Una película de un cineasta 'amateur', la única representante española seleccionada para el festival de Berlín
“Nunca había soñado hacer cine ni nada parecido, pero me dí cuenta de que era un gran lugar para hacer una película”.
Álvaro Gurrea (Barcelona, 1988) recuerda fascinado la primera vez que llegó al volcán indonesio Kawah Ijen en 2016. En ese momento era un licenciado en Economía sin pulsiones cinematográficas. Había tenido un empleo en una consultoría y llevaba unos años trabajando en el sector textil. “Fue una especie de éxtasis”, rememora. Desde la cima se apreciaba un gran lago en el interior del cráter con un agua turquesa humeante. El aire era altamente tóxico. Centenares de mineros subían y bajaban desde el interior del volcán con grandes bloques de azufre que venden en una empresa cercana. La escena la observan a diario hordas de turistas atraídos por la belleza natural de un sitio altamente peligroso. “Era un sitio ultraturístico ante una actividad totalmente infrahumana”, señala.
Se obsesionó con la idea tras visitar el volcán y empezó a acudir periódicamente al lugar a grabar lo que sucedía. Cinco años después, su película Mbah Jhiwo [Alma anciana, en su traducción], rodada con los mineros del volcán y producida de manera totalmente amateur, es el único filme español seleccionado para el Festival Internacional de Cine de Berlín, que se celebrará del 1 al 5 de marzo.
A través de una historia cíclica que se repite tres veces con distintos matices, el film aborda los paralelismos que tienen los diferentes sistemas de creencias que imperan entre los habitantes de la zona. Son el animismo de influencia hindú, el islamismo y el capitalismo tecnológico. “Tres sistemas de creencias que en occidente pueden parecer de distintas épocas, pero en Indonesia se han acumulado en el tiempo en esa pequeña población debido a la historia colonial del país”, analiza Gurrea desde su domicilio en Barcelona.
Gracias a un contacto que conocía su mujer, accedió al mundo de estos mineros y labró durante años una relación de amistad con ellos. Lo primero que hizo fue desplazarse a convivir durante dos semanas con los trabajadores del volcán. Solo una persona de todo el pueblo hablaba inglés. “En la mina están muy acostumbrados a ver turistas, pero en cambio fui el primer blanco que veían en el pueblo”.
Gurrea apenas podía comunicarse con los vecinos, pero les grababa durante jornadas maratonianas. “Ellos me enseñaban cosas que consideraban interesantes y yo les dejaba hacer”, recuerda. “Había una distancia inmensa entre la manera con la que yo les miraba y cómo me percibían ellos”.
Gurrea se matriculó en el master de cine documental de la Universitat Pompeu Fabra y, mientras estudiaba el curso, planeó un segundo viaje. Antes de regresar, sin embargo, aprendió indonesio en Barcelona para poder comunicarse con los mineros. “Al volver hablando su idioma, la relación cambió de manera radical”, apunta. “Entré con otro registro, mucho más cercano e íntimo”.
Todos los actores del filme son miembros de una misma familia y no habían actuado nunca. La mayoría ni siquiera le tomaban en serio y no creían que de allí iba a salir una película. El día que más gente hubo trabajando detrás de las cámaras había solo cuatro personas: Gurrea, su mujer Carolina Díez-Cascón -que ejercía de diseñadora de producción-, un sonidista y un ayudante de dirección. “Habíamos establecido una buena relación y nos divertíamos haciendo cine, pero ni ellos y creo que tampoco yo sabíamos qué iba a salir”.
A pesar de que con los mineros él se comunicaba en indonesio, la película está grabada en osing, un idioma que hablan apenas unos 300.000 habitantes de la isla de Java. “No quería cambiarles el idioma, hubiese sido como grabar una película en un pueblecito de Catalunya con actores hablando castellano”, explica. Gurrea no entendía ni una palabra de lo que decían sus actores, pero les dejaba hacer y lo grababa todo con plano fijo. “Acepté que las conversaciones podían irse a territorios que yo no controlaba, pero era una de las cosas que me interesaban”.
Al inicio ni siquiera había guión. Gurrea les decía el tema del que quería que hablasen y les dejaba hacer. Algunas conversaciones duraban horas sin que el director se enterase de su contenido. “Hay que recordar que no son actores profesionales”, señala. “Cada vez que intentaba que tuvieran un diálogo preciso se perdía la naturalidad”. Durante el último rodaje sí que les transmitió un guión para varias tomas, pero solo les dejaba leer el texto minutos antes de grabar para que no lo pudieran memorizar.
El resultado es una interesante reflexión sobre la fe en lo intangible cuando azota una tragedia. Puede ser un dios, un espíritu o una estafa piramidal con una criptomoneda imaginaria: la confianza ciega en lo mágico puedo llegar a límites insospechados cuando se atraviesan momentos complicados. La película también sugiere que el éxito de estas religiones o creencias, además, estará siempre determinado por el número de personas que se sumen al credo.
La sorpresa de Berlín
El día que Mbah Jhiwo se proyectó en el festival de San Sebastián, la mitad de la sala se fue a la primera media hora. Pero al acabar, un programador de la Berlinale se le acercó a la productora del filme y le dijo que le había emocionado mucho. La película es ahora una de los 17 seleccionadas para la sección Forum del festival.
Gurrea es consciente de que su ópera prima tiene poco recorrido en el cine comercial. Pasó por las secciones de desarrollo (donde las productoras buscan filmes y los cineastas financiación) de los principales festivales europeos, pero nadie se atrevió a invertir su dinero.
“La película siempre ha recibido un gran interés por parte de los programadores de festivales, pero las personas y productoras que se han planteado una relación económica con el filme han salido corriendo”, admite. “Es probable que sea demasiado radical para los baremos de la industria”. Al enterarse que había sido seleccionado para la Berlinale, optó por autofinanciar la posproducción de la cinta.
El director defiende sin ambages el carácter ‘amateur’ de su cine. “Es un valor muy denostado por la sociedad de la eficiencia”, explica. “Mi cine es ‘amateur’ en el sentido clásico de la palabra: el que lo hace por placer y por amor”.
También insiste en su mirada sobre los trabajadores de la mina. Según él, la mayoría de medios ha estigmatizado el estilo de vida de los mineros del volcán por las duras condiciones y el riesgo de trabajar en la zona. “El trabajo es duro y está mal pagado, pero sus condiciones son mucho mejores que ciertas miserias urbanas que vemos a diario en occidente”, afirma. “Ellos no se perciben a si mismos como un colectivo miserable”.
Tras cinco años acudiendo periódicamente a este misterioso volcán, Gurrea era ya un habitual del lugar y todos los mineros le conocían. También acabó labrando una gran amistad con toda la familia que protagoniza la película y accediendo a un círculo de personas que no están habituadas a tratar con extraños. “En su universo entra muy poca gente pero yo he acabado formando parte de su círculo y ellos del mío”, apunta el cineasta.
El amor por Indonesia y su cultura incluso llevó a Gurrea a casarse en ese país en el verano de 2019, acompañado de un reducido círculo de sus amigos más íntimos. Cuando la boda hacía unas horas que había empezado apareció una familia de indonesios al enlace: eran los protagonistas de Mbah Jhiwo, que lo querían acompañar en ese momento tan especial.
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