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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Juana

La célebre escena de las patatas en 'Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles'

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El pasado año 2022 se publicó el resultado de la encuesta realizada a la gran comunidad profesional del cine de todo el mundo (incluyendo dirección, interpretación, crítica, escuelas de cine, etc.), y publicada cada diez años por la revista Sight & Sound. Sus resultados han solido ser siempre los más esperados según el canon establecido y películas como Vértigo, de Alfred Hitchcock, o Ciudadano Kane, de Orson Welles, se han repartido los primeros puestos, siendo otras películas altamente reconocidas autoría de cineastas encumbrados en la historia de este arte como John Ford, Federico Fellini, Ingmar Bergman, Francis Ford Coppola, Akira Kurosawa, etc... La lista no es especialmente comercial, sino que busca sobre todo la contribución artística, y ello hace que existan muchos directores clásicos normalmente considerados como de arte y ensayo aparte de grandes cineastas norteamericanos como algunos de los mencionados.

Sin embargo, 2022 trajo una sorpresa: una película prácticamente desconocida dirigida por una directora belga ya fallecida pero cuya obra se movió solo en circuitos muy especializados ha resultado ser la ganadora del listado de esta década. La película se titula como si fuera la dirección de una persona, en este caso una mujer: Jeanne Dielman 23, Quai du Commerce 1080 Bruxelles. Está dirigida por Chantal Akerman en 1975. Esta elección ha sido muy discutida por ser una película muy desconocida para el gran público y proceder de una directora que no está especialmente incluida en el panteón de la historia del cine. Dado que la película se centra exclusivamente en la vida de una mujer, y que se interpreta como una reivindicación feminista, esta votación ha sido saludada como resultado de la corrección política, dejando suponer que su victoria es hija de las culturas de la cancelación (en este caso de los cineastas varones clásicos) o de la revolución MeToo.

De hecho, una descripción tras una búsqueda sencilla en Internet define la película como una muestra magnífica de cine experimental que ofrece una perspectiva feminista en los eventos recurrentes de la vida diaria. Ya sabemos cómo funcionan estas cosas: muchas personas han despreciado la elección y la propia película antes de verla. Dentro de la cinefilia, muchas personas que ya habían visto la película y que conocían la obra de esta directora sin embargo comentaban que la elección era una pose, una boutade, e incluso algo contraproducente tanto para la propia película como para el feminismo.

A partir de ahora para este artículo es obligado hablar en profundidad de la trama y el estilo que tiene esta larguísima historia de 200 minutos de duración. En ella se sigue la vida diaria de una mujer belga llamada Jeanne Dielman, a la que prefiero a partir de ahora llamar Juana, de acuerdo a su traducción directa, para indicar su cotidianeidad y normalidad sin caer en la estilización que inconscientemente realizamos al utilizar nombres de personas en otros idiomas. Juana es una mujer viuda que vive en Bruselas con su hijo adolescente y que dedica su vida de manera exclusiva a la realización de las tareas de su casa y al apoyo al hijo con el que vive. La película tarda su tiempo en mostrar lo que pasa en el piso: planos larguísimos en los que la cámara nunca se mueve y, ante la cámara y casi de manera frontal, Juana prepara la comida, limpia la cocina, recoge la ropa, hace la cama de su hijo, cuida al bebé de la vecina cuando ésta hace la compra, cena con el hijo prácticamente sin hablarse entre ellos, en ocasiones realiza alguna labor de costura y como prácticamente único entretenimiento, a veces escucha la radio. También la vemos hacer la compra, pero siempre en estos planos estáticos y larguísimos, o bien ir a la oficina de correos a recoger dinero. Un día entra en un café. Todas las acciones de Juana son registradas meticulosamente por la cámara, se realizan casi mecánicamente sin realmente ningún disfrute ni emoción, y, como se trata de una representación de la rutina, son repetidas de tal modo que se va creando en el público esa sensación de encierro en una vida monótona, aburrida y sin sentido, a pesar de la diligencia sin desmayo que muestra Juana en cada acción.

Sin embargo, hay algo que hace Juana que la cámara no enseña. En un momento del día y con su hijo ausente en el colegio, Juana recibe un hombre en casa. Es decir, se prostituye. El hombre entra en la casa en el plano en que normalmente se ve el vestíbulo de la misma, pero no se muestra qué sucede en la habitación: simplemente desde fuera se observa la puerta cerrada y como mucho se muestra más tarde que Juana retira una toalla de la cama. Cada hombre paga cuando se despide en la puerta de casa y Juana usa el dinero para los gastos diarios. Dada la meticulosidad del registro de la cotidianeidad con la que se emplea diligentemente la directora en narrar todos los episodios que suceden en la casa de Juana, es evidente que aquí se produce una elipsis muy interesada, que parece en principio moralista y que se utiliza narrativamente por crear un contraste visual: no es cierto que se pueda mostrar toda la vida, parece, incluso a pesar de una minuciosidad como la de esta película. Pero la resolución de esta elipsis al final de la película resulta en una acción política.

