Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.
Por Lu
Bueno, empecemos por lo primero, pues empezar por lo segundo es antinatural y aquí todo es muy natural, excepto la IA. ¿Y por qué la IA? Pues porque, extraño en mí, para reservar en Menomale, en lugar de mandar un correo electrónico, preferí llamar y, oh, sorpresa, me respondió un ser con IA o un roboz con IA o una IA o como se llame y la conversación fue algo extraña. En primer lugar, por la impresión, reservé para 3 en lugar de para 2, no sé si mi subconsciente estaba invitando al roboz o qué sucedió en mi cabeza. Luego, en un giro imprevisto de mi propia inteligencia —poca—, le indiqué mi apellido y le dije «con “V”», pues empieza por «V» y me sale por defecto decirlo. Cuando el ser me iba a confirmar la reserva, saliendo de la turbación que me producía hablar con dicho ser y dándome cuenta de que había reservado para 3 y no para 2, le dije «modificar reserva», como los indios. Y el ser reaccionó perfectamente, modificó la reserva y, ahora sí, la confirmó: «1 mesa para 2 personas en el salón el día XX a nombre de Lucía Vigón con “V”». Me entró la risa y lo dejé tal cual. Veo que la IA todavía está algo verde en algunas cuestiones, posteriormente se lo comenté a unos amigos y mi dijeron que la inteligencia normal, la de los humanos de carne y hueso, tampoco anda muy fina, a ellos les había llegado una carta al «3.º D de Dinamarca»; así que en realidad la IA está al nivel de la inteligencia media. Me resultó curioso el trato con ese roboz, no era el típico de las llamadas con respuestas predeterminadas, tenía su inteligencia artificial bastante similar a una natural. Aprovechando la ocasión, ¿si la IA acaba con las traducciones me vais a dar trabajo? ¿O pensáis que todavía podré vivir de ellas hasta cuando me jubile? Ya me estabais jubilando con el traductor de Google y aquí sigo, cruzo dedos. Bueno, sea como sea, al menos podré hacer críticas gastronómicas, los robozes con IA todavía no van a restaurantes ni tienen paladar, ¿o sí? Como máximo te harán un compendio de las reseñas de toda la gente que va y listo, ¿no? ¿Me contrataréis para cositas gastronómicas? Espero que sí y que me paguéis bien, tengo que mantener a Lupo, un gatito de gusto exquisito.
Bueno, un poco de música veraniega ya. El señor del vídeo nada sobre el asfalto, como aquí, en Madrid, debería hacerse deporte olímpico. La canción es de un grupo napolitano, y el Menomale del sur tiene las pizzas y algunas pastas, pero los dueños parecen ser más del norte, espero no remover sensibilidades.
Bueno, vamos a lo que vamos. Tras confirmar que tenía la reserva, Lucía Vigón con uve —exactamente así me lo leyó la persona que nos atendió— de los Vigones con uve de toda la vida, nos sentamos en una mesita con bastante buena luz, para las fotos. El local es sencillo, con piedra vista original del edificio, madera en forma de estanterías y forrado de barra, grandes lámparas de tipo industrial, bancos corridos, sillas de su padre y de su madre y, al final de la barra, un horno eléctrico, no de leña, lo cual supone un sacrilegio para los amantes de la pizza con conocimiento de causa.
Y luego está el indefectible Aperol junto con Campari, Cinzano y Cynar, ¡¡¡el amargorrrr!! y otra selección variada de licores y cervezas.
Para beber, tomamos agua del grifo, que te ofrecen en una botella rellenada, muy apañado y desenfadado, sí señor. M. elige un doble de Mahou de grifo (2,90 €) y yo elijo una copa de vino blanco italiano, Vernaccia di San Gimignano de la Bodega Rocca delle Macìe (4 €), que no debería haber elegido. Vino de acidez marcada, que no agradable, y bastante plano en cuanto a aromas y sabores, poco o nada recomendable.
