Nos vendieron a Macron como la gran esperanza del liberalismo para Francia y Europa, ¿por qué ha fracasado?
Cuando Emmanuel Macron ganó por primera vez las elecciones presidenciales en Francia en la primavera de 2017 nos dijeron que era el futuro del pluralismo liberal. La BBC dijo que su victoria era “un repudio de la ola populista y antisistema” de entonces. Según la portada de Time Magazine, era “el próximo líder de Europa”. The Economist fue incluso más lejos: en su portada se preguntaba si era el “salvador” de Europa y declaraba que estaba montando una revolución en la política democrática “sin pica ni horca”.
Siete años después, la “revolución” “pacífica” y “democrática” de Macron está en ruinas y el presidente de Francia lucha por sortear una crisis política e institucional que creó él solo. En junio convocó unas elecciones legislativas innecesarias, las perdió y se negó a reconocer su derrota. Durante el verano, Francia atravesó el segundo periodo más largo sin Gobierno de su historia reciente.
El Gobierno resultante, dirigido por Michel Barnier, sólo pudo sobrevivir el tiempo que lo hizo gracias a un pacto con la extrema derecha, antes de desmoronarse tras una moción de censura celebrada el 4 de diciembre. Aunque Macron ha nombrado ahora primer ministro a François Bayrou, no está claro cómo esto resuelve el problema fundamental de que tanto el presidente como su programa son detestados a lo largo y ancho del país, y cuentan con una fuerte oposición en el Parlamento.
El balance (negativo) del macronismo
El balance del macronismo explica su mala racha. Cuando tomó posesión, el déficit de Francia era del 2,6% del PIB, en octubre de 2024 había subido al 6,2%. ¿Quiénes son los beneficiarios de semejante derroche? Desde luego no son los alumnos de las escuelas públicas ni sus estresados profesores, que tienen que enfrentarse a las clases más numerosas de Europa. Tampoco son el creciente número de personas que viven en “desiertos médicos”, donde no hay acceso suficiente a médicos o cirujanos.
Sin embargo, a los ultrarricos les ha ido muy bien: las cuatro mayores fortunas de Francia han aumentado un 87% desde 2020, según Oxfam. La Macronomía se parece a la Trussonomía (en referencia a la ex primera ministra del Reino Unido Liz Truss) a cámara lenta. Fue un programa de recortes fiscales sin financiación para los ricos que los macronistas supusieron erróneamente que aumentaría la actividad económica y, por tanto, la recaudación fiscal. Según el gurú económico de Macron, Jean Pisani-Ferry, “no era una mala estrategia, simplemente no funcionó”.
Si su trayectoria económica socava la narrativa de que Macron era el candidato de la innovación y las finanzas saneadas, su historial social y político demuestra que la revolución de Macron no fue ni pacífica, ni particularmente democrática, y pone en tela de juicio las etiquetas de “progresista” y “centrista”, tan a menudo aplicadas al presidente francés.
La violencia policial se ha recrudecido notablemente bajo el mandato de Macron, con un número cada vez mayor de disparos y de personas muertas a manos de la policía y con un incremento vertiginoso del número de balas de goma disparadas contra multitudes.
También ha contribuido a normalizar a la extrema derecha, hablando de sus temas preferidos, utilizando su lenguaje y aprobando una ley migratoria que Marine Le Pen saludó como una “victoria ideológica”.
Además, ha gobernado de una forma cada vez más antidemocrática, impulsando medidas muy impopulares y utilizando el artículo 49.3 de la Constitución para aprobar leyes sin votación parlamentaria. Asimismo, ha intentado dejar fuera del gobierno a la alianza de izquierdas Nuevo Frente Popular (NPF), a pesar de haber ganado la mayoría de los escaños en las elecciones legislativas de este verano.
El activista Ugo Palheta ha escrito sobre el proceso de fascistización de la sociedad francesa hablando de cómo parte de los medios de comunicación, la función pública y la élite empresarial se radicalizan hacia la derecha. Macron ha contribuido en gran medida a este proceso, y la extrema derecha ha logrado este verano los mejores resultados electorales de su historia.
Recientemente, Macron ha estado luchando para intentar mantener en Francia la exitosa serie de Netflix Emily en París, que amenaza con cambiar de localización y apostar por Roma, donde ya se han rodado algunos capítulos de la cuarta temporada. Es una misión absurda. Emily en París, como los Juegos Olímpicos de verano, proyecta una imagen de fantasía de la Francia que Macron quiere gobernar, y que pretendía crear.
Pero el arquetipo de la Francia de Macron no es la estadounidense Emily Cooper, la habitante de una nación boyante habitada exclusivamente por ricos y atractivos, sino más bien Vanessa Langard, una participante en las manifestaciones de los chalecos amarillos que conocí hace poco. Langard había sido decoradora y tuvo que aceptar un segundo empleo para ayudar a pagar los cuidados de su abuela.
Langard recibió un disparo en la cara y quedó ciega por una bala de goma en una protesta en diciembre de 2018. Cuando hablamos, estaba angustiada, sollozando mientras describía su ira por la negativa del Estado francés a designarla víctima de la violencia policial. Su madre comentó que se había vuelto más sumisa desde la agresión.
Su vida nos muestra los efectos del macronismo a pequeña escala. Langard ha sido presa de la estrategia represiva de Macron contra la disidencia y cegada por las armas cada vez más militaristas que el Estado despliega contra sus ciudadanos. Ahora, con 40 años, no puede trabajar y vive de las escasas prestaciones que se pagan a las personas con discapacidad en Francia; una persona de los cientos de miles de ciudadanos empujados a la precariedad bajo Macron. Necesita cuidados, por lo que depende de un sistema sanitario cada vez más sobrecargado que el Gobierno quiere recortar aún más.
Langard forma parte del 56% de franceses que dicen que la vida se ha vuelto más difícil debido a sus bajos ingresos y al aumento de los costes de vida, del 85% de personas que temen que el próximo presupuesto afecte negativamente a su situación financiera y del 77% que entienden que esto es el resultado de decisiones políticas.
A Macron le quedan más de dos años para las próximas elecciones, pero nada parece indicar que vaya a cambiar de rumbo. Durante el verano, Libération reveló que se habían celebrado una serie de reuniones secretas entre macronistas y miembros del partido de extrema derecha Agrupación Nacional con la mediación del asesor de confianza de Macron, Thierry Solère, lo que ayudó a normalizarlos aún más. Edouard Philippe, aliado de Macron y posible sucesor, habría dicho a Marine Le Pen que quiere que las próximas elecciones sean una competición de “proyecto contra proyecto” sin “crítica moral”.
No es un buen augurio para el liberalismo que su chico del cartel pro-UE se haya convertido en el rey Lear, cegado por el narcisismo y entregando voluntariamente el reino a una fuerza destructiva que él mismo ayudó a crear. Macron ofrece una lección objetiva sobre el agotamiento del liberalismo. Cuando la forma y la apariencia del liberalismo permanecen, pero su contenido y sus valores se desvanecen, lo que queda es algo vacío y quebradizo. Se vuelve incapaz de mejorar la vida de nadie más que de los ricos, incapaz de responder a hechos inconvenientes como unos resultados electorales decepcionantes, incapaz de articular siquiera una crítica moral a la extrema derecha que pretende usurparlo e incapaz políticamente de detener su ascenso. El macronismo ha fracasado.
Oliver Haynes es periodista y copresentador del podcast Flep24
Traducción de Emma Reverter
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