Elisa Beni: “Soy una letraherida, no la rubia de la tele”
De niña quería ser una escritora francesa porque le parecía que todo lo interesante sucedía en ese país al que su padre viajaba tan a menudo, por trabajo, y del que siempre volvía cargado de libros del Ruedo Ibérico. Aprendió pronto que lo más interesante de las bibliotecas está en los estantes más altos, e hizo todo lo que estuvo en su mano por leer los libros prohibidos y ser bilingüe en francés. Indócil por naturaleza y apasionada en todo lo que ama y defiende, Elisa Beni (Logroño, 1964) es un personaje popular desde que se hizo habitual de las tertulias políticas de la televisión, una presencia mediática (La Sexta Noche, Al Rojo Vivo, Julia en la Onda, Espejo Público) que puso en segundo plano su larga trayectoria en la prensa escrita, con hitos como el haberse convertido en la directora más joven de un periódico de la historia de España (de El Faro de Ceuta a los 23 años) o haber ganado premios por sus artículos como experta en Defensa.
Columnista de elDiario.es, en paralelo a su trabajo como periodista ha desarrollado su vocación literaria, y tras varias novelas, la última Una mujer no muere jamás (Roca Editorial, 2021) y ensayos, como La soledad del juzgador (2008), se ha lanzado a la ficción histórica con Thule. El sueño del norte (Roca Editorial/Penguin Random House), la historia de un intelectual y diplomático en 1937, que seguro de que la carnicería de la Segunda Guerra Mundial es inminente, decide emprender una nueva vida junto a su mujer española en una isla fuera de los mapas y de las rutas, prácticamente olvidada, a la que solamente acceden los pescadores vascos del golfo de Bizkaia cuando van y vuelven de Terranova. La isla se llama la Inexpugnable y en ella hay todo tipo de personajes arrastrados por la Historia hasta sus orillas, donde han de sobrevivir a las inclemencias de una naturaleza primigenia.
¿De dónde nace esa necesidad de escribir acerca de una isla remota?
A mí me apasiona el mar. He navegado con mi padre desde niña y tengo una especial predilección por viajar a islas. Malachy Tallack, que es el fundador de la revista The Island Review escribió: “Cuando el hombre mira al cielo, inventa dioses y cuando mira al mar inventa islas”, pues probablemente es lo que yo he hecho. Soy atea, no necesito dioses, pero el territorio de una isla, aunque sea en mi imaginación, me parecía un lugar ideal para refugiarme y perderme.
Es periodista y su trabajo está pegado a una realidad que llamaría “rabiosa”. ¿Necesitaba escaparse de ella a un mundo completamente ficticio?
Sí, con Thule. El sueño del norte yo quería hacer un tributo a la imaginación, que me parece que es una parte sustancial de la literatura que se está olvidando. Para mí la autoficción no es tal ficción sino una forma de cambiar las reglas a mitad de juego. Y yo como periodista diferencio muy bien ambos campos: lo real de lo que no lo es. Me parece que el literato tiene que demostrar que es capaz de ficcionar y de crear un mundo completo, y ese ha sido para mí uno de los grandes retos esta vez. Con esta novela me di a mí misma la total libertad del autor, que reconozco que es una cosa muy gozosa.
Tengo entendido que ha dedicado años a investigar.
Para mí era fundamental inventar un mundo ficticio pero con materiales que no fueran defectuosos. Quería imaginar, pero a la vez ser concreta y específica, que todo tuviera sentido, por eso he leído memorias de los capitanes de barco de submarinos alemanes; memorias de los marinos de la Francia libre; memorias de los que desde Londres hacían radio para comunicarse con la resistencia; memorias de niñas judías que fueron transportadas a campos de concentración; he leído sobre la vida de las mujeres francesas durante la ocupación; sobre la vida de los pescadores en la Antártida. En fin, memorias y más memorias.
Y de todos esos libros, ¿cuál ha sido crucial para la construcción de la novela?
Las memorias de Romain Rolland, un señor al que le dieron el Premio Nobel de Literatura en 1915 y que ha sido la inspiración de generaciones enteras de jóvenes europeos pero que prácticamente no está publicado en español. De repente, hay un momento en la Primera Guerra Mundial en la que él se declara absolutamente pacifista. Escribe un manifiesto en el Journal de Genève que se llama Más allá de la contienda y todos se vuelven en su contra: los alemanes se sienten agredidos y los franceses le consideran un traidor porque defiende un espíritu europeo que trasciende las diferencias. Y lo cancelan. ¡Le consideran peligroso por pacifista! Pero es él quien introduce a Gandhi en Europa. Es amigo de Tagore, de Freud y de Stefan Zweig. Sus memorias y sus cartas son de una sutileza intelectual y política increíble. Es el presidente del Comité Antifascista Europeo y se casa con una bolchevique, pero cuando Stalin pacta con Hitler empieza a decepcionarse porque no puede tragar con todo y se aleja del Partido Comunista francés. Y la verdad es que a mí este tipo de intelectual que está en su papel, que reflexiona sobre lo que está pasando y que no tiene una adhesión inquebrantable a ningún sistema, sino que es capaz de situarse en sitios incómodos, me merece toda la admiración.
