El olvidado Teatro Príncipe de Vitoria, la casa de Jesús Guridi, cumple cien años en 2025
El olvidado Teatro Príncipe de Vitoria, donde la cultura dejó paso a otras actividades económicas hace más o menos una década, cumple cien años este 2025. Conocido en la última época como Cines Guridi y entre 1961 y 1990 como Teatro Guridi, el Príncipe sigue en pie en el 6 de la calle de San Prudencio, que hace un siglo se convirtió en todo un Broadway con media docena de salas y carteles de neón. ¿Qué queda de este edificio histórico? Es muy visible el gran cartel en lo alto de su fachada principal, las iniciales 'T' y 'P' en el portal del edificio de oficinas anexo, el viejo neón del Guridi y, en su interior, otros detalles como vidrieras o grabados en las escaleras de madera. A diferencia de lo ocurrido con el Teatro Principal, de 1921, por el momento no hay prevista ninguna actividad especial ni parte de su propietaria, Vitoria de Espectáculos (VESA) ni del Ayuntamiento.
El Teatro Príncipe es de 1925. Cuatro meses antes de la inauguración, cuando las obras ya dejaban entrever la factura del nuevo coliseo de Vitoria, una ciudad de unos 35.000 habitantes entonces, la revista ‘Celedón’ definió al futuro Teatro Príncipe como “la catedral del espectáculo”. “Para Navidades se abrirá al culto”, prometía Norberto de Mendoza, el promotor, que desechaba los rumores extendidos por la ciudad que acusaba a la empresa gestora de no contar con “ni una perra” para rematar la construcción. El teatro y el lujoso casino Gran Peña —insistía De Mendoza— eran lo que “correspondía” a una ciudad “culta, progresista y señorial” como la Vitoria de la década de 1920. “Quiero que Vitoria cuente con un centro de recreo y otro de espectáculo diario, pero trayendo lo mejor y lo más nuevo, lo de más atractivo en películas y en compañías cómicas, dramáticas y líricas”, prometía De Mendoza. El actor Ricardo Puga, vitoriano él, declaró que aquel teatro era “lo mejor” que había visto. “¡Y cuidado que he rodado por teatros!”, apostillaba.
El Teatro Príncipe se erigió en el actual número 6 de la calle de San Prudencio. Era en el tramo comprendido entre Eduardo Dato y San Antonio, abierto unos pocos años antes al tránsito. Estaba en frente del Frontón Vitoriano y del hotel al que daba nombre y también a la vez se construyó en ese lugar el Banco de Vizcaya. El escenario estaba ubicado hacia el oeste y un edificio de tres plantas hacía las veces de gran fachada hacia San Prudencio.
Inicialmente iba a ser un cine, pero se optó por un teatro cuyo escenario —de 158 metros cuadrados— se pudiera adaptar para la proyección del cinematógrafo, de modo que el negocio fuese mucho más rentable. El arquitecto fue el donostiarra Augusto de Aguirre Wittmer y las obras corrieron a cargo de Agustín Linazasoro. Se trataba de un “coliseo moderno” y “totalmente alejado del tradicional teatro a la italiana”, el modelo clásico del cercano Teatro Principal. En el patio había 1.000 asientos y en el anfiteatro otras 700 butacas, “probablemente el mejor de todos los de España”. Con los palcos, la capacidad se aproximaba en origen a los 2.000 espectadores.
El Teatro Príncipe quedó inaugurado el 25 de diciembre de 1925 con las obras aún sin terminar. Aquella Navidad se estrenó el local con cine. Se proyectó primero el cortometraje ‘Un día aciago’ y, después, el largometraje ‘El mundo acusador’. Hasta febrero no se programaron artes escénicas. El 13 de febrero de 1926, por ejemplo, se anunciaba en el cartel una exhibición de tangos de “Carlitos Gardel”, la notabilísima estrella argentina que, en España, solamente había pasado por Madrid y Barcelona. La lectura del ‘Heraldo Alavés’ del día siguiente muestra que el argentino tuvo una fría acogida, aunque él contó en su país haber quedado impresionado por el novísimo coliseo que le acogió. Un telegrama en el que se le informaba de problemas de salud de un allegado obligó a Carlos Gardel a marcharse antes de tiempo de Vitoria y a regresar a Argentina.
