Bolsonaro cierra el círculo: los cuarteles de Brasil celebran el golpe militar que instauró la dictadura de 1964
Uno de los argumentos más utilizados para blanquear la ideología de extrema derecha del candidato Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal) en la campaña electoral del pasado mes de octubre fue que, a pesar de sus polémicas declaraciones, a la hora de la verdad no llevaría a cabo la mayoría de sus ocurrencias. Este 31 de marzo, cinco meses después de dominar los comicios, el presidente ha ordenado a los cuarteles celebrar el golpe militar de 1964, el levantamiento que inauguró la barbarie de una dictadura que se alargó hasta 1985.
Cincuenta y cinco años después de golpe militar, el portavoz de la presidencia, Otávio Rêgo Barros, volvió a acaparar el foco mediático al anunciar que el presidente había determinado al Ministerio de Defensa llevar a cabo las “conmemoraciones debidas” de una fecha desgraciadamente inolvidable para la nación. El 31 de marzo marcó el inicio de un régimen que siempre ha alabado el actual presidente; negando el uso de la palabra dictadura y glorificando a los mayores torturadores, como el coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra.
La respuesta surgió de manera automática a varios niveles, comenzando por la Defensoría Pública de la Unión, que solicitó a la Justicia Federal que prohibiera a las Fuerzas Armadas celebrar el golpe de estado. La jueza federal Ivani Silva da Luz, de Brasilia, fue la encargada de prohibir los festejos militares. Su decisión llegó el pasado viernes 29 de marzo, pero ya era tarde. No tuvo ningún efecto práctico. El manifiesto del orden del día de la conmemoración ya había sido leído públicamente horas antes, en el patio del Comando Militar do Planalto, en la capital brasileña, ante la presencia del comandante del Ejército, general Edson Leal Pujol. El presidente Bolsonaro lo celebró en un acto de izado de bandera en el Palacio de la Alvorada, residencia oficial.
Por si fuera poco, el magistrado Gilmar Mendes, del Tribunal Supremo, negó un pedido de prohibición de las celebraciones. Desde su punto de vista, no había hecho concreto que juzgar, a excepción de las declaraciones públicas del presidente y su portavoz. El pedido había sido encaminado por asociaciones de víctimas de la dictadura y por el Instituto Vladimir Herzog, institución que responde a la memoria del director de TV Cultura detenido ilegalmente, torturado y asesinado en 1975.
El texto promovido por Bolsonaro, redactado por el ministro de defensa, el general Fernando Azevedo e Silva, y difundido por los cuarteles brasileños para su lectura en los actos de celebración, está compuesto por una decena de párrafos que confirman la reescritura de la historia por parte del actual Ejecutivo. Consideran la legalidad del 31 de marzo de 1964 al cumplirse la Constitución Federal de 1946, “cuando el Congreso Nacional, el 2 de abril, declaró la vacancia del cargo de presidente de la República [gobernaba en aquellos tiempos João Goulart] y realizó, el día 11, la elección indirecta del presidente Castello Branco, que tomó posesión el día 15”.
Los militares se autojustifican alegando que la fecha “estaba inmersa en el ambiente de la guerra fría, que se reflejaba por el mundo y penetraba en el país”. Según el documento, las familias brasileñas “estaban alarmadas”. Esa “escalada en dirección al totalitarismo” se bloqueó, según la versión oficial lanzada esta semana, gracias a las Fuerzas Armadas, “atendiendo al clamor de la amplia mayoría de la población y la prensa brasileña”. Ellos fueron “los estabilizadores”.
La Orden de los Abogados de Brasil (OAB) ha llevado el caso hasta la Organización de Naciones Unidas. “Negar la historia”, recuerdan, “las atrocidades cometidas en el pasado, es considerado crimen en muchos países, como sucede con el negacionismo del holocausto”. Según la propia OAB, “conmemorar la instalación de una dictadura que cerró instituciones democráticas y censuró a la prensa es querer conducir mirando por el retrovisor una carretera tenebrosa”.
Jair Bolsonaro ha logrado colocar en pauta algo que no estaba en la agenda de nadie. La población más ajena a la actualidad política, o que naturaliza los escándalos encadenados, siguió haciendo vida normal este domingo 31 de marzo, incluso en las zonas más acuarteladas de Río de Janeiro. El presidente ha conseguido, eso sí, seguir dividiendo a la camada politizada de esta población. Sus seguidores más acérrimos se han movilizado para arropar a los militares (“El día que los militares, con apoyo de la población, libraron a Brasil de convertirse en una nueva Cuba”, decía la convocatoria frente al 63º Batallón de Infantería de Florianópolis –Santa Catarina–), y sus detractores se han visto obligados, 34 años después de la llegada de la democracia, a salir a la calle a repudiar la violencia y la tortura de la dictadura.
“No podemos dividir todavía más una nación ya fracturada”, señala sobre esta polarización la Orden de los Abogados de Brasil. “¿A quién puede interesar celebrar un régimen que mutiló a personas, que hizo desaparecer a sus enemigos, que separó familias, que torturó a tantos brasileños y brasileñas, incluso a mujeres embarazadas?”, añade.
La concentración de repulsa en Río de Janeiro tuvo como escenario la Praça Floriano (Cinelândia, en el centro de la ciudad). Entre los mensajes allí lanzados sobresalió el de la diputada federal Jandira Feghali, del Partido Comunista do Brasil. Definió la celebración del golpe militar como “obscena, indigna, irrespetuosoa e inconstitucional”, y llamó “canalla” a Bolsonaro, calificativo que los manifestantes repitieron a coro.
Lo que parecía surrealismo brasileño se ha convertido en hiperrrealismo en menos de un año. Tan normales son estas celebraciones en los cuarteles como escuchar al ministro de relaciones exteriores, Ernesto Araújo, afirmar que el fascismo y el nazismo son “movimientos de izquierda”. Nadie podrá decir que Bolsonaro no estuvo meses avisando.