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'Black Mirror' o la esperanza: el futuro se juega en Europa
En la última entrega de la serie británica Black Mirror, una joven trabajadora se ve forzada por voces espectrales a ejecutar una serie de asesinatos bajo la amenaza de que una guerra terrible se desencadenará de no hacerlo. Este planteamiento absurdo, propio de la ficción más distópica, no es muy distinto al que figuras como la actual presidenta de la Comisión Europea, la conservadora Úrsula Van der Leyen, tratan de hacer calar entre la atónita ciudadanía de la Unión: hay que embarcarse en la violencia para evitar sus consecuencias, hay que prepararse para una guerra en Europa que nadie ha pedido y nadie quiere.
De eso va precisamente estas elecciones al parlamento europeo, de ahí la importancia de saber qué se cuece, y la importancia de tu voto y a quién votas.
Estamos en la víspera de unas elecciones europeas en que se decide si vamos hacia una Europa que hable de paz, de defensa del medio ambiente, de protección de derechos sociales, o hacia una Europa de la derecha y la extrema derecha que adopte el lenguaje de la industria armamentística, que apueste por el rearme, por el miedo y el egoísmo. En este marco se hace pertinente recordar las enseñanzas que la ficción nos aporta para pensar sobre el futuro.
Antes de asumir responsabilidades públicas (primero en el Gobierno del Pacto de las Flores y luego en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria), pasé dos décadas enteras trabajando en el seno de la Unión Europea. Pude ver durante 20 años las posibilidades que una comunidad que hoy engloba a 27 Estados es capaz de abrir para las mayorías. Un proyecto europeo orientado desde la máxima de los Derechos Humanos es capaz de afrontar desafíos que hubiese sido inimaginable asumir por separado. La reciente crisis de la COVID-19 quizá sea el ejemplo más claro de ello, momento en que la Unión hizo visible su potencial solidario y resolutivo, que salió a relucir con enorme éxito demostrándose como una vía de futuro frente a las recetas fracasadas de la austeridad.
En los últimos meses, el proyecto europeo ha experimentado, no obstante, un cambio preocupante. A medida que cambiaban los equilibrios tanto en el seno del Consejo europeo como en la Eurocámara, la mayor presencia de fuerzas reaccionarias ha provocado un viraje a la política de guerra, la intolerancia y el mercantilismo. He contemplado atónita esta evolución, cómo el discurso ha pasado de girar en torno a la Carta de Derechos Fundamentales y el Pilar Europeo de Derechos Sociales, a reuniones en que solo se habla de aumentar el gasto en defensa, de ciberseguridad y de cierre de fronteras.
¿Qué es lo que ha ocurrido? Estamos viendo la relevancia real del voto, las consecuencias de dar cancha a discursos de la extrema derecha que llegan a las instituciones comunitarias y distorsionan las prioridades. Hemos dado por hecho erróneamente que la democracia está asentada y es inamovible. La amenaza de regresar a la Europa de guerra previa a la Unión es real.
“La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”.
Esta declaración, que es impensable imaginar hoy, (¡Día de la Unión Europea!) en boca de altos mandatarios europeos, no es ni más ni menos que el inicio de la Declaración de Schumann (firmada en el año 1950), germen de una Confederación Europea del Carbón y el Acero que fue a su vez el acto inaugural de una Unión Europea que nace en respuesta a la barbarie en que dos Guerras Mundiales sumieron al continente durante el siglo pasado.
La Declaración Schumann partía de una lección duramente aprendida por las élites europeas que, tras conflictos bélicos de consecuencias desmesuradas, se vieron forzadas a entender que ni el desarrollo económico ni la cohesión social serían posibles si la paz no estaba garantizada en el continente. “[…] Y se introducirá el fermento de una comunidad más amplia y más profunda entre países que durante tanto tiempo se han enfrentado en divisiones sangrientas”, rezaba un texto que incorporaba enseñanzas de nuestra Historia reciente que hoy, más que nunca, estamos obligados a recordar.
Y mientras todo esto pasa, son las calles las que de nuevo les dan una lección a los mandatarios europeos, es en las calles donde se demuestra la dignidad de un pueblo que quiere Paz, un reparto equitativo de la riqueza y el respeto por las personas y el territorio. Pensemos en la dignidad de la juventud acampada en las Universidades reclamando el fin del genocidio del pueblo Palestino, pensemos en la dignidad y valentía de nuestro pueblo canario que salió el 20 de abril a las calles a decir “Canarias tiene un límite”.
Porque sí, para todas esas personas que salimos a la calle hace unos días, estas elecciones europeas son clave, nos jugamos mucho: la defensa del territorio, de la diversidad y el medio ambiente pasa por Europa; la limitación de la adquisición de vivienda a los no residentes, pasa por Europa; que se respete el derecho a la vida de las personas que llegan a nuestras costas, pasa por Europa; que se frene el genocidio en Gaza, pasa por Europa.
Europa no está tan lejos, tiene un impacto directo y diario en nuestras vidas, y tenemos que ser capaces de decidir quien va a liderarla.
El dilema, en 2024, no es ni más ni menos que el de seguir avanzando por la senda de la diplomacia, la solidaridad interterritorial como eje garante de la cohesión y el respeto de los Derechos Humanos o embarcarnos en un peligroso bucle militarista que amenaza con liquidar no esta vez un continente, sino el conjunto del globo.
El proyecto europeo de la paz y los valores tiene, sin lugar a duda, numerosas tareas democráticas pendientes, como lo son su política migratoria o una transición ecológica que debe producirse desde criterios de justicia social, pero es a día de hoy la única vía posible para eludir escenarios irreversibles y avanzar hacia un horizonte donde la vida y el bienestar de los pueblos que integran la Unión estén garantizados.
Este dilema entre futuro o barbarie es la pregunta clave de las próximas elecciones europeas, que se celebrarán este junio y que suponen una oportunidad enormemente valiosa para los pueblos de la Unión, que debemos recordar con rotundidad a las instituciones comunitarias cuál es su razón de ser. Los cantos de sirena de la extrema derecha y la avaricia de la industria de la guerra deben quedar enterrados bajo el clamor popular de un continente que reclame en voz alta su derecho a la vida.
Por todo esto, canaria y canario que me lees, estas elecciones te importan, y mucho.
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