla sí se reúnen, así que, ¡comienza la aventura!
Como si de un mueble de Ikea se tratase, -“para sacarlo bien, pero para volver a guardarlo no veas”, comentan-, sacan el globo de su perfecta forma y embalaje para desplegar los 30 metros y 270 kilos de la colorida tela de la vela. Piden para la ardua tarea la colaboración de los asistentes.
Por sus dimensiones, impresiona ver la tela extendida. También la imagen, atrayente, atrapante, de cómo calientan el aire del interior para rellenar su forma circular. El fuego intensifica los colores y el sonido de la llama, la experiencia.
La ilusión está ya plenamente exaltada entre los presentes, deseosos de montar. Ya en la barquilla, les hacen fotografías desde abajo. Informan también de que una cámara estará grabando a los pasajeros para que después, cada uno en casa pueda revivir la experiencia. Le llaman “valor añadido” a la crónica visual de la vivencia. Más bien, añadirle valor superficial al ego en la era de vivir para contarlo.
La sensación de flotar a 500 metros del suelo
La sensación de flotar a 500 metros del sueloEl globo va elevándose sigilosamente, como si no quisiera que nadie percibiese su presencia, a la dirección del viento que lo empuja -la brisa mece, no siempre en la misma dirección- y a la conducción de Vicente que va maniobrando y cuyo rostro expresa la calma del que sabe lo que hace. Transmite auténtica seguridad.
Poco a poco las personas van pasando de la euforia inicial a entrar en sintonía con el momento, con la sensación de estar volando. Las voces se van apaciguando. Reina la tranquilidad dentro y fuera de la barquilla, un silencio espectral y atractivo, mágico. Apenas se ve qué hay abajo debido al espesor de la niebla. El vértigo es inexistente. La sensación que produce el vuelo en globo sorprende, es como flotar en el aire. No hay otra experiencia que genere el mismo efecto, no hay ejemplo con el que comparar. Es disfrutar de la contemplación, sin pensar en destino.
Subiendo, subiendo, el movimiento sigue siendo apenas imperceptible. La temperatura, aunque el sol empiece a asomar, también se mantiene agradable. En la reserva indican que no hay que llevar más ropa de la que se utilice en la época del año elegida para volar. Aun así, no faltan a la cita rebecas y sudaderas. Ya se sabe, los “por si acaso”.
Cuentan que las épocas más demandadas son primavera y otoño, más propicias para planes callejeros y porque no hace “ni frío ni calor”, pero vuelos hay en todas las estaciones del año, a menos que haya viento o lluvia.
Ya a 500 metros del suelo, a unos 25/26 kilómetros por hora y seguidos por un equipo de rescate en coche, el piloto, cuya silueta se refleja en las nubes, comienza a contar anécdotas. La primera, que hay cierto privilegio en este vuelo, porque “solo tres o cuatro veces al año volamos sobre las nubes”. Otra, que a su propia mujer le daba miedo volar hasta que probó y ahora repite una vez al año. La siguiente, con un final menos inspirador, la de una pedida de mano que acabó en “después lo hablamos en casa”.
Un globo de gas puede volar durante días
Un globo de gas puede volar durante días“Mientras tenga gas, un globo puede volar durante días”, explica el piloto. Sin embargo, este vuelo termina antes de lo esperado. Planteado para hora y media, apenas roza los 45 minutos para desilusión, mínimo sabor agridulce, de los pasajeros, que están disfrutando y han pagado un precio elevado por la actividad -160 euros la plaza, en el caso de los vuelos de barquilla compartida-. La razón de la decisión es que “sabes donde despegas pero no donde vas a aterrizar”, la principal diferencia del globo aerostático con otras aeronaves. Ante las dudas en el aire, mejor las certezas en la tierra.
El piloto, valorando el rumbo, ha elegido una zona de despegue. “¿Alguna vez os habéis ido de copas, de copas de árboles?”, silba con humor. Empieza a maniobrar para dirigir el globo a un camino de una finca que está atiborrada de ellos. Desciende, y la base de la barquilla cuasi roza sus copas; una nueva forma de mirar lo conocido. Aterriza en un preciso hueco y decreta que “hay que esperar que se enfríe el globo para bajarse”. A lo que responden: “A sus órdenes, capitán”. El proceso de participación se repite. Para guardar el globo, vuelven a pedir refuerzos.
1783, unos hermanos inventaron el globo aerostático mientras miraban el fuego
1783, unos hermanos inventaron el globo aerostático mientras miraban el fuego Tras el aterrizaje y un desayuno reconstituyente, la despedida se fragua en clave histórica. Cuentan un divertido e interesante relato de los inicios del viaje en globo, del sueño humano de tocar el cielo y volar que los hermanos Montgolfier convirtieron en realidad. La primera demostración pública de su invento del globo de aire caliente fue en la Francia de 1783.
Para cerrar, siguiendo la tradición de un ritual de bautismo tras el primer vuelo de un piloto, entregan a los participantes un título con su nombre aéreo y un poco de agua en la nuca. -“Más valor añadido”, dicen.-
Al piloto, de cuyo nombre aéreo no queremos acordarnos, todos le muestran un sincero agradecimiento por la experiencia, al que se suma Pasaporte Andalucía, alias Princesa de los vientos: una mujer de alas, no de jaulas.
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