Centremos el debate de las renovables
La transición energética es el cambio en la forma de obtener energía para vivir -vivir, en toda la extensión de la palabra-, pasando de combustibles fósiles a fuentes renovables. Esta ha sido una reivindicación histórica del ecologismo y, si se quiere, de la izquierda en general. Lo ha sido sin peros ni matices mientras “el capital” estaba en contra de este proceso de cambio. Pero ya no es lo mismo desde que las fuentes renovables han empezado a ser rentables y por tanto atractivas para empresas e inversores. La situación actual, donde la rentabilidad de estas formas de obtener energía es un hecho, ha generado una profunda crisis en el sector ecologista y en el seno de muchos espacios de izquierdas, porque hay cierta incomodidad (por no decir rechazo absoluto) a estar en el mismo bando que los que hacen negocio (aunque sean cooperativas o pymes locales). La lucha climática y la lucha anticapitalista se miran con recelo.
No es este el único motivo que hace recelar de las renovables a estos sectores. Existe también cierto negacionismo energético en cuanto a la cantidad de energía que necesitamos para vivir respecto a la que podemos reducir o producir desde los tejados. Este negacionismo es hipócrita, porque parece aplicarse únicamente a las renovables (y no al petróleo o al gas) y cuando éstas están cerca (efecto NIMBY). Este negacionismo es también una derivada de la supuesta contradicción anticapitalista; puesto que la tremenda apariencia de las renovables (grandes molinos, grandes extensiones de placas) no deja de ser un espejo de quiénes somos en realidad, explicitan de una forma muy real la energía que necesitamos y que otras energías -mucho más contamintantes- simplemente ocultan.
También hay cierta nostalgia paisajística que nos hace confundir valores estéticos con ambientales y muy poca apertura a considerar que algo “artificial” pueda formar parte de nuestro entorno, aunque sea netamente bueno o mejor que otros usos y mucho menos extensivo.
En definitiva, esta crisis de personalidad ha dejado tras de sí un reguero de motivos por los cuales estar en contra de la energía renovable. Así como grandes palabras que abarcan más contextos de los que deben: capitalismo verde, colonialismo energético… El problema es que ante la amalgama de incomodidades, algunas de las cuales necesariamente hay que consensuar y resolver, no gana una voluntad clara de prosperar, de jerarquizar unas cosas sobre otras y hacer un análisis coste-beneficio racional, social y ambiental. Se trata sólo de saltar de una pega a otra para que parezca que hay una remota opción acertada que nunca llega. Creo que esta dinámica no es más que una forma bastante patética de ganar tiempo en la indefinición mientras se lo hacemos perder al resto de la humanidad.
Sí que hay dentro de la izquierda y el ecologismo quienes reconocemos el problema climático y la necesidad de hacer la transición verde sin paliativos ni moratorias, por eso precisamente esto es una crisis y no un cambio radical de opinión en un único sentido. “Abolicionistas” y “regulacionistas”, donde regulacionistas serían las personas necesariamente del ámbito ecologista o ecosocialista que están a favor de la implantación de renovables de forma regulada. Tratan de REGULAR (con mayúsculas) esta transformación con tres objetivos: que sea rápida/efectiva, que sea compatible con los valores ambientales del lugar y que haya un proceso de consenso social. No hay que olvidar que las regulaciones jamás deben ser parapetos para impedir que sucedan cosas sino que se hacen para que pasen de una determinada manera.
Estoy absolutamente convencida de que esto ha influido en que el Botànic no revalidara el gobierno en la Comunitat Valenciana. No por las “polémicas”, ni siquiera por el atasco injustificado en los proyectos de renovables, en un momento además socialmente adecuado con la necesidad de abaratar costes energéticos por la crisis del COVID y la guerra de Ucrania. Sino porque ha decidido activamente NO brillar con toda la luz verde con la que podría haber brillado. A veces uno no pierde solo por errores explícitos sino por falta de aciertos que deberían estar implícitos en su ADN. Una baza perdida con consecuencias complicadas y de calado: entre otras, un caldo de cultivo de posturas negacionistas que, de nuevo, le regalan al capitalismo el patrimonio de una lucha social y ambiental histórica.
Carlos Mazón, actual President de la Generalitat Valenciana, envió una carta a domicilio en periodo de campaña electoral en la que hablaba de renovables y de la desastrosa gestión del Botànic con los proyectos. No sé qué postura defenderá ahora que ha ganado las elecciones y ha conseguido formar gobierno pero sí sé que de momento queda clara una cosa muy significativa: ha eliminado las direcciones generales de cambio climático y transición energética. Es decir, ha desligado la posible implantación de las renovables del porqué se hace para relegarla al ámbito exclusivamente económico e industrial. Quizás simplemente se olvide de ellas.
¿Por qué esto es malo? Porque la implantación de renovables no puede ser sólo una cuestión de mercado sino que va ligada a objetivos climáticos, prospecciones energéticas en base al equilibrio de nuestros ecosistemas, rescate ambiental, salud ambiental y humana, descenso de la contaminación y a la oportunidad de hacer todo eso y más desde un punto de vista ecosocial.
Es por esto que la izquierda ecologista debe cuanto antes resolver su crisis de identidad. Y para ello, a veces ayuda pensar en otros debates incómodos. Por ejemplo, la izquierda no reniega (al contrario) de estar a favor de los impuestos aunque a veces sea mucho más fácil anunciar bajadas generalizadas de los mismos. La izquierda se mantiene a favor de ellos porque sabe la relación que hay entre la calidad de los servicios públicos y la igualdad de oportunidades al margen de la riqueza individual. Por muy complicado que sea el debate no lo abandona (no puede), sino que mantiene su posición apostando por una regulación de la fiscalidad que -por ejemplo- sea progresiva según la renta. No es si se paga o no sino quién paga y para qué. No es un debate fácil, pero no se abandona.
Impedir el despliegue de las renovables o resignarse a banalidades como “renovables sí, pero no así” o “que no nos llenen nuestros pueblos de placas” es abandonar completamente el debate en lugar de resolverlo desde dentro defendiendo una determinada posición a favor y conciliadora con otros valores.
No sé si esto es posible dentro de algunas fronteras partidistas. Pero las necesidades sociales y las distintas visiones al respecto existen más allá de los partidos. Está en la habilidad de quien es capaz de conectar con ellas la posibilidad de transformarlas en un movimiento. Y debemos hacerlo.
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