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Lejía o amoníaco para limpiar: ¿cuándo es mejor usar cada producto?

¿En qué casos es mejor limpiar con lejía o amoníaco?

ConsumoClaro

8 de junio de 2023 22:42 h

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Aunque ahora no es tan común, antaño, cuando se quería una buena desinfección, se solían fregar los suelos con lejía diluida, y también se empleaba el amoníaco para algunas tareas de limpieza, de modo que los olores a estos dos productos (característicos, fuertes y desagradables) eran habituales en algunas casas.

Ahora existen muchos productos que, aunque los contengan —tanto la lejía, como el amoníaco— llevan algunos perfumes para disimular su olor, pero de algún modo u otro, ambos compuestos siguen presentes en la mayoría de las sustancias que empleamos para la limpieza.

Así, es normal preguntarse cuál de estos dos productos de limpieza es mejor desinfectante: la lejía o el amoníaco. También si hay alguna diferencia respecto a nuestra salud o cuidado a la hora de usar uno u otro.

Y lo cierto es que la respuesta a este planteamiento es sencilla: el fabricante Henkel explica que es mejor desinfectante la lejía y que en cambio el amoníaco destaca por su poder desengrasante.

Precisamente por estas diferentes virtudes higienizantes, cada producto funciona mejor para unos determinados fines y, en cambio, puede ser contraproducente aplicado sobre ciertos materiales.

En cuanto a la salud, bien aplicados y con los preceptivos cuidados de diluirlos bien en agua, ninguno de los dos tiene por qué dar problemas. No obstante, sí es muy importante no mezclar jamás lejía y amoníaco con el fin de conseguir un hipotético detergente mejor.

El motivo es que el hipoclorito sódico (lejía) y el trihidruro de nitrógeno (amoníaco) reaccionan entre sí, anulando sus propiedades y generando un nuevo compuesto conocido como cloramina, que es altamente tóxico cuando se respira.

La cloramina es una sustancia que se utiliza en limpieza industrial pero cuyos vapores son altamente corrosivos para los pulmones y los ojos, ya que se transforma en ácido clorhídrico con el agua de nuestros tejidos y mucosas.

Debido a esto, se emplea con grandes precauciones y protecciones, pero nunca en el ámbito doméstico, donde si se respira puede dar lugar a graves lesiones pulmonares.

Para qué usar la lejía

Como se ha explicado, la lejía es un potente desinfectante, idóneo para limpiar en zonas de la casa donde posaremos con frecuencia las manos u otras partes del cuerpo, de modo que disminuyamos el riesgo de contaminaciones cruzadas que puedan acabar en la comida. Por tanto, su uso está indicado para:

  • Superficies de cocina
  • Armarios
  • Electrodomésticos
  • Pomos de las puertas
  • Lavabos
  • Suelos
  • Retretes
  • Griferías

Por su elevada agresividad y poder abrasivo, la Reglamentación Técnico-Sanitaria de Lejías de 1993 regula tanto su comercialización como su uso en entornos de trabajo. A este respecto, recomienda su empleo siempre diluida en agua.

Advierte, además, que a largo plazo puede oxidar piezas cromadas, así como revestimientos metálicos o cerámicos como es el caso de los suelos de gres. Por lo tanto, ante estos materiales la evitaremos o aplicaremos una dilución elevada.

También es un producto ideal para eliminar el moho de las juntas de baños y zonas con excesivas humedades y mala ventilación. De hecho, existen en el mercado diversos productos autodenominados “anti-moho” que en realidad son lejía diluida.

Por otro lado, la lejía es un buen producto para eliminar manchas de color de tejidos blancos y blanquear la ropa que se ha puesto amarillenta. Su uso en este sentido está también regulado por el ordenamiento arriba citado, por lo que puede usarse junto con el detergente en la lavadora, aunque existe lejía diluida para tejidos. Pero su uso recurrente acaba deteriorando las prendas dado su alto poder corrosivo. Por el mismo motivo, evitaremos a toda costa su contacto con tejidos de color, ya que se los comerá.

Para qué usar el amoníaco

El amoníaco tiene más poder desengrasante que desinfectante, por lo que será recomendado en aquellas superficies que recurrentemente se manchen y a la vez no sufran un excesivo contacto con nuestras manos. Por ejemplo:

  • Marcos de ventanas y de cuadros
  • Cristales, donde es muy eficaz para darles brillo
  • Lágrimas de lámparas
  • Televisores, etc.

También es adecuado para las superficies cromadas y metálicas que la lejía puede agredir, pero no deberemos emplearlo en superficies enceradas o barnizadas, como es el caso de los parqués naturales y/o barnizados, o las superficies de muebles clásicos, normalmente lacadas o enceradas. El motivo es que al ser una sustancia alcalina puede estropear su capa protectora.

Para este tipo de materiales es mejor usar limpiadores a base de alcohol, aunque deja un profundo olor que puede resultar desagradable. Es muy eficaz, en cambio, en el caso de parqués sintéticos o de recubrimiento plástico.

Y finalmente puede emplearse en forma diluida aplicado sobre manchas de grasa en la ropa antes de poner la lavadora, siempre con la precaución de que en el mismo lavado no vayamos a incluir productos con lejía, para evitar la generación de cloramina.

Cómo deben usarse

Si vamos a usarlos en sustitución de los productos de limpieza comerciales, antes que nada debemos saber que dichos productos suelen incluir alguno de estos dos componentes, por lo que son una versión mejorada, y muchas veces atenuada, del amoníaco y la lejía.

Si aun así optamos por ellos, tomaremos una serie de precauciones. La primera es o bien comprar versiones comerciales diluidas, o bien diluirlos nosotros en agua antes de aplicarlos sobre las superficies, para así atenuar su poder corrosivo.

Esto es especialmente válido en el caso de la lejía, tal como recomienda la Agencia Española de Consumo y Seguridad Alimentaria para el uso de este producto con fines de higiene alimentaria, lo que supone lavar frutas y verduras.

La Reglamentación Técnico-Sanitaria de Lejías también insiste en el uso de guantes, e incluso una mascarilla, cuando se va a manipular lejía más o menos concentrada en espacios pequeños, cerrados o con mala ventilación.

Ambos productos son altamente volátiles, lo cual quiere decir que pasan con facilidad a la forma gaseosa, dejando un olor muy fuerte e impregnando el ambiente donde los utilicemos. Como ya hemos comentado, son corrosivos y además tienen potencial para irritar nuestras mucosas y ojos.

Por tanto, procuraremos usarlos siempre dejando el máximo de vías de ventilación en la zona. Además, su empleo en estancias muy transitadas, como el baño por las mañanas o el anochecer, la cocina o las habitaciones, se hará con el tiempo suficiente para que sus vapores desaparezcan del ambiente, evitando así que puedan provocar irritaciones.

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