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La decepción con el partido fundado por Mandela fragua un fin de ciclo en Sudáfrica 25 años después del apartheid

Imagen de archivo de Nelson Mandela.

David Soler

El Orden Mundial —

Hace 25 años Sudáfrica marcaba el fin del apartheid. El proceso que comenzó en 1990 culminó con la celebración de unas elecciones generales el 27 de abril de 1994, que ganó el Congreso Nacional Africano (CNA), liderado por Nelson Mandela. Se inauguraba así la “nación arcoiris”, como acuñó el arzobispo Desmond Tutu. Un periodo de esperanza, optimismo y expectativas grandes en un proyecto que se resquebraja un cuarto de siglo después.

La democracia, el Estado de derecho y las libertades civiles se han asentado, pero la desigualdad económica, el desempleo y las protestas son cada vez mayores contra un CNA que ha abrazado un sistema capitalista clientelar y corrupto que beneficia a las grandes corporaciones y aquellos afines al gobierno. Las elecciones del 8 de mayo son una prueba de fuego para un partido que lleva ininterrumpidamente en el gobierno desde el fin de la supremacía blanca y que ve como la oposición crece a izquierda y derecha a su costa.

Un sistema que beneficia a unos pocos

El declive de ideología y moral de la CNA ha venido acompañado de la acomodación a un régimen capitalista que no pudieron cambiar. A su llegada al gobierno en 1994 el partido aceptó aplazar la creación de un Estado socialista debido a las grandes dificultades que entrañaban para la viabilidad de su proyecto. Con el poder económico en manos de afrikáners, el declive del socialismo con la caída de la Unión Soviética y la falta de experiencia, la CNA aceptó jugar en el sistema.

El plan pasó entonces a reformar un sistema racista y conseguir igualdad racial a todos los niveles. Para ello promovieron el programa Black Economic Empowerment (BEE), un sistema de cuotas destinado a introducir a la población negra en el mercado laboral. Todas las empresas públicas deben tener en cuenta el programa y las privadas reciben una puntuación de igualdad según la cual cualifican para obtener contratos del Estado.

Aunque el objetivo de representatividad racial se ha conseguido en la administración y en muchas empresas privadas, este programa ha sido criticado como el comienzo de un sistema corrupto. De él se benefician aquellos familiares y afines a la CNA y las grandes multinacionales que, dándoles un puesto en sus empresas, consiguen contratos públicos millonarios del Estado, lo que acaba afectando a las pequeñas empresas.

Así pues, mientras Sudáfrica es el segundo país del continente con mayor PIB hay más desempleados que nunca —un 27,1%, más que al comienzo de la época democrática— y es el país con mayor desigualdad económica del mundo con un coeficiente Gini de 0,65. A pesar de estos números, la población bajo el umbral de la pobreza ha bajado drásticamente gracias al crecimiento macroeconómico, que permite la entrega de ayudas sociales. Las ayudas del Estado llegan ya a 17 millones de sudafricanos —casi un tercio de la población—, más gente incluso de la que está empleada.

La mejora de la vida y la garantía de las ayudas sociales ha permitido a la CNA mantenerse en el poder tantos años, pero las protestas y disturbios están en máximos históricos en un país con una gran cultura sindical y de lucha callejera. El paro es la principal preocupación de los ciudadanos, que piden al gobierno que haga más por mejorar las oportunidades.

Avances en la democracia y derechos civiles

Sin embargo, no todo es malo. En materia de calidad democrática y de derechos sociales Sudáfrica ha avanzado mucho desde 1994. El segundo capítulo de la nueva Constitución sudafricana blindaba la separación de poderes y una amplia gama de libertades para sus ciudadanos, incluidos artículos pioneros como el matrimonio LGTBI+. Muchos de los avances democráticos se deben a esa primera constitución y a la figura de Mandela, que cumplió con su promesa de no presentarse a la re-elección. Desde entonces el límite de dos mandatos se ha respetado.

A día de hoy, Sudáfrica figura como la cuarta democracia más estable de África, según el índice de The Economist, y es el tercer país del continente que más respeta la libertad de prensa, conforme a Reporteros Sin Fronteras. Sin embargo, uno de los mayores errores en materia social del gobierno de la CNA fue la negación por parte del expresidente Thabo Mbeki de la existencia del VIH. Casi uno de cada cinco sudafricanos —más de 7 millones de personas— en edad adulta son portadores del virus y un estudio reveló que las políticas de su gobierno pudieron causar la muerte de 300.000 personas.

Crecimiento de la oposición

En este panorama, la oposición ha crecido a izquierda y derecha de la CNA. El principal partido opositor, la Alianza Democrática (DA), gobierna en las dos principales ciudades, Johannesburgo y Ciudad del Cabo, y cada vez sube más en las encuestas. El partido, de corte liberal, está ligado a la minoritaria población afrikáner, pero en los últimos años ha ganado en popularidad dirigido por Mmusi Maimane, un sudafricano negro de Soweto, uno de los barrios más pobres y más afín a la CNA. Mientras tanto, a la izquierda crece Julius Malema, antiguo líder de las juventudes de la CNA, quien creó el partido Luchadores por la Libertad Económica tras ser expulsado del partido del gobierno por su retórica agresiva y extremista.

La popularidad de Malema ha provocado un giro a la izquierda de la CNA, que ha acabado por aceptar la expropiación de tierras sin compensación económica para volver a ganar el voto de los más humildes. La reforma agraria ha sido tema principal en el país desde el fin del apartheid, cuando el 87% de la tierra estaba en manos del 10% de la población. A pesar de los esfuerzos por redistribuir equitativamente la tierra y de no haber un porcentaje exacto de la distribución por raza, la mayoría sigue en manos de blancos.

En 2017 las encuestas daban menos de un 50% de votos a la CNA y Malema amenazaba con juntarse con la DA si no aceptaban sus propuestas. Sin embargo, las últimas encuestas dan una mayoría holgada de casi el 60% a la CNA tras la dimisión forzada del expresidente Jacob Zuma, quien había diezmado la confianza en el gobierno con los continuos escándalos de corrupción que le han llevado al banquillo de los acusados, y la subida al poder del millonario Cyril Ramaphosa.

El nuevo presidente tiene ante sí el gran reto de contentar a los sudafricanos más humildes con la política de la reforma agraria a la vez que reactiva la economía y retoma la confianza de los inversores extranjeros en el país. A ello se une la necesidad de promover un plan para asegurar el suministro de agua ante la creciente demanda y las extensas sequías que han asolado al país y han estado a punto de convertir a Ciudad del Cabo en la primera ciudad del mundo en el que se deben cerrar los grifos por falta de agua. Pero, por encima de todo, Ramaphosa tiene ante sí la difícil tarea de limpiar de corrupción su partido y acabar con las diferentes facciones si pretende revalidar la confianza de los ciudadanos en la CNA más allá de las elecciones generales de mayo.

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