El momento cumbre para el nuevo Teatro Príncipe llegó el 15 de enero de 1927 con el estreno de ‘El caserío’ de Jesús Guridi, pero el lugar ha sido objeto de otros acontecimientos históricos a lo largo de los años. El 31 de enero de 1930, por ejemplo, acogió una velada para recaudar fondos para el Deportivo Alavés, creado en 1921. Se obtuvieron 5.631,15 pesetas. Hasta la taquillera, Puri Valdecantos, y el avisador, Luis Alonso, renunciaron a su sueldo aquel día para apoyar al club. Meses después, el 24 de julio de 1930, en vísperas del Día de Santiago y en puertas de un cambio de régimen en España, Miguel de Unamuno, que había llegado en tren a Vitoria entre vivas a la República, pronunció una conferencia en el teatro. Hubo un lleno absoluto. En la Guerra Civil se realizaron eventos para los 'visitantes' de la Alemania nazi y la Italia fascista, que establecieron en la ciudad sus estados mayores para apoyo de los sublevados franquistas.
Durante décadas, el Teatro Príncipe ofreció sesiones de teatro, de cine y de variedades. En 1942, por ejemplo, recaudó por estos conceptos 433.373, 54, 137.836 y 17.727,50 pesetas, respectivamente. En 1945 fue adquirido por Vitoriana de Espectáculos (VESA), actual titular del edificio. Ya en la época más moderna, el 2 de noviembre de 1980, la formación de ultraderecha Fuerza Nueva, dirigida por Blas Piñar, convocó un mitin en el Teatro Guridi. El acto fue prohibido por el Gobierno civil. Ese año, por ejemplo, el entorno de este sector había asesinado en Madrid a la joven estudiante vasca Yolanda González. A las 12.30 horas, en la entrada del recinto, había unas 300 personas congregadas y empezaron los incidentes. Piñar dio la orden a sus simpatizantes, casi todos armados, para que se trasladaran a la sede del partido en la calle de Olaguíbel.
Según la crónica de ‘El País’, en el camino quemaron ikurriñas y provocaron otros disturbios. La Policía cargó y los ultraderechistas respondieron con disparos, que llegaron a herir a un estudiante. Seis personas fueron detenidas, tres de ellas agentes de las fuerzas del orden fuera de servicio. Semanas después, el 23 de febrero de 1981, uno de ellos acabó participando en el intento de golpe de Estado liderado por el teniente coronel Antonio Tejero. El entonces diputado del PNV Joseba Azkarraga denunció en las Cortes Generales lo ocurrido y VESA solicitó al Estado una compensación económica por los incidentes. Volviendo al plano cultural, en 1982, el director del Festival de Jazz de Vitoria, Iñaki Añúa, se dirigió al público del Guridi que asistía a un concierto de Milt Jackson y Ray Brown antes de que empezara el recital. Tenía que anunciar la cancelación de la visita de Aretha Franklin y el respetable no se lo tomó de muy buen grado. Sin embargo, los ánimos se calmaron al descubrir que la alternativa era Ella Fitzgerald, que actuó ese verano en Mendizorroza.
En la época más reciente, ya con el Guridi reconvertido en cines, acogió la primera edición del FesTVal, el festival de televisión de Vitoria-Gasteiz. Fue en 2009 cuando se estrenó por vez primera la característica alfombra naranja. Las primeras estrellas en pisarla fueron las de ‘Cuéntame cómo pasó’, que por aquel entonces estrenaba la undécima temporada de la serie. También pasaron por Vitoria ‘Sin tetas no hay paraíso’ y ‘Física o química’.
El vínculo con Guridi y el cambio de nombre
La historia del Teatro Príncipe y la de Jesús Guridi están íntimamente ligadas. Aunque la apertura del recinto se produjo en la Navidad de 1925, ni las obras estaban terminadas ni el casino Gran Peña estaba operativo. Tampoco las primeras sesiones convencieron del todo al público vitoriano. El gran momento para el Teatro Príncipe llegó el 15 de enero de 1927 cuando el maestro Jesús Guridi estrenó en Vitoria, la ciudad que le vio nacer en la calle de la Florida en 1886, su gran zarzuela ‘El caserío’.
Aquel día, sábado por la tarde-noche, la fachada del teatro fue engalanada con “preciosas colgaduras” e iluminación eléctrica. La Gran Peña ya llevaba abierta desde Reyes. “Muchísimas personas, estacionadas al final de la prolongación de San Prudencio, mantenían su admiración presenciando el disparo de bombas y chupinazos, así como la llegada trepidante de los automóviles”, describía el ejemplar del lunes siguiente del ‘Heraldo Alavés’. Y, en el interior, “el aspecto era algo excepcional”. Ellos iban de “rigurosa etiqueta” y ellas, “siempre el más preciado joyel de todo momento dignificante”, luciendo tocados y distinguidísimas. Una perfumería donostiarra les regaló a ellas botes de fragancia y a ellos pastilla de jabón.
