Veneguera va camino de convertirse en un espacio único y de producción sostenible

Producción agrícola de Mangas, en el interior del barranco de Veneguera. (Canarias Ahora).

Enrique Bethencourt

Las Palmas de Gran Canaria —

Recorrer Veneguera constituye un auténtico privilegio, una momentánea ruptura del espacio y del tiempo. En este singular territorio del sur de Gran Canaria todavía reina el silencio, el aire se muestra límpido, el cielo aparece propicio para contemplar las estrellas y la naturaleza no ha sido arrollada por el urbanismo feroz.

El visitante se encuentra, casi sin quererlo, dentro y fuera de la isla. En el siglo XXI y a mediados del XX.

No se trata de forzadas nostalgias ni de reivindicar el pasado pre-turismo, el de unas islas sumidas en la miseria, con sus hombres y mujeres obligados cíclicamente a la emigración.

En modo alguno. Por el contrario, siendo plenamente conscientes de lo que este ha aportado –y seguirá aportando en el futuro si hacemos bien las cosas, si no morimos de éxito- al desarrollo y al progreso de esta tierra y al bienestar de su gente.

Pero, al mismo tiempo, sabiendo que un territorio completamente colonizado por el cemento y el asfalto supondría justamente colocar en fase terminal a la actividad turística.

Y que junto al que seguirá siendo nuestro principal motor económico hay que impulsar el crecimiento de otros sectores, entre ellos el primario, que puede y debe crecer su peso en nuestro PIB; y que ofrece los extraordinarios productos del país, generando además paisaje y paisanaje.

Algo que no parecen ver los que, tan alegre como irresponsablemente, hablan de 20 o 30 millones de visitantes sin calibrar su impacto en la generación de agua y electricidad, en el tratamiento de residuos, en el conjunto de las infraestructuras, en los servicios públicos… Y hasta en la identidad y en la propia convivencia.

Para el presente y el futuro importa más la calidad que la cantidad y ello lo confirma la rentabilidad de los espacios turísticos de elevado nivel, como Meloneras.

Resulta difícil imaginar que hace muy pocos años Veneguera estaba destinada a albergar unas 140.000 camas turísticas, a repetir el modelo que se extendió a partir de los años sesenta con indudables éxitos pero también con errores y lastres irreversibles.

La rescatada maqueta de aquel proyecto, con sus modernas edificaciones, carreteras y campos de golf debe quedar expuesta en el museo de lo que pudo ser y afortunadamente no fue.

Escuela unitaria 

Sus escasas y diseminadas edificaciones actuales, algunas todavía en buen estado, constituyen una vieja foto de la Gran Canaria de los años cincuenta del pasado siglo. Cuarterías donde malvivían los aparceros, almacenes o pozos con su vieja y voluminosa maquinaria traída en burros desde el puerto de La Aldea.

Hasta la vieja escuela unitaria, que servía también de casa del maestro, y una diminuta ermita en la que rogar a dios para salir de tanta pobreza de siglos. En sus mejores momentos unas 3.000 almas estaban censadas en esta zona del sur grancanario, donde venían a trabajar personas procedentes de Tejeda o de La Aldea.

Pardelas

Estuve de acampada en la playa de Veneguera hace ya cuarenta años. Recuerdo, especialmente, sus apacibles noches y el canto de las pardelas que dejó impresionado a un niño urbanita en aquella su primera escapada fuera de casa y lejos del asfalto.

Estos días, coincidiendo con mi visita, un grupo de expertos de la Universidad de Barcelona permanece en Veneguera para investigar el comportamiento de estas aves pelágicas.

Una especie protegida en las islas tantas veces noticia por la caza y comilonas organizadas por algunos desaprensivos, como ocurrió en septiembre pasado con varios ejemplares de pardelas cenicientas en Alegranza, en el archipiélago Chinijo.

Otros expertos, en este caso agricultores almerienses, están estos días en Veneguera por otros motivos. Tratan de comprobar la viabilidad del cultivo de diversas frutas con cosechas recogidas en invierno, justo cuando no las proporciona el mercado local y hay que recurrir a productos agrícolas traídos de países como Chile.

