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Alima Ngoutme y la lucha por los 'niños serpiente'

Alima Ngoutme junto a su hija, Lamina.

Javier Biosca Azcoiti

Alima Ngoutme se puso el neopreno, unas gafas y agarró el flotador. “Me lanzaron al agua un viernes”, recuerda. La “cruzada”, como lo llama ella, era el episodio final de un periplo de más de tres meses desde su país natal, Camerún. Recuerda cómo la ataron al tobillo de un hombre de origen marroquí que le cruzaría a nado hasta España. Antes de entrar en el agua, el mar les advertía del peligro escupiendo el cadáver de otro migrante. “Tienes que rezar. Si todo sale bien, en 10 horas estaremos en la otra orilla”, le dijo su guía. Lo siguiente fue abrir los ojos sobre la camilla de un hospital y rodeada de “doctores blancos”. “¿España?”. Sí, España.

Una cuerda invisible mucho más larga que la que le ataba a aquel nadador le unía a su verdadera guía, su hija Lamina. Lamina tiene autismo, pero en Camerún los llaman 'niños serpiente'. Alima aún recuerda cómo se le caían las lágrimas cuando salió del hospital tras dos días ingresada y vio a una madre española paseando “orgullosa” a su hijo con diversidad funcional. “En mi país se deshacen de los niños así”, le dijo. Lamina tiene 15 años, pero clínicamente tiene uno y medio y ni siquiera sabe su nombre.

“No tuve otra opción que venir porque sufría la estigmatización de la sociedad por tener una niña con necesidades especiales”. La gente en Camerún decía que Lamina era un castigo porque una musulmana como Alima no se puede casar con un cristiano.

Llegó a España en 2005 y en 2011 consiguió traer a Lamina, “la alegría de la casa”. Ahora vive en Madrid junto a su marido y sus otros dos hijos, nacidos en España, y se dedica a tiempo completo a su ONG, Mirando por África. La organización manda voluntarios a Camerún para concienciar a la comunidad local sobre las personas con diversidad funcional.

La voz inerme y cansada que relata su odisea personal se vuelve rabiosa y temblorosa, acompañada de lágrimas, cuando describe las dificultades de la ONG. “He tocado todas las puertas”, afirma golpeando la mesa con el puño cerrado mientras recita una lista de nombres de ONG y personalidades. Cree que con un poco de ayuda podría conseguir que Camerún apruebe la primera ley de educación especial del continente, pero promete seguir luchando con o sin asistencia. “Creemos que con el corazón podemos hacer grandes cosas y queremos sacar a todas esas personitas de sus encierros”.

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