Antes de la obra, unos setenta comensales celebraron una comida de gala en el Frontón Hotel, ubicado frente al teatro. A Guridi le acompañó su esposa, sus cuñados, cantantes y tenores y las autoridades locales, encabezadas por el entonces alcalde, Enrique Iglesias. Tomaron puré de guisantes, lenguados margarita, ‘vol-au-vent’ de mollejas ‘financier’, pollo asado con ensalada, helados de vainilla, frutas, quesos y café. Bebieron Rioja Palomar, Royal Claret, Martell, Hennessy, Cointreau, Benedictine y Grand-Marnier. Fumaron habanos. “Bajo los efectos de la natural emoción”, Guridi se dijo honrado de compartir su obra, estrenada en Madrid unas pocas semanas antes, con sus paisanos: “Quiero deciros, mis queridos paisanos, que siempre seré el mismo. Es decir, un gran amante de su pueblo, un gran vitoriano que siempre ostentará ese título con orgullo”. Estaba pronunciando estas palabras Guridi cuando avisaron de que se le esperaba en el Príncipe para el estreno y se tuvo que marchar a todo correr.
De lo histórico del día da fe el ‘Heraldo Alavés’: “Pocas veces, como el sábado último, marcharon tan al unísono los aciertos de una empresa, la solemnidad del estreno de una gran producción lírica y el manifiesto interés del público acudiendo en bandadas a llenar las anchurosas y comodísimas localidades del Teatro Príncipe. Esta vez las trompetas de la fama, con la mudez de la letra de imprenta, no mintieron, dijeron verdad y supieron rodear el espectáculo de alicientes extraordinarios, los cuales sirvieron de acicate para que el Vitoria distinguido, esa masa social predominante de exquisitos gustos, acudiera animosa y decidida al Teatro, que hoy constituye el orgullo de los alaveses y la admiración de cuantos por primera vez lo visitan”. Ante el abrumador éxito, los comercios de la ciudad pusieron a la venta los discos de gramófono de ‘El caserío’.
En 1951, Guridi fue nombrado hijo predilecto de Vitoria, recibió un homenaje en el Teatro Principal y le impusieron la gran cruz de Alfonso X El Sabio. En 1959 viajó por última vez a Vitoria, de nuevo por una representación de ‘El caserío’. Murió en Madrid en 1961 y su ciudad natal decidió cambiar de nombre al Teatro Príncipe, que pasó a llamarse Teatro Guridi desde ese mismo año. En 1986, en el vigésimo quinto aniversario de su fallecimiento, se conmemoró el ‘Año Guridi’ y la ciudad creó una placa conmemorativa del fastuoso estreno de 1927. El 21 de diciembre de 1991, tras una gran reforma interna, el Teatro Guridi dejó paso a los cines Guridi, en cuya primera cartelera estaban ‘Terminator II: El juicio final’ o ‘El robobo de la jojoya’. En 2015, estos multicines dejaron paso a un supermercado. En el edificio queda el cartel vertical de los cines, que hace años que no se ilumina, el voladizo que cubre los arcos de entrada al antiguo teatro y el enorme rótulo en lo alta de la fachada del antiguo Teatro Príncipe.
El Casino Gran Peña
Inauguróse el 6 de enero de 1927, día de los Reyes Magos, un “soberbio casino” de máximo lujo llamado Gran Peña, cuentan las crónicas de la época. Este club, que imitaba a las sociedades inglesas, se instaló en los tres pisos del edificio que hace las veces de fachada del Teatro Príncipe, cuyo telón se levantó unos meses antes, el 25 de diciembre de 1925.Teófilo San Cristóbal, responsable del Banco de Vizcaya que estaba ubicado justo enfrente de este edificio, fue el presidente de la junta directiva. El casino Gran Peña reunió a 600 socios, que pagaban una cuota de acceso de 50 pesetas y cada mes otras 6 pesetas. Un impago de dos meses implicaba la expulsión y la membresía permitía descuentos en las entradas del teatro para los socios y para sus familias.
Al casino se accedía por el portal ubicado más a la derecha de las arcadas de acceso al Príncipe. Tras una puerta con las letras T y P, respectivamente, en cada una de las hojas, se presentaba una escalera ornamental de madera noble levantada y tallada por Ursino Sobrón, cuya carpintería estaba en la calle de Prudencio María Verástegui. En el bajo, en el lado izquierdo de la escalera, estaba la portería, el guardarropa y el acceso a un ascensor importado de Suiza, con seis plazas y espacio para conductor. Tenía botonadura interior y exterior.
