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Luis Martínez Gracia, obrero, republicano y feminista

Luis Martínez Gracia
21 de abril de 2021 23:00 h

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El cierzo que embocaba aquella mañana por la calle Miguel Servet me empujó hacia la coqueta librería a la altura del número 11. A cobijo entre estanterías y anaqueles, hojeando aquí y allá, fui a dar con un folleto cuya portada me resultó intrigante: “Pro-Reivindicación feminista. Luis Martínez Gracia. Obrero Manual. Zaragoza.

De algunas dudas vino a sacarme María Jesús, dueña de “Olé tus libros”, que así se llama la librería. Se trataba de la edición facsímil que reproducía un discurso pronunciado en el Centro Mercantil, auspiciado por la sección Literaria del Ateneo, el 11 de marzo de 1921. Ella misma lo había editado al cumplirse 100 años del evento y como homenaje al autor que, para más señas, resultó ser su bisabuelo.

Pro-Reivindicación Feminista

Lamentablemente, no disponemos de datos sobre lo que aconteció aquel día 11 de marzo de 1921en el Centro Mercantil. Según pude comprobar, las actas que documentan las sesiones realizadas entre 1919 a 1925 están desaparecidas. Podemos tan solo intuir que la defensa del feminismo hecha por Martínez Gracia debió levantar ampollas, pues fue en respuesta a la réplica que tuvo su discurso lo que motivó la publicación del mismo.

A un sector de la selecta sociedad zaragozana no debió gustarle lo que tuvo que escuchar. Ocultos bajo el seudónimo de Ballade, difundieron al poco tiempo un opúsculo “despiadado e injusto contra la Mujer”. Y aunque Luis conocía a sus autores, no tenemos constancia de quiénes podrían esconderse tras aquel sobrenombre. ¿Qué pudo provocar semejante reacción?

En su discurso, Martínez Gracia se sirve de algunas obras clásicas de la literatura para poner de relieve la injusta valoración de la naturaleza femenina. A través de Homero, Calderón y Shakespeare, nos muestra de qué manera el hombre induce a la mujer a ciertos comportamientos que luego le son reprochados y atribuidos como innatos. A esta propaganda malintencionada contrapone algunos ejemplos históricos: la inteligencia Hipatia de Alejandría; el heroísmo de Juana de Arco; o la capacidad de gobierno de Isabel la Católica.

Cierto es que hay un tratamiento de la mujer a veces abstracto, a veces con un perfil demasiado funcional. Pero las ideas feministas se encontraban entonces en plena maceración. Desde la mirada cristiana de Pardo Bazán, hasta los idearios republicanos, socialistas o anarquistas, todos ofrecían su perspectiva para afrontar un problema que aún hoy está lejos de resolverse. Pese a todo, los planteamientos de nuestro autor no dejan lugar a dudas sobre su postura: “¿por qué las leyes sociales han de privarle de ciertos derechos que sólo disfruta el hombre? Sencillamente: están hechas por hombres”. Y así, concluye su obrita con este llamamiento: “considérate igual al hombre, porque iguales derechos te son debidos.”

Un obrero en el Casino Mercantil

Podemos imaginar a Luis Martínez Gracia aquel 11 de marzo de 1921 en el estrado del Centro Mercantil, ubicado en la antigua casa de los Azara, calle Coso número 29, su nueva sede desde 1910. Un orador con oficio, pintor de profesión y vecino de San Pablo, que expone de forma elocuente y segura un tema osado.

El Ateneo se había creado en Zaragoza en 1864 a impulso de la pequeña burguesía profesional. Su sección literaria sería puesta en marcha décadas después por el abogado Faustino Sancho y Gil. Como cuenta Castillo Genzor, el Ateneo daba voz “a cuantos prohombres tienen algo que decir, ya tengan etiqueta política avanzada o militen en los campos de la más pura reacción monárquica”. En aquella Zaragoza convulsa, que el año anterior había vivido una rebelión en el acuartelamiento del Carmen y la muerte de tres funcionarios durante las huelgas de agosto, un obrero subía a la tribuna de una institución elitista gobernada por “lo más florido de la intelectualidad zaragozana”, en palabras del marqués de La Cadena, presidente del Ateneo entre 1960 y 1965.

En la época en que Luis Martínez ofrece su conferencia preside el Ateneo el médico y rector de la Universidad de Zaragoza Ricardo Royo Villanova, quien ejercería su cargo entre 1914 y 1943. Los años veinte fueron un periodo especialmente activo, tanto por cantidad como por calidad de intervinientes: Bergamín, Cambó, Concha Espina o Azorín tuvieron un hueco en su agenda. ¿Quién propuso a un obrero de barrio como ponente en el Ateneo?

