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ENTREVISTA
Doctora en Ciencias de la Educación y gerontóloga

Lourdes Bermejo: “Si en España hubieran fallecido más niños, el país se hubiera parado, pero si mueren 25.000 personas mayores no pasa nada”

Lourdes Bermejo, gerontóloga.

Javier Fernández Rubio

13 de diciembre de 2020 20:52 h

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Lourdes Bermejo reside en Santander y es doctora en Ciencias de la Educación y gerontóloga, además de vicepresidenta de Gerontología de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) y asesora durante años de Unate-Universidad Permanente, donde este lunes a partir de las 19.00 horas estará en directo dentro del ciclo 'Palabras Mayores'. Desde su posición, ha asistido a cómo la pandemia por coronavirus ha sacado a la luz un modelo de asistencia a las personas mayores que lleva años necesitando un replanteamiento. Bermejo considera que nuestra sociedad tiene el déficit de no prestar atención al cuidado de unos a otros y que, en el caso de las residencias, en la pandemia, las consejerías de Salud no han prestado la atención sanitaria que necesitaban los ciudadanos mayores que viven en las mismas, actuando como si fuera responsabilidad de los Servicios Sociales. Como telón de fondo, se plantea un cambio de modelo, no tanto en el carácter público o privado de los centros residenciales, sino en sus dimensiones y los cuidados que genere, abandonando las macroinstalaciones y buscando crear, incluso dentro de estas, entornos de vida y de cuidados más pequeños y hogareños y con buenos y variados servicios a su disposición. En esta tendencia, España va con años de retraso con respecto a otros países.

Según un estudio de la Fundación la Caixa, entre el 26% y el 34% de las mujeres mayores se sienten abandonadas o echan de menos la compañía de los demás (aislamiento social). ¿Es la soledad el mayor problema de los mayores?

La soledad no es el mayor problema de las personas mayores. Hay otros temas que están ahí, que están asociados con la soledad y la potencian. La soledad no deseada ha aumentado en todas las edades. Hay investigaciones que hablan de soledad no deseada, de vivencia de aislamiento, en jóvenes y en todos los grupos de edad. Es un tema que como sociedad nos tenemos que mirar. La hiperconexión con tecnologías virtuales no ha generado formas de socialización, de relación, de vínculo entre las personas y nuestra sociedad tiene un problema. Es importante no asociar solo vejez y soledad porque caemos en ideas estereotipadas como el que todas las personas mayores están solas o de que solo ellas se sienten solas y no es cierto.

¿Cómo se generan esos estereotipos?

Las ideas negativas sobre el envejecimiento son generalizaciones negativas que se consideran verdad. Y hacen que veamos a las personas mayores no como son, sino como los estereotipos dicen. Además, también son muy perjudiciales pues hacen que las propias personas mayores se las crean, se sientan menos valiosos y capaces, y al final también los estereotipos les influyen en cómo se sienten y se comportan.

¿Y cómo se desmontan?

Sobre la soledad y las personas mayores hay que analizar el tema con más detalle y profundidad pues detrás de la soledad siempre hay otros temas importantes. Por ejemplo, la soledad está relacionada con la salud. Las personas enfermas se sienten más solas que las no enfermas; están más solas las personas que viven en pisos con barreras arquitectónicas; personas que están en situación de pobreza y faltas de recursos; también hay más soledad cuando las oportunidades del entorno son malas, cuando no hay lugares para relacionarse, centros de ocio u oportunidad de actividades físicas, recreativas o de aprendizaje. Una persona cuando se jubila o desde que el 'nido' queda vacío, tiene por delante 20, 25 años de vida y tiene que tener posibilidad de 'reinventarse', de participar involucrándose en iniciativas que tengan sentido y valor para ella. Cuando las personas disponen de oportunidades (actividades, roles y relaciones variadas que van desde el apoyo a su familia hasta participar en iniciativas diversas, el sentimiento de soledad es mucho menor. Habría que indagar en los territorios específicos qué oferta existe, si es diversa y accesible, conocer su interés y valoración por las personas que los utilizan y hacer propuestas de mejora, además de eliminar las barreras, etc. 