La Gran Peña tenía tres salones, uno por planta. A todos ellos se accedía a través de grandes portones de madera con vidrieras decorativas incrustadas. En ellas las letras G y P se engarzaban en el escudo central de cada hoja. El de la primera planta era el único con acceso al teatro, en su caso a los cinco palcos exclusivos para los socios del club. Además de un ‘foyer’ recibidor, tenía una peluquería descrita en la revista ‘Celedón’ de agosto de 1925 como lujosa, cómoda y aséptica.
En la segunda planta estaba la zona de juego. Había cinco mesas de billar, tres para la modalidad ‘chapó’ (“juego de billar que se juega en mesa grande, con troneras y con cinco palillos que se colocan en el centro de la mesa y que tienen diverso valor para el tanteo. Consigue la victoria el equipo o jugador que hace primero 30 tantos o el que derriba todos los palillos en una sola jugada”, según la RAE) y dos de ‘carambola’.
Había también catorce mesas para jugar al tresillo, un juego de naipes con baraja española (como las de Heraclio Fournier) bastante popular en la época y al póker. En esta planta, como en todas, había tocadores, urinarios y todo tipo de servicios. Estaban decorados con finos azulejos belgas y loza inglesa. “Todo caro, todo de gusto, todo admirable”, concluía el cronista de ‘Celedón’.
Pero la estancia más sorprendente de la Gran Peña eran los salones de la tercera planta. Sus techos eran especialmente altos pero no había columnas, lo que dotaba al lugar de gran amplitud y espacio diáfano. El llamado “salón de fiestas” del casino tenía cinco grandes ventanales hacia San Prudencio y, sobre todo, cuatro grandes vidrieras de diez metros cuadrados que daban a la parte superior del patio de butacas del Príncipe. Costaron 6.400 pesetas. También en ellas, en el centro, estaba grabado el escudo con las letras ‘G’ y ‘P’. En el medio del salón colgaba una gran lámpara de araña. Los ornamentos de paredes y techo eran dorados y el suelo y la parte baja de las paredes de la estancia, de madera noble. Una pequeña escalera llevaba a una especie de palco en el que se oteaba todo el espacio. Enfrente, había una balaustrada en otra entreplanta.
Las obras fueron ejecutadas por Narciso González y la decoración artística la diseñó Saturnino Ortiz de Urbina, de la casa Decvs, que estaba ubicada en el edificio contiguo al teatro en dirección hacia la calle de Eduardo Dato. La Gran Peña se dotó de los más importantes adelantos tecnológicos de la época. Se instaló un sistema de calefacción con radiadores y “avisadores eléctricos de temperatura”. Había terminales de telefonía para comunicar los salones entre sí y con el teatro, cabinas para hablar con el exterior y máquinas de escribir. Pero el gran avance que trajo el casino fue un panel que indicaba “los sillones libres de la peluquería”, “el preciso estado de la función del teatro” y los taxis disponibles en la entrada. “Me parece que indígenas y forasteros van bien servidos”, aseguraba la revista ‘Celedón’. El personal era amabilísimo y elegantísimo y servía los mejores refrigerios
La andadura de la Gran Peña fue muy corta. Duró menos de un año. Por los salones pasaron con los años Muebles Bonilla, el Casino Artista Vitoriano mientras reformaban su sede o la propia Vitoriana de Espectáculos (VESA), cuando adquirió el edificio a sus primeros promotores. En la actualidad, pese a que ha pasado casi un siglo, quedan bastantes vestigios de la Gran Peña. La escalera ornamental de Ursino Sobrón está intacta, así como los portones con las vidrieras en cada una de las tres plantas. Sin embargo, solamente una de ellas conserva la ‘G’ y la ‘P’, la del segundo piso. En el primero se sustituyó por una vidriera con las letras ‘V’, ‘E’, ‘S’ y ‘A’ y en el tercero por un espacio sin inscripciones.
Sin embargo, traspasar la entrada del antiguo salón de fiestas del casino ofrece una sorpresa. La actual sede de la empresa Bestax tiene un espacio de trabajo presidido… por una enorme vidriera original de diez metros cuadrados con las letras ‘G’ y ‘P’. En sus despachos siguen estando los radiadores de los años 20 del siglo pasado en perfecto funcionamiento y se conserva el acceso al palco, aunque la escalera ha sido retocada. Co
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