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Ca Madó Pilla: el ‘hotel’ gratuito que fundó el primo de Sissi Emperatriz

Grupo de mujeres junto a la hospedería de Can Madó Pilla.

Laura Jurado

Mallorca —

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En una curva de la carretera entre Valldemossa y Deià se levanta un hotel que haría las delicias de un remake mediterráneo de ‘El resplandor’. Su fachada imponente y algo destartalada aparece de repente entre los pinos y encinas de la Tramuntana. Una sucesión de barandillas y enrejados que protegen dos grandes secretos. El primero, la cara posterior que se levanta entera frente al mar como un acantilado de hormigón y cristal. El segundo, que allí, justo allí, muchos años atrás se ubicó el primero –y probablemente único– alojamiento gratuito para viajeros que ha tenido Mallorca: la hospedería de Ca Madó Pilla. 

La historia empieza a mediados del siglo XIX. Por aquel entonces llegó a la isla uno de los personajes más fascinantes y poliédricos que han pisado Mallorca: el Archiduque Luis Salvador, primo de la mismísima Sissi. “Era miembro de la familia imperial de Austria, la más importante de Europa y casi del mundo. Una persona fuera de serie”, asegura el historiador del arte, Jaume-Bernat Adrover. El flechazo del aristócrata con la costa de la Tramuntana fue tal que pronto quiso pasar de visitante a propietario. “Le fascinaba el paisaje de la Serra y sobre todo el mar y enseguida empezó a comprar todo lo que pudo: Miramar, S’Estaca, Son Gual, Son Galcerán”, enumera el experto.

Miramar, situada en un desvío en esa carretera entre Valldemossa y Deià y el lugar donde Ramon Llull había fundado siglos antes un monasterio y una escuela misionera, fue la primera de sus adquisiciones. No tardó en hacerse también con dos pequeñas casas que abrirían un nuevo y curioso capítulo en su vida: Ca Na Matgina y Ca S’Heura. Su proyecto consistía en convertir la primera en un hotel que regentaría, justamente, la antigua propietaria de Ca S’Heura, Joanaina Oliver: una señora de Deià de unos 60 años a quien todos conocían como Pilla. Quizá porque, como decía la revista La Esfera, era “un saco de picardías”. 

“La hospedería fue el elemento más característico y popular de Miramar. De hecho, la idea de crearla surgió muy pronto con el objetivo de que pudiera alojar a aquellos que querían visitar Miramar”, asegura Nicolau S. Cañellas Serrano, uno de los principales investigadores de la figura del Archiduque y autor del estudio El paisatge de l’Arxiduc. Pero, sin duda, lo que la hizo más célebre fue que ofrecía tres días de alojamiento gratuito a todo viajero, peregrino o excursionista que se acercara por allí. “Es cierto que el Archiduque tenía sus necesidades más que cubiertas y, como no tenía problemas económicos, no le suponía un sacrificio. Era rico, sí, pero, ¿cuántos ricos hay que no hacen nada?”, plantea Adrover. 

Es cierto que el Archiduque tenía sus necesidades más que cubiertas y, como no tenía problemas económicos, no le suponía un sacrificio. Era rico, sí, pero, ¿cuántos ricos hay que no hacen nada?

Jaume-Bernat Adrover Historiador del arte

Con aquella idea filantrópica en mente de que cualquiera pudiera visitar sus tierras y disfrutar de la paz y del paisaje tanto como él, el Archiduque comenzó a reformar Ca Na Matgina: una gran casa de estilo mallorquín con cuatro plantas y coronada por un enorme voladizo. Cambió la puerta de entrada, convirtió un antiguo establo en comedor y habilitó diversos dormitorios. Según consta en un inventario sin fecha conservado en el Archivo General del Consell de Mallorca llegó a tener al menos una decena. 

El listado demuestra también la sobriedad con la que amueblaron los interiores: camas, bancos, mesas, algún armario, alguna rinconera y un puñado de lavabos y crucifijos de madera. Según describió Charles W. Wood –miembro de la Real Sociedad Geográfica de Londres– en su libro ‘Cartas desde Mallorca’, el salón se parecía más “al refectorio de una comunidad religiosa que a cualquier otra cosa”. Quizá también porque, decían en La Esfera, aquella gratuidad se había inspirado en el alojamiento que ofrecían algunos santuarios de la isla. “Muchos de sus huéspedes venían de las grandes potencias europeas, de zonas en proceso de urbanización y buscaban precisamente ese aislamiento y esa austeridad”, asegura Adrover. 

