Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

La Casa de Tócame Roque: desahucios, resistencia vecinal y gentrificación en el Madrid del XIX

La casa de tócame Roque, imaginada por Manuel García Hispaleto

Luis de la Cruz

12 de noviembre de 2021 22:30 h

3

Es muy probable que caminando por el barrio, en la calle Barquillo te hayas topado con una placa en el número 49 (esquina con la de Belén). Habrás abierto bien los ojos y, seguramente, esbozado una sonrisa ante la inscripción: “En este lugar se alzó desde mediados del siglo XVIII la populosa Casa de Tócame Roque, donde es tradición que don Ramón de la Cruz situó el sainete de La Petra y la Juana”.

¡Esto parece la casa de Tócame Roque! Todos conocemos la expresión, que indica que un lugar es un galimatías ingobernable, pero no es tan conocido el hecho de que la célebre casa existió, y que era una casa de vecindad de las más conocidas de Madrid siglos atrás.

En cuanto al origen del nombre, Mesonero Romanos afirma que no se sabe por qué se llamaba así (también pone en duda que lo que refleja el exitoso sainete de Ramón de la Cruz tenga nada que ver con ella más allá del título, que se hizo más popular que el original a partir de cierto momento). Fernández de los Ríos recoge en su Guía de Madrid una de esas leyendas inverificables y poco probables en su literalidad pero que quizá encierren parte de la verdad –¿sería el tal Roque un propietario, administrador o vecino célebre?–. Según este relato, dos hermanos llamados Juan y Roque se declaraban herederos del edificio, y de la frase de uno de ellos reclamando su propiedad, “tócame, Roque”, quedó el sobrenombre popular. Lo cierto es que tenemos referencia de que la casa perteneció sucesivamente a Martín Hercé  y al conde de Polentinos.

Suele decirse que la casa fue derribada en 1850 pero, como explicaremos a continuación, las informaciones que hemos encontrado nos inclinan a creer que en esa fecha se hizo una reforma de la misma tras la que, si bien siguió siendo una casa de corredor, se convirtió en un lugar menos jaranoso y, probablemente, menos volcado hacia la calle.

¿Cómo era la Casa de Tócame Roque?

Ya desde finales del siglo XVIII y principios del XIX aparecen anuncios en el Diario curioso, erudito, económico y comercial y en el Diario de avisos (continuación del anterior) que nos dan pistas acerca de la composición social de la conocida casa de vecindad. Son frecuentes las notas de vecinas que se ofrecen como nodrizas, a veces explicando que tienen leche porque han perdido a un hijo u otra peripecia vital similar. La de ama de cría era una ocupación que solían desempeñar mujeres de las clases populares, por supuesto, y el protagonismo de las mujeres en las referencias a la casa que hemos encontrado son evidentes.

Una de estas notas del Diario de avisos de 1788 nos da información acerca de las dimensiones de la casa: constaba de 69 cuartos. Por lo demás, una buena descripción de la Casa de Tócame Roque la encontramos en Costumbres populares: colección de cuadros tomados del natural, de la escritora Sofía Tartilán. Se da la circunstancia de que también se refirió a la casa en sus escritos –cómo no– Mesonero Romanos, a quien Tartilán había pedido un prólogo para el libro. Como este le dio calabazas con palabras despreciativas, esta las incluyó en su edición: “Siempre he creído que la índole especial del talento femenino se aviene más con la expresión de los afectos del corazón y con las galas de la poesía, que con aquellos asuntos que requieren una aptitud especial de observación y de estudio, un profundo juicio crítico, gran conocimiento del mundo, y variada y extensa instrucción”, dijo Mesonero.

En la obra de Tartilán se habla extensamente de las casas de vecindad, tomando como ejemplo la de la calle Barquillo. Tenía, según explicaba, “piso bajo, principal y boardillas, de aquellas de tronera saliente”. En el centro tenía un gran patio empedrado rodeado de soportales, con una fuente y un pozo en el centro con varias pilas de piedra berroqueña. “Servía de lavadero común, solana, tendedero y salón de tertulia en verano, a todo aquel pueblo en miniatura”, añade. Durante todo el año, el patio estaba iluminado hasta la medianoche por un gran farol de aceite de oliva con candileja, cuyo gasto pagaban entre todos los vecinos.

En estas casas de vecindad semejantes a pueblecitos, explica Tartilán, existía una cierta estratificación social, que tenía su correlato en la geografía y en las alturas de sus espacios. La parte de más tronío y categoría social pertenecía al piso principal y a las habitaciones que, dentro de este, daban a la fachada del edificio. Solían residir “algunos oficiales retirados: tal cual médico que, por supuesto, no era de los que hacen sus visitas en coche propio; algún sacerdote de los agregados a la parroquia; dos o tres escribientes de las oficinas del Estado, o de casas particulares, y por último, el casero, el hombre feliz, el tranquilo poseedor de la finca que, obrando como un sabio, no tenía administrador, cobraba él mismo los alquileres, y no careciendo tampoco de filosofía, escuchaba con paciencia ejemplar las mil disputas, cuentos, chismes y demás pequeñeces que tenían lugar en aquella república, de la cual era el presidente”. Esta última apreciación sobre la figura paternalista del casero o administrador, sin embargo, esquiva los conflictos que podía haber en las comunidades y que, como veremos, se dieron en la Casa de Tócame Roque.