A las dos horas y media de película Juana recibe a un cliente. Sorprendentemente esta vez la cámara muestra la habitación en un plano cenital (nuevo en la película), desde el que se observa a la pareja manteniendo sexo en una postura convencional: el hombre lleva una camiseta blanca vista de espaldas y Juana empieza la escena con el rostro frío y hierático que ha mantenido durante toda la película. Ese rostro se va transformando durante el acto hasta que alcanza el orgasmo. ¿Por qué esta escena de contenido sexual hasta ahora no se ha mostrado en la película y llega ahora al final? En la siguiente escena Juana se observa en el espejo, con el hombre al fondo tumbado en la cama, y sin mediar palabra coge una tijera del tocador y con ella acuchilla a su cliente en el cuello. El mecanismo espectador relaciona enseguida la causa -el orgasmo- con la consecuencia -el asesinato-. La película sigue su curso porque el día sigue su curso; se va modificando la luz y Juana simplemente parece esperar en una de las estancias del piso a que llegue su hijo y a que esta situación por así decirlo se resuelva, aunque eso ya no lo vemos, la película se clausura antes, a la espera de que Juana, por así decir, simplemente cambie de escenario de prisión en la cárcel que es su vida.

¿Qué ha pasado aquí? ¿Juana ignora las leyes, le falta formación e instrucción, y se deja llevar por una pasión asesina individual? ¿Parece no poder soportar el placer de un orgasmo y necesita ajusticiar al hombre que se lo ha dado, porque ha recibido un placer sin el cual no es capaz de volver a la monotonía obligada de su vida? ¿Juana después del orgasmo es consciente de la tiranía en que le hace vivir el servicio a la condición masculina y se libera mediante la inserción de un puñal de lucidez en el cuello del hombre? ¿Juana representa a la condición femenina clamando venganza sobre la masculina, que utiliza su situación y su cuerpo para explotarla? ¿Esta puñalada filmada en 1975 en una película reconocida ahora es la metáfora del final de un modo de premiar el punto de vista masculino frente al femenino en el cine? ¿Está mirando a nuestra época anunciando el MeToo? Porque… ¿el hombre muerto es acaso un asesino que opone atroz resistencia a ser arrestado por sus delitos terribles y es necesario ajusticiarlo?

Probablemente no como individuo, pero aquí entra la lectura más política, porque sí opone resistencia como género, incluso como clase.

Dada la importancia de lo que genéricamente conocemos como el relato, y la visibilidad del cine para hacerlo llegar a las masas, no es raro encontrar quien piensa que en el camino hacia la igualdad efectiva las mujeres deben aceptar, incluso imitar, determinadas actitudes de los hombres tomadas como masculinas en el cine, que con frecuencia son dominantes mediante fuerza o violencia física o verbal. Una forma de empoderamiento con mujeres policía que encajan (aunque es posible decir mejor que ‘sobreviven’) en un entorno de compañeros y delincuentes masculinos, y lo hacen cargadas de armas, o con superheroínas justicieras que reparten bofetadas y patadas, aunque vayan maquilladas y enseñando carne de consumo heterosexista. Hace treinta años, la película que sí fue un éxito fue Thelma y Louise, del director Ridley Scott, donde dos mujeres acosadas en su cotidianeidad huían a México tras disparar a un violador; la película usaba la mitología del fuera de la ley para las dos heroínas, pero encerraba el patrocinio paternalista de un policía comprensivo que nunca atrapaba a las fugitivas, que, inevitablemente, morían.

Pero, sea por los tiempos y todo lo sucedido en 30 años, en los que el movimiento MeToo ha mostrado una depredación cotidiana cuyos efectos no queríamos contar ni conocer, o por el carácter simbólico otorgado por el estilo y el tono contra la cotidianidad de la explotación, Jeanne Dielman 23, Quai du Commerce 1080 Bruxelles produce un impacto extraño. Juana no debe ser juzgada -en la película ni siquiera llega a aparecer su detención-, y tampoco es ignorante ni perdida, una chavalita que haya perdido la cabeza. El tribunal de hombres cinéfilos no debe juzgar a Juana, porque que comparta nombre con Juana de Arco no será casualidad. Juana no ha solucionado problema alguno, terminará en una cárcel, y su acto probablemente no contribuiría en la Bruselas real de los setenta a que la prostitución se aboliera, sino más bien a que fuera más clandestina y violenta. Pero la representación es universal: desde la vida rutinaria y controlada que Juana vive en intimidad exclusiva con la cámara (es decir, con sobre todo las espectadoras), en la que la prostitución es una actividad normalizada más, hay una llamada a una lectura global, que obviamente es una llamada al futuro. Interpela ciertamente a una legislación igualitaria en educación y oportunidades, interpela a que el poder legislativo estudie las causas profundas de la venganza, y a, en definitiva, entender con lucidez el uso debido del puñal. Sí, está llamando al futuro, a este momento, a este premio. Ni qué decir tiene que la película es extraordinaria.

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