Si la soledad se trasplanta a las personas mayores que viven en residencias, ¿queda mitigada o se mantiene?

En general, las personas que viven en residencias tienen más dificultades para mantener los vínculos, las relaciones de las personas que quieren y aprecian (familiares, amigos, vecinos...). Con el aislamiento obligado causado por la crisis sanitaria, este aislamiento esta siendo muy grave y visible por todos. Existe un problema con la concepción, el diseño e incluso con el lenguaje en relación a las residencias de personas mayores. Se habla de personas que viven en la comunidad como lo contrapuesto de quienes “están institucionalizadas”. Y esta es una visión inadecuada, negativa y perjudicial de las residencias y de las personas que viven en ellas. Los residentes no están ingresados en un centro de internamiento, las personas viven en centros residenciales que forman parte de la comunidad, que deben estar abiertas a las familias, a los vecinos, a la comunidad. Ello no es sencillo de llevar a practica y los centros que trabajan bien se esfuerzan en esta integración antes de la pandemia, pero ahora, el aislamiento y la exclusión social de los centros y de las personas que allí viven se está viendo con toda su crudeza.

¿Qué respuesta cabe dar a la calidad de vida de los mayores desde las instituciones?

La calidad de vida es una percepción subjetiva de la persona que depende de muchos elementos. Depende del bienestar físico, del bienestar emocional, de la calidad de las relaciones de esa persona, del bienestar material. También da calidad de vida el concepto de inclusión, sentirse parte de la comunidad, el desarrollo personal, tener ocupaciones, pasarlo bien. Y también, los derechos. Si la persona tiene derecho a decidir, a expresarse, a recibir información, cuando no se le respetan no puede hablarse de calidad de vida. Si una residencia trabaja bien, su objetivo es favorecer la calidad de vida de estas personas. ¿Pueden hacerlo? Sí, claro. Hay algunas que llevan años desarrollando procesos de mejora para que sea una realidad en el día a día de las personas. Otras, sin embargo, aún no han empezado. La calidad asistencial no es solo que todo esté muy limpio y se cumplan los horarios sino que se promueva la calidad de vida de cada una de las personas que allí vive. Con la pandemia, muchos derechos están restringidos, hábitos y preferencias están muy limitados o imposibilitados. La calidad de vida de las personas que viven en residencias está arrasada, tras casi 10 meses de una vida que es todo menos 'nueva normalidad'. La situación es muy dura para ellos. Hay muchas personas que por su situación de salud ni siquiera pueden comprender lo que esta sucediendo y lo viven como un castigo o una condena. También está siendo muy difícil para aquellos que viven en su vivienda, pero la diferencia es que estos al final pueden tomar sus decisiones y, regulando el riesgo, salir, ver a sus seres queridos, etc. Quienes viven en residencias, no pueden hacerlo.

¿De quién es la responsabilidad de la calidad de vida?

Hemos de pensar que los trabajadores y profesionales que trabajan en las residencias no pueden nunca sustituir la responsabilidad de la red primaria de apoyo (de los familiares, de los más allegados) porque las personas necesitamos poder relacionarnos y sentirnos queridos por ellos. Y este es un problema, ya que hay quienes delegan esta responsabilidad afectiva, aquellos que piensan que por estar en una residencia la persona ya lo tiene todo y que no hace falta ir a ver, a estar con tu familiar. Una cosa es `estar atendido`, y otra cosa es tener la calidad de vida y ser feliz.

Tenemos que construir una sociedad que dé oportunidades de participación, en la que nos relacionemos y preocupemos unos de otros. Para personas que viven en sus casas, que haya organizaciones de personas mayores, asociaciones de vecinos que se preocupen de la buena vecindad, asociaciones en las que implicarte según tus intereses (culturales, religiosos, deportivos, educativos...) es muy importante. Una sociedad civil articulada y participada va a generar oportunidades para que las personas mayores puedan participar en ella, y así se previene la soledad no deseada.