En el resto del principal encontraríamos una representación de las industrias femeninas del momento: “Planchadoras, costureras, sastres, floristas, guanteras, ribeteadoras, costureras del corte, oficialas de sombrerero, tejedoras de flecos y cintas, calceteras, palilleras, botoneras, todo un mundo, en fin, de industria y de trabajo”.

En el piso bajo, de puertas afuera, estaban los comerciantes. “Había, invariablemente un cirujano, un barbero sangrador y saca-muelas. Un herrero-cerrajero, un hojalatero, una tienda de obra prima (calzado nuevo), un puesto de pan, otro de frutas, una carbonería, una o dos tiendas de comestibles, una carneceria, un par de tabernas y alguna otra tienda, de esas en que se vende un poco de todo”. De puertas adentro, en el patio de vecindad, se alojaban las industrias más ruidosas, con los pequeños bancos del zapatero, el carpintero, el afilador, el calderero ambulante, el sillero de viejo, etc. En los bajos interiores habitaban lavanderas y verduleras.

Las mujeres también eran mayoría en las buhardillas –junto con “alguno que otro anciano, viudo o solterón, ya músico de murga, o bien cesante con poco sueldo”–. En general, allí acababan “viudas, o hijas de militares de baja graduación, con pretensiones de señoras, pobres como las ratas, orgullosas como reinas, y alguna que otra vez entretenidas. También solía encontrarse una comadrona, y una que echase las cartas, especie de gitana nacida en las Vistillas o en Lavapiés”.

La descripción de la escritora vale para la de Tócame Roque pero también para otras casas de vecindad conocidas en la época como la de las Pasiegas, la del Nuncio, la Casa de los Mudos, la Casa del Cura, la de los Duendes, la de los Moros, las Casas de Juan García, las de Belenes, la de la Meca, la de la Bodega, la del Castillo de Carlos V, la de las Angarillas, la del Sagrario, la de la Rabia o la de las Cadenas.

Para hacerse una idea del papel que la casa tenía dentro del imaginario madrileño de la época, basta con darse un paseo por la hemeroteca histórica. La Casa de Tócame Roque, así nombrada, era una referencia espacial tanto en noticias de prensa como en notificaciones oficiales. “Está frente a la Casa de Tócame Roque”, repetían los papeles. También su fama de jaranera y bulliciosa la colocaba en el centro de la rumorología y los sucesos reales.

Así ocurrió, por ejemplo, cuando se extendió el rumor de que en 1847 la reina había atropellado y matado a una niña de la casa mientras probaba un nuevo coche de caballos traído desde Londres. O cuando la casa apareció como lugar donde estaba compinchada una mujer en una fuga masiva de la cárcel del Saladero, durante el mismo año. Por lo demás, también se encuentran referencias a pendencias entre sus vecinos o de estos con otras personas.

Reforma interior, resistencia vecinal y ¿derribo? de la Casa de Tócame Roque

Buscando información en internet encontramos información sobre el derribo de la casa en 1850, así como de la resistencia que sus vecinos llevaron a cabo para impedirlo, que dilató durante meses su desalojo.

La mayoría de los textos se basan en una noticia aparecida en La España y otras cabeceras, 18 de septiembre de 1850 y en días sucesivos:

“La casa de Tócame-Roque, con sentimiento lo decimos, está siendo presa de la piqueta de los albañiles. Los inquilinos de esta memorable huronera se han defendido como unos héroes antes de capitular con el casero y de resignarse a salir con los trastos al arroyo. Jamás se vio propietario alguno en aprieto tal para obligar a sus contribuyentes a hacer un mutis más de media docena de meses hace ya, que andaba a vueltas con ellos, insistiendo en que le evacuaran la finca; pero los moradores decían r que r, después de otorgarles primero un plazo de dos meses, y luego otro de tres, se ha visto precisado a acudir al jefe político para lograr el apetecido objeto.

Con tan triste motivo, andan descarriados por diferentes puntos de la villa coronada unos ochenta vecinos que se albergaban en aquella posesión, la cual equivocaban muchos con la galera, a causa del galimatías extraordinario que allí se oía a todas horas.

Por lo demás, según tenemos entendido, en el terreno de antigua casa de Tócame Roque va a erigirse un edificio magnífico que servirá de ornato a aquella hermosa calle, en la cual se hacen de día en día notables mejoras“ [Nota: la galera era la cárcel para mujeres, lo que da una vez más información sobre el componente femenino del vecindario y el prejuicio hacia las mujeres de clase baja]

El inminente derribo de la casa venía apareciendo en prensa desde fechas anteriores, ya relacionado con los proyectos de reforma interior y especulación inmobiliaria que se estaban produciendo en el centro de Madrid desde mediados de siglo, sancionados por el Ayuntamiento. En este caso, acabarán por transformar el barrio del Barquillo conocido sitio de residencia de la chispería, lugar de las clases populares en los cuarteles del norte. En agosto de 1949, ya se daba información de su próximo derribo en periódicos como La Esperanza, La España o La Época:

“Va a ser derribada la antigua y célebre casa de Tócame-Roque, situada en la calle del Barquillo y que dio materia de don Juan de la Cruz (sic) para uno de sus mejores sainetes. Parece que en su solar se levantará un elegante edificio; pues algunos capitalistas tratan de principiar nuevas casas. Según está proyectado desde hace tiempo en el barrio del Barquillo”.