La relación con Basilio Paraíso

Al parecer, Luis Martínez mantenía relación con Basilio Paraíso, empresario, presidente de la Cámara de Comercio de Zaragoza y conocido político republicano. Dueño fundador de la fábrica de vidrieras “La Veneciana”, con taller en la actual calle Lapuyade, Paraíso solía encargar faena a la empresa donde trabajaba Luis. A pesar de la distancia de clase, pintor y empresario hicieron buenas migas.

En la biografía que José García Lasaosa escribió sobre Paraíso, lo describe como un hombre preocupado por los problemas sociales de su época y de “gran humanitarismo”, incluso en el “trato diario con los obreros”. Más allá de este carácter paternalista, no es posible afirmar que Paraíso ejerciera su influencia al punto de proponer a su amigo pintor como ponente en el Ateneo. Entre otras razones porque nuestro protagonista era ya hombre de gran bagaje y muy conocido en diversos foros de la ciudad.

El militante

Luis Martínez desplegó una incesante labor como conferenciante en escuelas, asociaciones y ateneos obreros. Publicó pequeñas obras didácticas sobre temas dispares; e incluso alguna novelita pedagógica, tan en boga entonces. Su figura es recordada en algunos estudios y ensayos actuales, aunque de forma fragmentaria.

Podemos encontrar su nombre en la Sociedad de Librepensadores de Zaragoza, donde llegaría a ejercer la presidencia en 1907. Era ésta una asociación creada en 1888 con el afán de difundir el racionalismo y la enseñanza laica. Su sede en la calle de San Voto número 8, fue lugar habitual para mítines y charlas entre la clase obrera. Según el profesor Bernad Royo, a finales de 1905 encontramos a Luis desplazado a París para asistir a un Congreso Internacional de Librepensadores. Desde allí parece que remitió un par de crónicas al diario republicano El Porvenir, publicadas el 7 y el 8 de noviembre de aquel año. Sin embargo, hay un punto confuso por cuanto El Porvenir no comenzaría su andadura hasta dos años después.

En abril de ese año 1905 se constituye el Patronato de Escuelas Laicas. Y allí volvemos a encontrar a Luis Martínez como secretario de una institución cuyo objetivo era abrir colegios que contrapesaran el monopolio católico en la enseñanza. A finales de 1906 hay noticias de una de estas escuelas en el barrio de San Pablo. Por todas estas actividades, y otras que por el momento se desconocen, Bernad Royo no duda en calificar a nuestro protagonista como el “más activo propagandista” del ideal republicano y laico.

Con esta perspectiva, los títulos de sus intervenciones no dejan lugar a dudas de su capacidad para afrontar los más variados temas. Desde conferencias en la Sociedad de Estudios Psicológicos para criticar el Espiritismo, doctrina muy extendida en aquellos primeros años del siglo XX; hasta una disertación sobre la primera vuelta al mundo, editada posteriormente con el título “La gran victoria científica alcanzada por la nave Victoria”.

Instrúyanse, necesitamos de su inteligencia

Por esta obra sabemos de los vínculos forjados por Luis con representantes de la política zaragozana y su designación como Diputado Provincial en enero de 1924, cargo que desempeñaría hasta marzo del año siguiente. Pese a todo, Luis Martínez Gracia nunca dejó de ejercer su oficio. Así lo refleja el acta de diputado y así lo encontraremos en el censo electoral de 1933, cuando contaba 58 años.

Lo que vinculaba a este hombre con sus semejantes iba más allá de puestos y ostentaciones personales. Una confianza absoluta en las virtudes republicanas de la fraternidad y la razón le empujaba a estudiar y difundir sus ideales. Entre la familia se ha transmitido la imagen de quien vive siempre con un libro en la mano, haciendo bueno aquello que advertía Gramsci sobre la necesidad de instruirse. En estos tiempos de títulos aparatosos, getas y trepas, resulta imprescindible recuperar la figura del militante que reafirmar su condición obrera. 

Al final de la tarde, con estas ideas rondando la cabeza, me acerco hasta su antiguo domicilio, calle de las Armas 72. Hoy, en su lugar, se levanta un bloque adusto de tres plantas, muy distinto del resto de las casas añejas del barrio que se comban preñadas de memoria. Ninguna placa honra su memoria. 

Luis murió a los 62 años de forma natural en enero de 1938, aunque lo natural fuese entonces morirse de otra forma. Nada conocemos de su actividad durante los años de la República. Al morir sin familia que lo acompañase, allí quedaron abandonados sus legajos y libros. La vida entera de un hombre comprometido cuya biografía pide ser rescatada. Sus restos se hallan en el cementerio de Torrero, muy cerca del monumento a Costa. Le hubiera gustado, sin duda.  

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