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CV Opinión cintillo

Activismo verde, como el tallo de las flores

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Hay un vídeo del físico Richard Feynman donde expresa con mucha claridad por qué saber, entender y explicar científicamente una flor no solo no le quita belleza sino que se la añade. 

La ciencia forma parte de la belleza de las cosas, tanto estéticamente como en el hecho de que aporta información y metodología, nuevas preguntas en otras dimensiones o formas de entender el mundo exterior.

La ciencia forma parte de los saberes del ser humano. Y por supuesto, es humana. 

Últimamente estamos asistiendo a muchas reflexiones sobre el negacionismo. No es casual, una de las corrientes más arraigadas dentro del mismo es la antivacunas, y en un momento de pandemia mundial con un proceso de vacunación masiva estas corrientes se han visualizado.

La negación de la ciencia o el “anticientifismo” ha existido “siempre”: E pour si mouve. Las pseudociencias, las creencias, algunas alineadas con corrientes políticas, otras no, algunas que cambian de signo político según el país, otras que se mantienen; son un campo de estudio dentro de muchas disciplinas, incluída la didáctica de las ciencias, la psicología o la epistemología. 

Hay un artículo extenso publicado hace años en National Geographic donde se reflexiona ampliamente sobre ello: Why do many reasonable people doubt about science?, de Joel Achenbach. En él habla de la negación de la llegada del ser humano a la Luna, el terraplanismo, la quimiofobia, los transgénicos y, por supuesto, el cambio climático. La ciencia no siempre casa con el “sentido común”. Nuestra experiencia pesa a menudo mucho más que la estadística o la evidencia. En nuestros submundos, en nuestro día a día, la Tierra está quieta, resulta incomprensible que un gas invisible que ocupa menos de una décima parte del 10% de la atmósfera esté cambiando el clima, igual de impactante que un virus que no vemos o vacunas que no entendemos de pronto lo cambien todo; el primero cerrando colegios, negocios y apagando abrazos, las segundas siendo un pasaporte a la vida social. La “contraintuitividad” del mundo natural y de la ciencia que lo explica a menudo choca con nuestras experiencias diarias y nos aleja de ella.

El negacionismo es además un nicho muy cómodo cuando tenemos miedo. La ciencia, que no es un conjunto de hechos sino una metodología, responde honestamente pero no siempre a la altura de nuestras inquietudes: el manejo de la incertidumbre nos resulta aterrador. La infalibilidad de algunas pseudoterapias o pseudociencias son mucho más reconfortantes, mágicas. Las conspiraciones están mucho más a la altura de la magnitud de nuestras inseguridades que entender que la naturaleza y el mundo a veces son simplemente muy jodidos.

La anticiencia, el negacionismo y el miedo son también un vehículo perfecto para la antipolítica reaccionaria que teje a través de ellos sus protestas contra el “sistema”, un “antisistemismo” con un claro carácter individualista. No son protestas por ganancias sociales o reivindicaciones colectivas, sino que tratan de ensalzar unas supuestas libertades individuales y un rechazo al ser social, un rechazo a todos los defectos y a todas las bondades de ese ser social y del progresismo con la nostalgia como telón de fondo. Una nostalgia hecha a medida.

En la película de moda, Don’t look up (No mires arriba), se muestra el rechazo a la solución científica pensada para desviar el cometa -mitigar el cambio climático- en favor de una solución no aprobada científicamente pero que supuestamente trae más dinero y es igual de efectiva. En la traducción al cambio climático esta solución puede refererirse a la del “bussiness as usual”, la de esperar a que decidan los tiempos de la economía de mercado, aprovechando además que “unos graditos más” en algunos lugares del mundo no pueden traer más que beneficios. Detrás de esta están los famosos informes que niegan el cambio climático pagados por las grades empresas de energías fósiles y la gente que las rodea -por ejemplo, partidos políticos financiados por ellas-, que a todos los demás nos llaman “warmists” (en la película “mirarribistas”). 

La comparación cometa versus cambio climático tiene sus limitaciones, como es normal, y de las diferencias también se saca jugo. Hay una muy importante: mientras que en la película la humanidad no es responsable de que venga un cometa -aunque sí tenga a su alcance desviarlo-, en el caso del cambio climático sí. Y esto tiene su enjundia. Porque aquello que hace responsable a la humanidad de que venga “ese” cometa es su propia forma de existir: el modo de obtener energía que nos permite tener una vida como la conocemos, con educación, sanidad, vacunas, investigación, casas, transporte, cultura, internet, comida, agua…

Es exactamente eso lo que le añade toda la complejidad política y social al problema del cambio climático. La cosa no va de hacer cinco, seis o veinte cohetes con bombas, ni de creerse o no que hay un cometa, sino de enmendar de arriba abajo un modelo colosal, decidir quién lo paga, cambiar costumbres, hacer renuncias en favor de terceros. 

En esta aventura la ciencia nos ayuda, e igual que no le quitaba belleza a la flor, tampoco aquí le resta al cambio social. 

Esta forma de existir nuestra es también la que ante una pandemia, un cometa o un cambio climático está en disposición, más que todas las que nos han precedido, de proponer soluciones tecnológicas: vacunas que eviten grandes mortandades, explosiones nucleares que puedan detonar un cometa (por ejemplo), energías limpias que dejen de cambiar la composición de la atmósfera.

Decir que la sociedad que ha causado la llegada de un cometa destructor no debe ser la misma que lo desvíe no tiene por qué llevarnos a rechazar las soluciones tecnológicas, sino a construir un fuerte cambio social que las acompañe para que lo que ha traído este cometa no lo vuelva a traer una y otra vez.

Si las bacterias tienden a crear resistencia y esta probabilidad aumenta por nuestro comportamiento con los antibióticos, por mucho que seamos capaces (ya veremos hasta cuándo) de seguir creando antibióticos, o cambiamos ese comportamiento o al final es muy probable que las bacterias puedan con nosotros. Son más rápidas. Esta reflexión no nos lleva a prescindir de los antibióticos sino, con ellos, adquirir un comportamiento que optimice nuestra sostenibilidad, en este caso, con las infecciones bacterianas. 

Súperbacterias, pandemia mundial, cambio climático. Sólo faltaba la película del cometa. 

Las personas estamos anímicamente exhaustas, hartas. Mucho colapsismo. Y el colapsismo paralizante es otra de las caras del negacionismo. Ante los retos globales, ante las corrientes reaccionarias que beben del miedo, ni negacionismo ni colapsismo: Activismo verde, política de altura. Apoyo generalizado y drástico a la senda social y verde que tiene fuerza y forma en muchos pueblos, ciudades y regiones. Apoyo sin tapujos y peleando todas las batallas. Esos lugares donde se van haciendo plazas y calles peatonales, carriles bici, zonas de bajas emisiones, parkings disuasorios, redes de transporte público, planes de descarbonización, aprovechamiento de superficies para autoconsumo o generación colectiva de energía verde, huertos solares, estrategias de captación de carbono, inversión en nuestro medio natural, protección de humedales, bosques y reservas marinas, actualización de normas ambientales, separativa en orgigen, compostaje comunitario, consumo responsable, rentas climáticas, empleos verdes, formación, información, cultura del entorno, etc etc. 

En todas y cada una de las medidas de esos lugares está el cambio social revolucionario que estamos tejiendo. Dibujar, contar, extrapolar y hacer más grandes y más estructurales esos cambios que ya están en marcha es ahora el reto. Saber que tenemos un futuro no distópico por delante. Explicarlo.

  • Paula Tuzon es secretaria autonómica Emergencia Climática y Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana.
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