¿Esta pandemia ha puesto de manifiesto que gran parte de la sociedad es indiferente ante la suerte que corran las personas mayores?

Esta sociedad tiene un déficit: no nos hemos dado cuenta aún de que para avanzar y ser una sociedad próspera y justa, en la que las personas seamos felices hay que apoyarse y cuidarse unos a otros. Todos somos en algún momento de nuestra vida dependientes, pues en realidad todos somos interdependientes, nos necesitamos o nos necesitaremos en otro momento. Una sociedad es avanzada cuando los miembros se apoyan o cuidan entre sí, desde la red primaria, la pareja, la familia. Pero esta idea no se esta trasmitiendo y, además, hay pocos miembros de la familia dispuestos a cuidar de una persona mayor con un proceso de larga duración, más cuando hay discapacidad. Entonces se produce con frecuencia, una retirada general de los miembros de la familia. Hablamos de cuidados cuando todos nos apoyamos mutuamente y se comparten afecto, tiempo, recursos... Cuando una persona mayor está en una residencia tal vez no hay que dar cuidados físicos..., pero sí afecto y compañía. Las redes de cuidado primarias son esenciales y deberíamos de estar hablando de ello, sensibilizándonos y poniéndolo en practica. Y evitar comprar la idea de que los cuidados son responsabilidad exclusiva de la administración, de las residencias. Delegar así los apoyos y cuidados de la red primaria es un desastre. Si los allegados no apoyamos se genera un aislamiento que dificulta a la persona poder satisfacer sus necesidades psicosociales y de afecto, que se sienta sola y no tenga la calidad de vida que merece. Con la pandemia se ha agrandado muchísimo esta situación.

¿La respuesta social e institucional hubiera sido igual si la letalidad del virus se hubiera cebado con sectores más jóvenes de la sociedad?

No, yo creo que no. Si en España muriesen miles de niños, el país se para. Si mueren 25.000 personas mayores no pasa casi nada. Desgraciadamente esto es resultado de la desvalorización que tenemos de las personas mayores y en general de la vejez.

¿Qué respuesta cabe dar ante las situaciones de desamparo derivadas de una crisis sanitaria?

Las personas mayores que viven en sus casas y se sienten desatendidas tienen que hacer llegar sus reclamaciones a los propios recursos (sociales, sanitarios, etc.) y en las residencias me consta que los buenos directores, cuando sienten que hay una desatención de los servicios de salud, llaman a Fiscalía. También hay que intentar que los medios de comunicación evidencien las situaciones de desamparo.

La primera oleada cogió por sorpresa a todo el mundo. Sus efectos fueron devastadores en las residencias, pero en esta segunda, y la tercera que ya se avecina, no se puede decir que no se esperase. Pese a las prevenciones introducidas, el efecto ha sido también devastador. ¿Estamos ante un problema de modelo?

Fue un gran error durante la primera oleada minimizar el riesgo y no adelantarnos y prepararnos a la situación, a nivel político y técnico, lo que supuso efectos terribles. Fue un error por no estar preparados, al no haber hecho sistemas de derivación, de coordinación, de capacitación, de acopio de material, etc., cuando sabíamos lo que sucedía en China e Italia, y, con un vuelo directo de Milán en plena pandemia a Santander. Ahora, pese a las medidas introducidas, el efecto también está siendo terrible. ¿Cuál es el problema? Un importante problema es que hay una tasa de contagio enorme en la Comunidad y si la sociedad se contamina ese efecto va a llegar a las residencias. Si los ciudadanos fueran más precavidos la tasa de contagio sería menor y las residencias tendrían menos problemas y podrían aliviarse algunas medidas que hacen sufrir mucho tanto a quienes allí viven como a los que allí trabajan. También debería haberse mejorado aún más la coordinación socio-sanitaria, testar frecuentemente al personal que trabaja en las residencias, la detección precoz de las personas residentes que enferman, capacitar y disponer de nuevo personal por si este enferma en los centros...

Pero ¿hay un problema de modelo?

