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La Fuente del Lozoya confinada tras de la reja. Un gran símbolo de Chamberí | ÁNGEL ALDA

Ángel Alda

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Viernes, 1 de mayo de 2020. Dos meses y la vida nos ha cambiado. Y de qué forma. A principios de marzo solo sabíamos que una región remota de China había entrado en cuarentena. No parecía que aquello fuese a ir a más en términos de extensión internacional aunque ya había casos de infección aquí y allá. El mundo parecía rodar a su trantrán y las terrazas, cafés y restaurantes se llenaban a poco que hiciese buen tiempo. Se hablaba de fútbol, de estrenos de cine, de exposiciones que había que ir a ver sí o sí y se anunciaba una primavera gloriosa como todas las primaveras que en el mundo han sido.

Mientras tanto el virus iniciaba su labor de zapa progresando en todos los países del mundo a golpe de infecciones que parecían catarros más o menos habituales por estas épocas. Ahora son muchos, y me incluyo entre ellos, los que recordamos aquella fiebre inoportuna que nos tuvo postrados a finales de febrero.

Resulta que el monstruo habitaba entre nosotros. Que se introducía en las residencias de ancianos, en las consultas de los hospitales, en los transportes públicos y hasta en los funerales y los campos de fútbol.

Se impuso la realidad, se despejaron los miedos y las dudas, se superó la barrera del posible pánico social y al rebufo de los italianos llegó el gobierno y mandó parar. Escuelas, fábricas, obras, comercios y negocios de todo tipo cerraron y la población española tuvo que confinarse en sus hogares. A unos el drama les pilló de viaje. Otros en viviendas provisionales. No se pudo evitar que los estudiantes volviesen a sus pueblos y ciudades o que los trabajadores afectados por el cierre hiciesen lo mismo. Esto no es China, señores. Aquí a toque de retreta no se forma a la población para pasar lista. Aquí necesitamos la complicidad social. Y se tuvo. Vaya que se tuvo. Pero perdimos unos días, una semana posiblemente en adelantar las órdenes de confinamiento.

Nunca sabremos medir el impacto de ese retraso. Nunca tendremos idea de cómo nos pilló la ola.

El caso es que en unos días se cumplirán los dos meses de aquello y se habrán cumplido los objetivos de aliviar al máximo la presión asistencial y la demanda de atención hospitalaria. Y ya tendremos hecho un aprendizaje social que nos permitirá tomar conciencia de los medios y recursos que debemos adoptar para protegernos. Puede que nos ayude el General Verano con su ejército solar y calorífico. Nos ayudará también el control territorial, el nuevo perímetro del confinamiento. Todos vamos a estar tensos y atentos.

Desde el primer momento de este trance histórico supimos que algo muy importante estaba a punto de pasar. No sabíamos el contorno de esos cambios. Seguimos en la ignorancia. Pero estamos con las antenas puestas. El Estado se convierte en refugio. Las instituciones multilaterales tienen que reconstruirse o perecer. El sistema industrial tiene que adaptarse. El mundo va a cambiar de base como insistía la letra de la Internacional. Y no sabremos nunca quien hubiera ganado la Liga o la Champions. O no. A lo mejor no pasa nada.

Ser profeta en estos tiempos es un trabajo complicado.

Ha sido un placer compartir estos pensamientos. Mañana nos veremos en las calles.

Un abrazo y muchos besos. La misión que me impuse a lo tonto lo bailo ha terminado. Puede que me dé por convertir estas notas breves en libro. Sólo me falta escribir un prólogo y unas notas de agradecimiento a aquellos muchos amigos que me han leído y me lo han hecho saber con sus comentarios. A Somos Chamberí que le dio alojamiento en la red para su extensión. Y a Antonio Gregorio que me buscó lectores en Ribadeo y la Marina lucense a través de su blog. Y, sobre todo, mi respeto y duelo por aquellas personas que no han podido sobrevivir a esta catástrofe.

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