Ese tipo de intelectual que está en su papel, que reflexiona sobre lo que está pasando y que no tiene una adhesión inquebrantable a ningún sistema, sino que es capaz de situarse en sitios incómodos, me merece toda la admiración
En realidad, Thule es un libro muy singular porque es al mismo tiempo una novela de ideas y una novela de aventuras…
Eso es precisamente lo que he intentado hacer y además he incluido guiños literarios que no sé si la gente captará, pero me da igual porque me ha divertido hacerlo. La novela tiene muchas capas y he intentado que pueda haber un lector que se sienta atrapado por la aventura sin preocuparse por el fondo filosófico y otro que me acompañe hasta el final.
¿La isla de La Inexpugnable es su particular utopía?
No sé si lo utópico es la forma de vivir en La Inexpugnable o si realmente lo que es distópico es nuestro mundo. Es decir, yo creo que el ser humano ha llegado donde está porque es una especie que colabora y que coopera. Leyendo a Harari lo ves muy bien. Pero estamos atravesando una época en la que nos han convencido de que todos competimos con todos, incluso con nosotros mismos. Y sí, es cierto que la novela también responde un poco a esa crudeza y quiere ser luminosa. En un momento en que la civilización está contaminada por la guerra, me llevo a gente muy diversa a un lugar en que la naturaleza es especialmente dura, pero donde no les queda más remedio que cooperar.
En su isla incluso se habla un idioma propio, un pidgin, que es una mezcla de lenguas.
Sí, que es algo que no me invento porque hay zonas en el norte de Islandia donde la llegada de los pescadores vascos propició que hubiera un pidgin entre la lengua autóctona, el inglés y el euskera. Probablemente con mi isla esté saltando sobre muchas de las cosas que nos dicen ahora que son conflictivas pero que a mí me parece que no tendrían por qué serlo si tuviéramos más cintura y fuéramos un poco a la esencia de las cosas.
Eso es valiente.
Me dicen tantas veces lo de eres valiente que ya no sé si me gusta. Es como si ahora mismo tener ideales y defender algunas cosas fuera de ser valiente cuando en realidad es, o debería ser, solamente lo decente.
Me dicen tantas veces lo de eres valiente que ya no sé si me gusta porque es como si ahora mismo tener ideales y defender algunas cosas fuera de ser valiente cuando en realidad es, o debería ser, lo decente
¿Le molesta ser más reconocida como personaje televisivo de las tertulias que como escritora?
Me duele, aunque supongo que es inevitable. Pero lo que más me molesta es ese sambenito de “es una chica de la tele que ha escrito” que incluso obvia que soy una profesional que hace columnismo y que siempre ha trabajado en la prensa escrita. A mí el periodismo me gusta, pero llegué a él porque amaba la literatura. A mí cuando me preguntaban “de mayor qué quieres ser”, yo decía que novelista. Pero mi madre siempre me contestaba: “Vale, pero para ganarte la vida tendrás que tener un oficio” y asumí que el periodismo sería ese oficio. Para mí la lectura siempre ha sido el vicio no castigado, el vicio impune, porque yo leo como una posesa. Lo cual no sé si es mejor o peor, simplemente es algo que me define. Yo no veo la televisión y me gustaría que mis lectores no me vieran como “la rubia de la tele” sino como una letraherida, que es lo que soy. Mi mundo no es la televisión, mi mundo es una biblioteca.
¿Cómo soporta el nivel de agresividad que hay en las tertulias?
En primer lugar, el trabajo no es la vida. Y esto es sustancial saberlo. Es decir, hay que saber diferenciar cuándo estás trabajando y cuándo estás viviendo. Y en segundo lugar, yo en realidad no soy como cuando estoy debatiendo en la tele. Tengo amigos de todas las tendencias políticas y soy más bien afable. Lo que pasa es que realmente molesta mucho que las mujeres ocupemos espacio público y cuando lo ocupas, intentan desautorizarte.
Para mí la lectura siempre ha sido el vicio no castigado, el vicio impune, porque yo leo como una posesa. Yo no veo la televisión
¿Y la agresividad de las redes cómo las lleva?
No las sigo, me dan igual. Además yo creo que es básico saber que solo puede dañarte quien tú dejes que te dañe. Y a mí las redes no pueden tocarme. Hay a quien le parecen muy libres, pero yo creo que las redes han abierto un espacio a que la ignorancia se vuelva prepotente. Antes tú ibas a editar un libro o ibas a escribir un artículo y siempre había en medio, digamos, un mediador que decidía si merecía la pena o no que fuese publicado. “Este señor que va a escribir sobre los extraterrestres que han venido a secuestrarnos con las vacunas no merece la pena, fuera”. Pero ahora ya no existe ese filtro de calidad, que no es censura, sino mediación. Y los que tenemos la cabeza mínimamente amueblada y hace tiempo que pasamos esos filtros no deberíamos exponernos a toda esa ignorancia.
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