La posadera que dio nombre al lugar 

Según recoge Cañellas Serrano en su estudio, la hospedería se inauguró a mediados de 1874 y fue un éxito inmediato. Aquel agosto, Francisco Manuel de los Herreros –su hombre de confianza en Mallorca– informó al Archiduque de que en apenas un par de días había contado hasta 47 visitantes en la zona, 28 de los cuales hicieron noche en la hospedería. “De manera que las doce camas habilitadas y los dos comedores son insuficientes”, le anunciaba. Tres años después agrandaron el comedor y ya en 1884 ampliaron el alojamiento a las veinte camas. 

Parte del éxito radicaba, lógicamente, en su gratuidad. Los viajeros podían pasar gratis hasta tres noches en sus habitaciones. Además, se les suministraba tanto agua como aceite, aceitunas y fuego para calentarse. “Tiene todas las comodidades que pueden encontrarse en una posada de campo, con la única diferencia de que al marcharse no tiene uno que pagar nada en absoluto”, escribió Wood, quien no dudó en calificar aquellos tres días como “los más felices” de su vida.

La comida, eso sí, tenía que llevarla cada uno, aunque la cocinaba el personal de la hospedería. Por eso, escribió el pintor francés Gaston Vuillier –que se alojó allí en 1888–, los pobres comían fritos en aceite hirviendo los pimientos y cebollas que habían llevado con su pan negro, mientras “los más afortunados” cenarían pollo asado. “La cama será igual para todos: sábanas bien blancas y mantas suaves y calientes en invierno”, consolaba.

Los viajeros podían pasar gratis hasta tres noches en sus habitaciones. Además, se les suministraba tanto agua como aceite, aceitunas y fuego para calentarse. La comida, eso sí, tenía que llevarla cada uno aunque la cocinaba el personal de la hospedería, por ello había diferencias entre ricos y pobres

Para muchos, el otro puntal de la popularidad que alcanzó el alojamiento era precisamente su posadera, Madó Pilla, “de quien todo el mundo se muestra muy contento”, le aseguraba De los Herreros al amo. Como subraya la doctora en Historia Empar Bosch en Dones fent paisatge, era el logro de una payesa, de una “mujer rural” al frente de lo que podría considerarse la semilla de todo el turismo que vino después. De su buena mano en los fogones habló Martín Pou en el Heraldo de Baleares, donde relató que había comido allí “un arroz con pollo hábilmente condimentado por la popular Madó Pilla”. 

Su fama se extendió más allá de la propia hospedería. El periodista José Vives Verger, que la conoció cuando pasaba ya de los 90 años, la describió como una “recia veterana” que aún se conservaba “ágil” y que tenía un “genio endiablado”. Un personaje “digno de estudio” que gestionaba el lugar con una corte de criados –entre los que algunos viajeros aseguran que estaba su propia hija–, y a la que sorprendían tan poco las largas ausencias del Archiduque como enterarse de su regreso porque, simplemente, le oyera llamarla desde el camino para pedirle un plato de sopes mallorquines, publicaba El Bien Público. Los periódicos también lloraron su muerte aquel mayo de 1907 en el que no consiguió recuperarse de la grave neumonía que acabó por llevársela a los 98 años. 

Su posadera, Madó Pilla, fue también clave en el éxito. Era una “mujer rural” al frente de lo que podría considerarse la semilla de todo el turismo que vino después

De la alta alcurnia a las prostitutas

Adrover señala que no hay constancia de que la Hospedería de Madó Pilla o Ca Madó Pilla, como pasó a conocerse, se anunciara o se incluyera en guías. “Pero el Archiduque se hizo muy famoso y tenía una red de comunicadores muy importante, tanto en Mallorca como fuera, que seguramente ayudaron a darla a conocer”, apunta. Por aquel “asilo comunista” –como lo describió el escritor y periodista Joaquín Dicenta– pasaron autores, excursionistas mallorquines, peregrinos –como la pareja de Banyalbufar que pidió alojamiento después de haber ido a dar las gracias a la Virgen de Miramar tras el parto de su hija– y numerosos viajeros extranjeros. Entre estos últimos estuvieron la escritora Margaret d’Este y su madre, quienes se alojaron en 1906 y relataron su experiencia en With a Camera in Majorca. Para entonces hacía ya tres años que había abierto sus puertas en Palma el Gran Hotel, pionero en la industria turística y hotelera de lujo en la isla y en el que también se alojaron.