Sin duda. En muchas comunidades autónomas no se ha entendido que las personas que viven en las residencias han sido cotizantes de la Seguridad Social y tienen derecho a sanidad pública y gratuita. Que en una residencia haya personal sanitario cubriría cuidados cotidianos y poco más, pero el resto de atención sanitaria debiera ser dado por el sistema público de salud, como para el resto de los ciudadanos: por Atención Primaria o por especializada, cuando corresponda. Nuestro sistema de salud debiera estar orientado hacia la ciudadanía que lo forma. Somos una sociedad longeva, con personas que tenemos enfermedades crónicas y que, en fases de envejecimiento avanzado, pueden generar dependencia y, por tanto, necesidad de apoyos o cuidados. Esta es la sociedad que somos. Llama la atención la escasez de formación y de servicios especializados hacia las personas mayores frágiles, de una geriatría comunitaria que atienda a las personas allá donde vivan, en su casa o en una residencia. La atención a la cronicidad, haciendo prevención, ofreciendo posibilidades de rehabilitación o de cuidados cuando se necesiten, es necesario para favorecer la salud integral de las personas, que son la meta de nuestros sistemas de salud y de cuidados.

En relación a las residencias, en la práctica ello debería verse en una adecuada coordinación socio-sanitaria. Ahora en esta crisis, la respuesta de Salud debería haber sido más proactiva, por ejemplo: se podrían haber desplazado especialistas sanitarios a los centros para capacitar al personal, para ayudar a aplicar los protocolos, a hacer eficientemente los sistemas de aislamiento internos, verificado la seguridad de los sistemas de visita de familiares para garantizar que se pudieran realizar y no eliminarlos. Si esto no se hace, que no se ha hecho, es muy difícil de aplicar por un personal en las residencias que no tiene por qué ser sanitario ni experto, máxime si quien lo diseñó lo hace desde un despacho y sin conocer la realidad tan diversa de las residencias.

Otro problema de lo que no se ha hecho bien es que la población diana de los test desde el primer momento debiera haber sido la de los trabajadores de las residencias. Habría que haberles testado y dado material de protección desde el primer momento. Ha fallado la coordinación y una falta de consideración por parte de Salud sobre su responsabilidad con las personas que viven en residencias.

¿Hay algo que haya funcionado bien?

Sabemos que han funcionado bien en Cantabria el hecho de disponer de centros de atención intermedia, pudiendo aislar y atender a la persona contagiada fuera de la residencia (cuando eran asintomáticas o con sintomatología leve) porque si se hace dentro es muy difícil y se acaban contagiando otras personas y sucede lo que sucede, aumentan mucho los enfermos, el sufrimiento y la mortalidad. Ello ha evitado, seguro, contagios y fallecimientos.

Nuestro sistema de salud debiera estar orientado para atender a las personas en situación de dependencia y de cronicidad, porque esa es la sociedad que tenemos

¿Es entonces el propio modelo de residencia el que queda cuestionado más que su tipología?

La mayoría de las plazas que tenemos en Cantabria son públicas, ya que están financiadas por la Ley de Dependencia. Lo que pasa es que el prestador es privado y está concertado. Las plazas en centros públicos son muchísimo más caras que las plazas publicas prestadas por una entidad privada. Si ya teníamos déficit de plazas públicas y había una lista de espera para el acceso a una plaza residencial, ¿cómo sería si tratásemos de que todas las residencias fueran de titularidad publica? Es imposible. Además, tampoco creo que sea lo deseable. Por ejemplo, en relación a la pandemia, una residencia privada que hubiera tenido respuesta o ayuda de los servicios sanitarios hubiera funcionado perfectamente. La titularidad aquí no es garantía de nada ni demuestra nada.

Lo que es una realidad y es muy negativo para el sector de los cuidados es que los trabajadores de las residencias (sobre todo los de las privadas) están mal pagados, peor que sus compañeros de las públicas. Eso no es justo, al fin de al cabo, su trabajo y responsabilidad es similar. Aumentar el personal de los centros y subir el sueldo ayudaría a mejorar la atención y garantizaría, a la larga, que mas personas quieran trabajar en el sector, algo que hoy por hoy es un problema. Para poder hacerlo, la administración debería pagar más por la plaza y esto hay que asumirlo pues implicaría más financiación de la Dependencia.