Veneguera ofrece muchas posibilidades. Se diría que es un verdadero milagro que hoy no sea un emporio turístico más. Y que, frenado su deterioro por el abandono sufrido durante décadas, comience su recuperación con fincas cuidadas con esmero en los que algunos viejos muros han sido reparados pero con otros, irrecuperables, se ha procedido a su sustitución por novedosas estructuras completamente mimetizadas con el medio.

Cerca de un centenar de operarios trabaja en el barranco y sus laderas. La presencia de maquinaria puede resultar equívoca. Por una vez, y esperemos que sirva de precedente, la intervención humana va en la senda contraria a la habitual.

Se trata de ganar espacios agrícolas en una más que generoso suelo, de cincelar con mimo una tierra olvidada para que vuelva a dar frutos y genere belleza pero también riqueza y empleo.

Sueño

Observando sobre el terreno la magnitud de la obra en marcha, conociendo los proyectos que se comienzan a plasmar y otros que germinarán en el futuro más inmediato, podemos llegar a pensar que todo es una obsesión de Eustasio López, el máximo responsable de Lopesan, empresa propietaria de los terrenos otrora destinados a uso turístico.

Un sueño al que, metódicamente, dedica buena parte de su tiempo y un generoso esfuerzo económico; apoyado por un equipo de hombres y mujeres, tan entusiastas como cualificados, con el que mantiene comunicación constante.

Un sueño que no sé si todos los hombres y mujeres de esta tierra compartirán y reconocerán. Ya se sabe que somos más dados a poner la alfombra y a adorar a los que vienen de fuera, a los que en muchas ocasiones ofrecemos más facilidades y reconocimiento que a la gente local.

Volver a poner en marcha la actividad agrícola tras décadas de total abandono no es nada sencillo. Ni barato. Y exige, además, tiempo, paciencia, perspectiva de futuro. Así como asumir riesgos a la hora de introducir nuevos cultivos que funcionarán o no.

Convenios 

En el caso de Lopesan, el compromiso con el consumo de productos locales en sus once hoteles en Canarias es pleno. Para ello ha suscrito distintos convenios con diversas cooperativas con el objetivo de garantizar el suministro de alimentos del país al grupo.

Aseguran que productos como “las papas negras, las fresas, los frutos rojos y algunas lechugas como la rizada o la hoja de roble son provistos exclusivamente por cooperativas canarias”. Traducido en algunas llamativas cifras: los hoteles de la cadena consumen 100.000 kilos de papas o 40.000 kilos de fresas al año. El total de kilos en frutas y hortalizas alcanza los 5 millones, creciendo en los últimos años un 40% en lo que a productos locales se refiere.

La adquisición de Veneguera ha sido determinante para crecer en esa línea de actuación. Desde 2014, indican sus responsables, se han realizado “mejoras en la producción, limpiado los campos, organizado la finca y se ha concentrado en la intensificación de los frutales, llegando a abastecer, con frutas de temporada, a los hoteles que el grupo posee en Gran Canaria, y vinculando así el sector turístico con el primario, lo que permite dar a conocer a los clientes los productos de la tierra y mejorar la calidad de la oferta gastronómica en el destino turístico”.

Identidad

“Un pueblo que no bebe su vino ni come su queso, tiene un grave problema de identidad”. Lo señaló Pepe Carvalho, el detective creado por Manuel Vázquez Montalbán, en ‘El barco fantasma’, tras intentar tan repetida como infructuosamente consumir productos de la tierra en distintos restaurantes de Canarias, un síntoma, según Carvalho “de que las islas se desconocían a sí mismas”.

Fue en los años ochenta del pasado siglo y algo hemos avanzado desde entonces; pero, seguramente, no lo suficiente. Si el detective gallego volviera hoy por nuestra tierra tendría, afortunadamente, muchas más oportunidades de disfrutar de nuestros productos locales.

Y, aunque con retraso, la colaboración entre el sector turístico y el sector primario canario comienza a ser una ilusionante realidad. Con múltiples beneficios y una mejora sustancial de la propia marca e imagen turística de las islas.

En un futuro próximo igual hasta dispondremos de la posibilidad de degustar vinos elaborados con uvas procedentes de Veneguera. Carvalho/Montalbán lo disfrutaría plenamente, porque, como bien afirmaba, “nada hay tan reconfortante como comer y beber lo que producen los cuatro horizontes que te rodean”.

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