Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Tierra baldía
Seguramente, mientras leía el otro día 'La tierra baldía' se me contagió la angustia del viejo poema de T.S. Elliot, pero ese estrés quedó severamente agravado tras hojear una estadística del INE que habla de una notable pérdida de población en Santander.
Realmente no hace falta mirar con demasiado detenimiento las cifras del Instituto Nacional de Estadística para conocer que hemos perdido cerca de diez mil habitantes en los últimos cinco años. Basta con dar un corto paseo por nuestra ciudad para percatarte de que algo estamos haciendo mal.
Me hace daño a la vista, por ejemplo, mirar los bajos del Gran Casino, antaño tan rebosantes de movimiento que se hacía imposible pensar en verlos ahora tan cerrados y solitarios. Junto al vacío ausente de las terrazas apenas queda la sombra de los recuerdos juveniles en el Lisboa, donde no era difícil tomarte un par de cervezas con los jugadores del Racing por compañía. No me invento nada, en aquellos días pagabas una ronda a Quinito y Jiménez y ellos correspondían de inmediato, mientras te comentaban el último partido. Me puede la nostalgia de una época en la que el fútbol era fútbol, el Racing era el Racing, la cerveza era cerveza y El Sardinero era El Sardinero.
Las tablas tapan ahora sus ventanales, lo mismo que los del Venecia, donde mi padre y sus amigos se jugaban el café y las copas de coñac al mus. Ni siquiera sobrevive aquel chino que vendía una fruta más que pasable en el mismo local donde los que ya tenemos cierta edad nos hemos jugado el prestigio en unos cuantos pierde-paga al futbolín.
Pero la gente se marcha de Santander y eso quiere decir que en esta ciudad ya no quedan oportunidades. Hacen las maletas y buscan un lugar más benigno, más abierto y más amable, que les proporcione una mínima oportunidad de vivir y cumplir una centésima parte de sus sueños.
En las playas de Margate -escribe Elliot-
no puedo enlazar nada con nada.
Las uñas rotas en manos sucias.
Mi pueblo, humilde pueblo,
que no espera nada.
Los precios de la vivienda siguen muy altos, los sueldos no tienen la más mínima relación de dignidad con una vida respirable y el viejo paradigma de esfuerzo igual a éxito ya no se sostiene ni en los cálidos días de sur.
Supongo que lo escribo con la amargura de tener a un hijo de veinticuatro años buscándose la vida al otro lado del mundo, pero le admiro que reniegue de este marco incomparable que nos regala paisajes fotográficos, pero no nos deja vivir.
Tras las rojas antorchas en los rostros sudorosos -continúa Elliot-
tras el escarchado silencio en los jardines,
tras la agonía en lugares de piedra,
la exclamación y el llanto,
palacio y cárcel y estampido.
Sobre montes lejanos del trueno en primavera,
aquel que estuvo vivo, ahora está muerto.
Sobre este blog
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