¿Qué significa que una plaza pública la proporcione un prestador privado? Este tiene que dar un servicio de calidad con unos estándares, un modo de organización, de trabajo y organización que ofrezca esa calidad de vida de la que hemos hablado. Ello debe estar recogido en el marco normativo y, al ser una exigencia, debiera haber un sistema de calidad e inspección capaz de garantizarlo y de facilitar, en un acompañamiento técnico y pedagógico, que las entidades mejoren y alcancen ese nivel de calidad de cuidados que las personas merecen. Por lo tanto, debería dar lo mismo quién preste el servicio, puesto que la responsabilidad de la administración no es tanto prestar los servicios sino garantizar que éste se preste y del modo idóneo y correcto.

¿Vamos hacia un modelo de residencias más pequeñas o de atención al mayor en espacios domésticos?

Sin duda. La mayoría de las personas queremos envejecer y permanecer en nuestra casa. El problema que tenemos es que los servicios de ayuda a domicilio (SAD) están aún muy poco desarrollados. El número de horas de prestación es escaso, tampoco se dan otros servicios que serian necesarios como lavandería a domicilio, alimentación a domicilio, servicios de estimulación/rehabilitación a domicilio, etc. Los horarios de la prestación del SAD son restringidos, no se dan de lunes a domingo, ni a cualquier hora del día o la noche. Además, hay zonas rurales en donde no hay centros de día, que también tendrían que desarrollarse para poder combinarlos con apoyos en el hogar. Ello crearía empleo y fijaría población en las zonas más despobladas. Las personas que a pesar de todo no puedan estar en su casa necesitarán vivir en un alojamiento compartido. Pero ya hay países que hace 30 años que no hacen residencias como nosotros las entendemos. Construyen equipamientos con otro enfoque y remodelaron las que tenían creando pequeñas unidades más pequeñas con entornos más hogareños, lugares donde las personas pueden desplazarse, relacionarse y hacer más cosas. No son instalaciones frías, desangeladas, masificadas, sino otras mas pequeñas donde se puede hacer una vida más parecida a la que se hace en casa. Ese es el futuro, el problema es que esto hay que pensarlo, diseñarlo y planificarlo. Desde la gerontología llevamos diciéndolo desde hace una década. No podemos vivir igual de bien en una residencia con 200 personas que en un lugar más a tu medida y conviviendo cotidianamente con 15 o 20 personas. Sabemos, gracias a muchas investigaciones, que los factores ambientales, sociales y psicológicos están muy relacionados, y que nos ayudan a tener o no calidad de vida.

¿Conoce algún país que haya reaccionado durante esta pandemia de una manera modélica con respecto a los ciudadanos mayores?

Yo no hablaría tanto de países, sino de iniciativas y organizaciones más acertadas. Hay territorios dentro de España en donde los servicios sociales en entornos comunitarios han funcionado muy bien, identificando iniciativas de solidaridad que se producían de forma informal y las han fortalecido y visibilizado, además de generar rápidamente nuevas formas de apoyo. Territorios donde el personal ha ido directamente a las casas y donde la Atención Primaria de salud ha visitado a las personas. Hay quienes tenían censos de las personas mayores que viven solas y han hecho un seguimiento desde el primer momento de forma telemática o presencial desde los Servicios Primarios Sociales o de Salud.

En el ámbito de las residencias, hay muchas buenas practicas realizadas, como proporcionar equipos de protección a los familiares de personas que se agravaban y estaban en fase terminal para que pudieran despedirse, mientras que en otras no lo han favorecido, y las personas han fallecido solas. En algunos territorios se entendió como personal esencial al personal de atención psicosocial y este se quedó trabajando en las residencias (acompañando este aislamiento, informándoles y dándoles seguridad, facilitando su comunicación con los familiares), mientras que en otros sitios esto no se hizo. En las residencias donde no se ha hecho este abordaje integral, las personas han tenido mas sufrimiento y daños en su salud y bienestar integral.

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