Más curiosa y accidentada fue la estancia de la autora H. Belsches en 1878. En un momento –subraya Jaume-Bernat Adrover, autor de Dones viatgeres a Mallorca– en que Mallorca era aún una isla “sin hoteles ni carreteras” y quienes viajaban eran principalmente los hombres, H. Belsches fue una de esas mujeres valientes –y adineradas– que decidió irse a recorrer mundo. “A España llegó, además, acompañada de un grupo de amigas de las cuales ocultó el nombre en su libro ‘Ups and Downs of Spanish Travel’ porque era consciente de que estaba incluso mal visto”, explica.

La autora H. Belsches se alojó en 1878, en un momento en que quienes viajaban eran principalmente los hombres, por lo que tuvo que ocultar su identidad. En aquella época estaba 'mal visto' que una mujer viajara sola

H. Belsches –identidad detrás de cuya identidad el autor cree que se escondía Henrietta Elizabeth Belsches, hija de un médico británico– desembarcó en la isla en abril con la idea de visitar, entre otros, el pueblo en el que se habían alojado George Sand y Chopin cuatro décadas antes: la “pintoresca” Valldemossa. A Ca Madó Pilla el grupo llegó tras un recorrido de dos horas en carro desde Palma. Después de una comida “frugal” y un “sueño relajante”, ya por la mañana se trasladaron al pueblo en compañía de la hija de Madó Pilla para hacer compras. El segundo día, sin embargo, surgieron los problemas.

En la hospedería se habían presentado dos guardias de uniforme que preguntaban por las intenciones de aquel grupo de mujeres viajeras. “Ellas, como pudieron, les dieron a entender que viajaban por placer y eso era muy difícil de entender en una Mallorca rural en la que a mucha gente le venía justo para comer. Así que pensaron que eran espías”, explica Adrover. La amenaza de llevarlas a prisión debió de quedar lo suficientemente clara como para que cundiera el pánico entre las mujeres. Buscaron y rebuscaron algún documento que pudiera explicar su estancia, pero la cosa empeoró cuando sacaron el pasaporte y los agentes tomaron la fecha de expedición por la de caducidad. La situación sólo pareció enderezarse cuando mostraron la tarjeta de bienvenida que les había firmado el cónsul británico a su llegada. 

'Ellas, como pudieron, dieron a entender a los guardias que viajaban por placer y eso era muy difícil de entender en una Mallorca rural en la que a mucha gente le venía justo para comer. Así que pensaron que eran espías', explica el historiador Adrover sobre H. Belsches y sus amigas

En las cartas que De los Herreros enviaba al Archiduque le relataba que entre los huéspedes se contaban tanto “personas humildes” como “gente de alta alcurnia”. Sin embargo, recoge Cañellas Serrano, la cosa debió de cambiar con los años. Ya en 1899 ‘Mallorca Dominical’ aseguraba que las “familias decentes” no se acercaban por allí y que las autoridades de Valldemossa bien podrían meter “en vereda a los calaveras” que iban allí “a divertirse inmoralmente”. De hecho, una de las anécdotas que aún se cuentan en la localidad es que cuando el Archiduque le preguntaba a Madó Pilla quién había ido a la hospedería, ella respondía “prostituas, señor, muchas prostitutas”. 

Pese a todo, la posada no sólo sobrevivió a Madó Pilla, sino también al propio Archiduque tras su muerte en 1915, aunque acabó por cerrar poco después, según parece, por lo caro de su mantenimiento. A principios de los años 20, el diario La Última Hora informaba de que sus puertas estaban cerradas y que quienes cruzaban la carretera entre Valldemossa y Deià echaban en falta “la cordial hospitalidad” de aquel sitio. En 1926 reabrió ya con las instalaciones modernizadas y regentada por Pedro Estarellas, quien mantenía eso de “antigua hospedería de Miramar” en los anuncios. La casualidad, pero sobre todo el desarrollo turístico, han hecho que aunque a día de hoy no se conserve nada de la antigua casona de Madó Pilla, en la zona siga existiendo un hotel. 

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