De primero, para la parte sólida, nos decantamos por mortadella e stracciatella (13 €); finas lonchas de mortadela con stracciatella, según su descripción. Luego, en nuestro plato, va sobre lo que ellos presentan como focaccia. La mortadela está muy bien, tierna, con ese ligero toque picante de especias, especialmente pimienta negra, con las que se mezcla la carne de cerdo triturada (dicen que su denominación, tal vez, proceda del mortaio [mortero] donde se trituraba antiguamente la carne). Resulta suave, delicada y la stracciatella, con su textura cremosa y filamentosa, le aporta un contraste fresco. Yo soy más de la mortadela con un poquito de pistacho, pero esta canónica, simplemente con su lardo y su finura, está perfectamente. Y la stracciatella, —el queso, no el helado, ¡cuidado!—, al ser como una burrata suavizada con nata, no invade el sabor del embutido sino que lo realza con su frescura. Otra cosa es lo que llaman focaccia, que en realidad es una pizza pasada de horno. La focaccia tiene un cierto grosor, es una masa más similar a un pan donde el aceite es un ingrediente fundamental, dentro de la masa y para dorarla, cosa que no ocurre con la pizza, además ambas utilizan tipos de harinas diferentes y diversos tiempos y temperaturas de cocción y de crecimiento. Esta era una pizza, tipo marinara, cuya base estaba arrebatada. Aunque a mí me guste el sabor a quemado, entiendo que esa es una perversión mía y un restaurante no debería permitirse proponer alimentos así, porque no todos tienen dicha perversión y este tipo de alimentos quemados no son especialmente sanos. En cualquier caso, la mortadella con stracciatella muy ricas y recomendables, sí.
Después elegimos tagliatelle al ragù (13,50 €), que describen como pasta fresca al huevo larga con salsa boloñesa y parmesano. En principio no parecen tagliatelle, son más estrechas, más similares a fettuccine pero, por su grosor, casi podrían ser strangozzi. Sea como sea, la pasta es fresca y está bien condimentada con la carne picada con salsa de tomate y parmesano. Pasta sabrosa, de textura tierna y deslizante con la cantidad de condimento adecuada para un plato sencillo y siempre agradable.
No tiene nada que destaque, nada que la haga especial, es una bolognese bien hecha, fácil, que tiene algo de infantil, aunque la pimienta rompe, en cierto sentido, ese gusto inocente.
Después elegimos unos spaghetti alla carbonara (14 €), que describen como espagueti de trigo salteados con guanciale terminados con yema de huevo de corral, pecorino (queso de oveja) y abundante pimienta negra. Aquí el guanciale, esa parte del cerdo que incluye parte de papada y de careta (la zona de la mejilla) y se elabora en salazón y maduración con pimienta y otras especias, también está excesivamente torrado… El arrebato es santo y seña de este lugar. La salsa de huevo está algo líquida, tal vez por esa manía que tienen ahora todos los cocineros italianos de añadir acqua di cottura; nosotros pensábamos que era vino blanco pues tenía cierta acidez. Los italianos, en general, son muy buenos en cocina casera, pero cuando se ponen a innovar o a tratar de hacer cocina de altos vuelos suelen fallar, bastante, salvo honrosas excepciones, claro. Su cocina casera es excelente, no necesitan trucos como el famoso agua de cocción que les ha dado por meter en todas las salsas de pasta que se les ponen delante y, normalmente, excepto casos muy concretos (véase una pasta con mantequilla y anchoa), aguan la pasta y diluyen su sabor, ¡y la cocina italiana es, ante todo, sabrosa! Continúo… La pimienta negra le aportaba un toque picante y aromático muy agradable al plato, pero la salsa no estaba bien trabada precisamente, creo, por el agua de cocción. En cualquier caso, resultaba un plato que estaba bien, el arrebatamiento del guanciale al final le aportaba un punto crujiente disfrutable y la pasta estaba en su punto de cocción. Simple, reconfortante.
Y de postre, tiramisú (6 €), ¡nada más típico! Realmente estupendo, la crema de mascarpone tenía una textura ideal, ligerísima, espumosa, se deshacía en la boca, y su punto de azúcar era el justo. Por su parte la combinación de alcohol, azúcar, café y cacao tenía las proporciones perfectas para aportar la acidez y el amargor necesarios para que la parte dulce no prevaleciese. Realmente muy logrado.
En resumen, resultó una comida agradable, a pesar de que la técnica de arrebatar la tienen excesivamente desarrollada; todo estaba bien, sin más. A M., napolitano perdido, le pareció que faltaba pasión en la cocina que ofrecían. Yo no sé mucho de pasiones, solo puedo hablar de una cocina donde nada destacaba especialmente y en la que todo se comía fácilmente.
Recomiendo este lugar para familias, ya que fuimos un domingo y aquello estaba lleno de este tipo de agrupaciones con niños y adolescentes. Pasta y pizza siempre son bien aceptados por esos seres. Supongo que también la gente joven puede disfrutar de Aperoles compartiendo sus tablas de embutidos y sus pizzas.
Aquí está el Instagram de Menomale, pues no parecen tener página web propia. El Menomale se encuentra en calle San Bernardo 85 y, si os apetece charlar con una IA, su número de teléfono es 919 33 04 90.
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