“La mitad de la población de Catalunya tuvo que huir del horror provocado por Franco. Hoy, en Barcelona, le inauguran una exposición sin rubor”. Este tuit, escrito el pasado 17 de octubre por Marta Pascal, la coordinadora general del Partit Demòcrata Europeu Català (la antigua Convergència), más allá del error cuantitativo sobre el número de exiliados que provocó la victoria franquista en la Guerra civil, denuncia la inauguración de una exposición supuestamente pro-franquista auspiciada por el Ayuntamiento de Barcelona. La citada exposición no es otra que “Franco, Victòria i República”, convertida en el centro de la última polémica política en Catalunya por situar en la entrada del recinto de El Born Centre de Cultura y Memòria una estatua ecuestre de Franco (decapitado). Dicha estatua, que fue retirada tras acabar por los suelos la noche del pasado jueves, es una de las tres piezas que sirven a la exposición para denunciar la pervivencia de los símbolos franquistas en el espacio público en tiempos de democracia. Sin ir más lejos, la estatua ecuestre en cuestión permaneció en el patio de armas del castillo militar de Montjuïc hasta 1985.
La caída y posterior retirada de la estatua ha sido interpretada por sectores del soberanismo catalán, más concretamente por los mismos sectores que gobiernan la Generalitat y están en la oposición en el Ayuntamiento de Barcelona, como una verdadera victoria política. La hostilidad hacia la propuesta expositiva, que venía anunciándose desde verano, se materializó el día de la inauguración con actos de protesta, donde participaron las organizaciones juveniles de los partidos gobernantes en Catalunya. En dichos actos, más allá del lanzamiento de huevos contra la estatua (en una suerte de militancia antifranquista en diferido), se profirieron insultos contra los organizadores y aquellos que les acompañaban en la inauguración. El punto álgido de la perversión llegó al acusar de franquistas a los representantes de asociaciones de víctimas de la represión fascista como la Associació Catalana d’Expressos Polítics i Amical de Mauthausen.
Ante esta situación, cabe preguntarse si existe algún indicio que apunte a la voluntad por parte de los impulsores de la exposición de restituir el franquismo en el espacio público. El objetivo de los responsables, tanto políticos como científicos, se manifiesta claramente en la presentación de la exposición, al afirmar que su voluntad no es otra que reflexionar sobre “la banalización de la dictadura durante la democracia como base de la impunidad de sus protagonistas y de la dificultad de restablecer la memoria de la república y de las clases subalternas”. Precisamente los máximos responsables científicos, los historiadores Ricard Vinyes (Comisionado de Programas de Memoria del Ayuntamiento de Barcelona) y Manel Risques (Comisario de la exposición) han destacado en su trayectoria académica por rescatar la historia de las víctimas de la Dictadura, tal y como su extenso currículum pone de manifiesto. A esto cabe añadir que la exhibición de la estatua forma parte de una propuesta expositiva que, de forma temporal y contextualizada, invita a hacernos preguntas sobre las herencias del franquismo. Un contexto que denuncia las carencias y debilidades de nuestra cultura democrática. Dicho de otra manera, ni Franco había vuelto para quedarse, ni había vuelto a la calle. La exposición lo que se pregunta es por qué ha tardado tanto tiempo en marcharse, en aquellos lugares donde afortunadamente ha desaparecido del espacio público.
Es evidente que la estatua de Franco tenía, en su origen y su ubicación inicial en el año 1963, la voluntad de convertirse en un lugar de memoria de la Dictadura. Los lugares de memoria, haciendo nuestras las palabras del historiador francés Pierre Nora, son espacios donde el pasado es evocado para dotar de significado un hecho o una visión del mundo. Estos lugares son productores de historia y ayudan a construir nuestra memoria colectiva, aquella que da forma a nuestra identidad colectiva. Una identidad colectiva que necesita referentes en el pasado para encontrar líneas de continuidad con nuestros valores y proyectos actuales.
Pero la estatua decapitada del Dictador a caballo a las puertas de la exposición había perdido todo su significado y evocación originales. El marco es otro. El contexto, un espacio de denuncia de los restos franquistas en plena democracia, la dotaba de un nuevo significado. Su exhibición ya no suponía apología alguna del dictador, un dictador, no lo olvidemos, que aparece decapitado. Toda interpretación sobre la exhibición de la estatua sigue siendo posible, pero algunas son mucho más probables que otras, y así lo ha entendido la Fundación Francisco Franco al amenazar con denunciar al Ayuntamiento de Barcelona por no haber evitado que la estatua del Dictador perdiera la cabeza en los almacenes municipales.
No obstante, la polémica desatada no hubiera llegado tan lejos si no fuera por la irritación provocada por el lugar de ubicación elegido: El Born de Barcelona. Se trata de un espacio histórico y cultural que incluye el edificio del antiguo mercado del Born (1876) y el yacimiento arqueológico de parte del barrio de La Ribera que fue destruido tras la ocupación de la ciudad por las tropas borbónicas en 1714 durante la Guerra de Sucesión. Este espacio, acondicionado e inaugurado como Born Centre Cultural el 9 de septiembre de 2013, no sólo se ha convertido en un lugar de memoria nacional catalana, sino en un epicentro simbólico del proceso político que hace años que vive Catalunya, de ahí que muchos se refieran a él como la “zona cero” del soberanismo. La mejor muestra de ello es que la candidatura de Junts pel Sí celebrara sus resultados en ese lugar la noche electoral del 27 de septiembre de 2015. Por lo tanto, el problema respecto a la ubicación no respondía a un debate sobre las alternativas más adecuadas para la muestra, sino en la apropiación partidista de un lugar de memoria de todos los catalanes. Una apropiación que va acompañada, a su vez, de la denuncia de un supuesto intento por parte de las autoridades municipales de “desnacionalizar” el Born. La presunta desnacionalización se habría iniciado el pasado febrero con el cambio de nombre, de Born Centre Cultural a El Born Centre de Cultura i Memòria, cambio que respondía a la voluntad municipal de ampliar sus contenidos incorporando “la memoria del pasado democrático popular, ostensiblemente deficitario en el espacio público”. Siguiendo con la visión excluyente y partidista del Born, este recinto como lugar de memoria sólo podría acoger un tipo de memoria histórica, la ligada a 1714, excluyendo otras memorias ligadas a la historia de Catalunya, como la de la lucha antifascista. En otras palabras, para determinados sectores del soberanismo catalán un exceso de memorias desvirtuaría el carácter nacional del Born, una interpretación que olvida que las memorias, como las identidades colectivas, pueden ser compartidas y se someten a una continua reconstrucción por parte de la ciudadanía. Pero no todo el soberanismo ha participado de esta idea excluyente. La CUP ha visto en la exposición una oportunidad para enfrentarnos a episodios incómodos de nuestro pasado más reciente y, con su abstención en la Comisión de Cultura del Ayuntamiento del pasado 20 de septiembre, ha permitido que la exposición se planteara tal y como la habían pensado sus organizadores: sin censuras previas.
Llegados a este punto, los ataques contra la exposición bajo la acusación de rehabilitar la figura del dictador en el espacio público no serían otra cosa que combates contra enemigos imaginarios, del tipo de enemigos que el ingenioso hidalgo Don Quijote vislumbraba y con los que pensaba “hacer batalla”, a pesar de que su escudero Sancho Panza le advertía que “no son gigantes, sino molinos de viento”. Otra cosa son los ataques a sabiendas de que no se trata de gigantes, sino de molinos, por lo que el problema sería otro: donde alguien ha decidido poner esos molinos.