A las informaciones las acompañaban otras coetáneas que hablaban del estado de ruina de la casa y de los problemas que el comportamiento de sus moradores ocasionaba al vecindario, diciéndose incluso que los inmuebles contiguos se encontraban deshabitados por su causa. La madrileñísima y jaranosa Casa de Tócame Roque había pasado de ser un elemento central en el imaginario de las clases populares madrileñas a un problema de orden y salud pública donde, según el periódico La Nación, se recogían “vagos y mujeres de mal vivir.”

Sin embargo, en mayo de 1850 distintos periódicos se vieron obligados a publicar una nota de rectificación después de que el conde de Polentino, propietario del inmueble, presentara documentación que acreditaba que la casa no estaba en ruinas, que era falso que las casas adyacentes estuvieran desocupadas y que no estaba habitada por “gente sospechosa”.

Y solo un par de días después de que se publicara el aludido derribo del inmueble, el periódico El Observador incluyó un desmentido sobre el mismo. Resultan interesantes las siguientes palabras y la curiosa historia de la última resistente de la antigua vecindad:

“…no será destruida; va a ser, sí, reparada; se le va a poner un alero nuevo; se Ie va a revocar; y su propietario, que sin duda deseaba cambiar de vecindad, ha aprovechado la ocasión para hacer salir de su finca a los cien inquilinos que en ella se albergaban, excepto una vieja, verdadero tipo de aquella vecindad, contra la cual nada han podido los esfuerzos del más desabrido de los caseros. La vieja dice que, si la casa sucumbe, ella sucumbirá también debajo de sus ruinas”.

La piqueta entró en escena, sí, pero según parece, no es verdad que la célebre casa de vecindad acabara sus días en 1850, sino que se utilizó para desalojar a los vecinos y acometer una reforma que permitiera al casero atraer inquilinos que dejaran mayores rentas en un contexto de reforma de la zona.

En los años siguientes seguimos encontrando notas acerca de la reforma interior de aquel pedazo de Madrid, camino de convertirse en parte de la ciudad de las élites; pero también persisten las referencias a la casa o la “antes conocida como de Tócame Roque”. En diciembre de 1878 El Globo decía, por ejemplo, “una parte de la sociedad escogida se ha trasladado a las casas nuevas de la calle del Barquillo, y el famoso edificio ofrece hoy un aspecto grave y tranquilo, como si su vecindario se hallase cortado al verse entre tantas personas principales y próximo a la Audiencia de este territorio.”

En 1883 el Diario de avisos y otros medios de comunicación daban de nuevo noticia de la inminencia del derribo de la Casa de Tócame Roque pero –parece que se resistía a caer– en 1885 aún encontramos noticias sobre la desinfección de la “célebre Casa de Tócame Roque” (La Época) durante la epidemia de cólera que asoló Madrid aquel año. A tenor de descripciones de estos días, pese a la reforma de la casa y a que ofrecía buen aspecto exterior, su interior debía seguir siendo ejemplo de vivienda hacinada e insalubre, de las que tanto abundaban en nuestra ciudad.

No sabemos en qué momento se produjo el derribo definitivo del inmueble, pero un artículo sobre cuánto había cambiado Madrid de El Día, en 1893, habla ya definitivamente en pasado de la casa. En el mismo sentido, el periodista José Gutiérrez Abascal Kasabal reflexionaba el mismo año en La Ilustración ibérica sobre lo que quedaba en Madrid de “manolas y chisperos, que inspiraron a Goya y a D. Ramón de la Cruz”:

“Cuando el insigne pintor y el famoso sainetero copiaban del natural los tipos a que han dado vida con su pincel y su pluma, competían con el barrio de Lavapiés, los de Maravillas y el Barquillo. Pero en estos ha entrado con furia la piqueta demoledora, que ha trasformado el sitio donde se alzó la célebre casa de Tócame Roque en una barriada nueva y elegante y que ha abierto anchas vías donde estuvieron antiguamente los Pozos de la nieve y en los alrededores del Parque de Monteleón”.

E iban ya camino del medio centenar los años en los que los madrileños, como hemos visto, hablaban del proceso de transformación de los barrios bajos en altos y de la consiguiente expulsión del vecindario humilde, que no dudan en caracterizar los observadores de plumilla bajo los imaginarios del tipismo madrileño. Y lo hacían desde su perspectiva finisecular, desde las lomas de las décadas en las que Madrid ya empezaba a confirmar su gran transformación, que iba más allá de la reforma interior y se abrazaba a su Ensanche. Años en los que parece que la Casa de Tócame Roque aguantó en pie más de lo que se suele suponer.

Etiquetas
stats