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Rápidos y orgullosos en la Carrera de Tacones: “Nos hemos roto las rodillas, pero antes se partían la cara por nuestros derechos”

Punto de partida de la Carrera de Tacones 2022

Sara Núñez

8 de julio de 2022 01:30 h

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Pelayo, una pequeña pero icónica calle del barrio de Chueca, se convirtió la tarde del jueves en una particular pista de atletismo atravesada por participantes que llevaban alzas de entre 10 y 15 centímetros.

Se celebraba la 23ª edición de la Carrera de Tacones, con la asistencia de participantes de diferentes barrios de Madrid, de otras regiones e incluso de otros países. Había quien llegaba de la zona vallecana después de entrenar “en el parking del amigo Víctor”, porque claro, buena suerte para quien se atreva a pisar semejante calle sin haber calentado antes.

“Es la primera vez que corro aquí. La idea fue de mi coleguita, empezamos con las bromas y... pasa lo que pasa”, comentaba Jose, más conocido como El Chulín de Vallecas, con falda, una peluca rosa y sobre 12 centímetros de tacón. Pese a la expectación que generó, no llegó a la final. Sí que lo consiguieron Ángel (Entrevías), primero; Serafín Mariscal (de Jerez de la Frontera, pero vive en Madrid desde 2010), segundo; y Rubi (Ventas), en el tercer puesto.

El recorrido iba desde el número 2 al 32 de la calle Pelayo y contaba con dos puestos de avituallamiento: el primero ofrecía a los corredores un bolso con un vestido y el segundo un pintalabios. Los concursantes debían pasar tres eliminatorias y una final.

Desde más de una hora antes de las carreras ya se respiraba el ambiente festivo, reivindicativo y, por parte de los corredores, los nervios. La competición arrancó a las 18.10, todos recolocándos y bien entaconados. Todos, y todas, porque también había dos mujeres presentes (una de ellas llegó de las primeras en su serie, justo después de los tres campeones).

Joss había venido de Ciudad de México hace una semana, y se había calzado unas plataformas de 15 centímetros por primera vez. Quiso haberse estrenado en 2020, pero las restricciones por la pandemia se lo impidieron.

“Yo nada más vengo a jotear, como allí llamamos a mariconear”, declaraba. “En el Pride de México yo iba entre sandalias y tacones, muy cansado, pero en cuanto subes a los tacones todos te aplauden y te dicen: qué perra, qué perra”, explicaba en cuanto al empoderamiento que le facilitaba este calzado, a pesar de las dificultades vitales que tuvo desde el primer año que salía a reivindicarse.

También corría por primera vez Rubi, quien esperaba en la tienda más próxima a la línea de salida con una sonrisa de oreja a oreja (de una de estas, cabe destacar, colgaba un buen pendiente que no salió disparado en todo el recorrido). Estaba con fuerzas, con ganas, y con disposición para salir a cien. Y tanto que así salió, hasta terminar alcanzando el tercer puesto: “Casi pensé que no llegaba, me he puesto de todo, menos el vestido que se me quedaba enredado en el tacón. Tercero en el primer año, yo quería ganar por la competitividad pero me he sentido genial”. Un obstáculo que venía por otro de los requisitos de la carrera, presentada por Chumina Power: los participantes no solo debían concentrarse en sus pies, sino que también tenían que acicalarse antes de llegar a la meta con los atuendos que les iban dando sus árbitros. Con diploma y su premio en mano, Rubi confesaba que iba a tener que sacarle algún uso.

Y es que tanto el ganador como los finalistas son galardonados con diversos premios en metálico (350 euros para el ganador, 250 euros para el primer finalista y 150 euros irán a parar al segundo finalista) y una suscripción anual a Tinder Gold, algo que Rubi nunca había usado, según añadía.

Torrija Asucar y Raquelita La Torbe, drags que arbitraban en esta carrera, recordaban los requisitos de esta cita: 10 centímetros de tacón como mínimo, “mucho cachondeo y guasa”, y reivindicación. La competición, el sentido del humor y la lucha, según lo explicaban, aquí iban de la mano: “Ya hemos sufrido demasiado, como para seguir sufriendo más”.

Participar en este “ambiente tan alegre” motivaba a gente como Adrián, quien también esperaba junto a la línea de partida subido por primera vez a unos tacones. Miguel Ángel se reía justo enfrente, atrayendo las miradas de más de un espectador. No por su outfit, como era el caso del Chulín de Vallecas, sino por sus anchos tacones. También era su primera carrera, más allá de recorrer la calle, toda la semana, de arriba a abajo: “Cada vez creo que es más necesario reivindicarse, pienso que vamos más para atrás que para delante, y pienso que es el momento de salir y volver a decir que tenemos nuestros derechos, no pasa nada, que nadie nos los quite”.

Otro participante, Javi Mora, sobre unos tacones de 10 centímetros (los más altos que tenía su madre en el armario, una talla 44 exactamente), recordaba la memoria de aquellas personas del colectivo que, dirigidas por las mujeres trans, corrieron durante las revueltas de Stonewall para reivindicar la libertad de ser y de amar. “No hay sentimiento más libre que el amor”, recalcaba.

“¡El número 20, que venga! ¡El 30!”, iban gritando para organizar a todo el panorama, ante los aplausos y gritos de todo el público. “¡Bingo!”, se escuchaba bromear entre la multitud. Todo fue rápido, de inicio a fin, sin personas heridas ni tacones (ni pelucas) sobrevolando ninguna cabeza, aunque sí que había más de una rodilla torturada: “Nosotras nos hemos roto las rodillas, pero por nosotras estaban aquellas que se partían la cara porque las mataban”.

Una hora después acababa la cita, tan intensa como rápida, y los tres ganadores se hidrataban en el LL Bar para recuperar aliento. Ángel, el primer finalista, corría después de un parón pandémico en el que no hizo nada de ejercicio. Este año le apetecía sentirse vivo y divertirse, después de su primera carrera en 2005. Serafín, segundo puesto pese a sus dudas, se daba una alegría después de correr sin clasificarse, por primera vez, en 2019. Alababa a Ángel por usar una “estrategia muy buena”: no terminar de ponerse la falda en su sitio, solo por encima de la cabeza (desgracia ocasionada por su peluca, que cayó al suelo).

“Corro porque me encanta un jaleo, pero lo veo como una forma de manifestar la diversidad desde Chueca y no olvidar a aquellas que se partieron las costillas y perdieron la vida para conseguir los derechos que tenemos hoy”, homenajeaba el jerezano y segundo finalista. “Hay mucha gente escondida en los pueblos, en los barrios, toda esa gente que se ocultaba hace años”, añadía.

La fiesta se cerraba con música y el público bailando al son de Chumina Power, quien cantaba desde su tarima, justo antes de despedirse hasta otro año con la alegría de una recuperada tradición, tan atlética como reivindicativa, después del parón de la pandemia. Marcha atrás de la carrera, con toda la calle Pelayo volviendo por donde habían llegado, había más de uno que reflexionaba: “La carrera bien. La parada de metro, con la bandera LGTB otra vez puesta, también, y a ver cuánto dura esta reivindicación”.

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