El libro que enseña todo lo bueno que la okupación ha hecho por nosotros
A tenor de la presencia de la palabra okupación en la última campaña electoral podría deducirse que las noticias y discursos políticos al respecto se referían al recién descubierto vestíbulo del infierno de Dante. Pese a que a quien más y quien menos le suena haber visto el símbolo de la flecha zigzagueante circulada grafiteado, y que los habitantes de barrios humildes llevan conviviendo con la okupación de viviendas abandonadas desde que esos mismos barios existen, nunca antes se había hablado tanto de okupación. Ni tan mal, equiparando allanamiento de morada con usurpación y, últimamente, incluso con la morosidad del inquilinato.
Para tratar de ampliar los contornos del lugar de la okupación en el norte del planeta desde la década de los setenta a hoy, contamos ahora con La ciudad autónoma, una historia de la okupación urbana (Alianza, 2023). La obra del geógrafo Alexander Vasudevan, que fue publicada originalmente en 2017, y ahora ha sido traducida al español a partir de una versión actualizada, nació para analizar las respuestas a la crisis planetaria de vivienda y los comportamientos cotidianos de las comunidades de okupas. De esta forma está escrito y así hay que leerlo: desde los vectores de la necesidad y de la imaginación comunitaria en pos del derecho a la ciudad y la creación de pequeñas utopías urbanas. O, como dice el autor, vidas autónomas.
La historia de la okupación recogida por el autor nos permite establecer un diálogo con la del fenómeno en España, que, si bien aparece subsidiariamente en el libro, está presente sobre todo a través del extenso prólogo de Javier Gil (Sindicato de Inquilinas e Inquilinos de Madrid) que sirve también para añadir al trabajo una tentativa de recapitulación del movimiento en la ciudad.
Así, el estudio comienza su recorrido por la inevitable Nueva York –el capítulo ya nos advierte de que la gentrificación será uno de los ejes vertebradores del relato– y la Operación Mudanza, un movimiento protagonizado por unas 150 familias, en su mayoría portorriqueñas, que se instalaron en edificios que la ciudad pretendía demoler. En el entorno del movimiento coincidieron viejos izquierdistas con los Young Lords (el grupo boricua semejante al más conocido Black Panther) migrantes o comunistas.
La historia se puede ver en Rompiendo puertas, un documental elaborado por Newreel, una organización de activistas documentalistas sobre el movimiento okupa en el Upper West Side (el título es la traducción de Break and enter, equivalente de nuestro patada en la puerta).
Vasudevan trata al reivindicativo movimiento por la vivienda neoyorquino en relación con la historia de los Estados Unidos. La creación de un país a través de la depredación de la tierra indígena es en sí misma una semilla nacional, pero también cabe mirar a los colonos fronterizos más empobrecidos de finales del XVIII y principios del XIX como okupas de otro tiempo. La tierra era controlada entonces por tratantes y muchos de ellos vivían ilegalmente (y como tal fueron reprimidos) hasta que su historia de asociación y lucha colectiva les permitió conseguir regularizar la situación.
Aunque no está en el texto, sus páginas pueden dialogar con nuestra historia, decíamos. La historia de necesidad y la construcción de la ciudad a través de la desobediencia, la okupación de tierras y la posterior regularización no es otra que la de muchos de los actuales barrios de Madrid, como ha sucedido en otras ciudades y pasa constantemente en el Sur Global. La okupación como forma de protesta de las organizaciones políticas y movimientos sociales en los últimos setenta también la podemos encontrar en España cuando, después de la dictadura, distintas asociaciones políticas okuparon su propio patrimonio sindical (la CNT en Villaverde o el PSOE y el vecindario de Tetuán); edificios para establecer escuelas populares (Prosperidad o el Barrio del Pilar), o el movimiento vecinal, que abrió las puertas de viviendas públicas vacías, por ejemplo, en La Ventilla (Tetuán).
La mirada al colectivo portorriqueño de Nueva York también introduce la confirmación de que las diferentes caras de la okupación por necesidad en el planeta también han tenido, como en el movimiento de vivienda español de los últimos años, rostro de mujer.
La parte central del libro se corresponde con lo que uno imaginaría debe recoger un volumen sobre la historia de la okupación en Europa. La ineludible experiencia danesa de Christania, donde la convivencia utópica alcanza las dimensiones de cuasi ciudad; la de la izquierda extraparlamentaria en Italia, tan ligada a los Centros Sociales Okupados; o las ciudades de Ámsterdam, Frankfurt, Hamburgo y, claro está, Berlín, capital mundial de la okupación de finales del milenio, donde actualmente, como en todos lados, el movimiento ha girado la mirada hacia el problema de la gentrificación. Es esta la versión del movimiento de okupación en la que se miraron nuestros okupas locales desde los años noventa y aquí podrán encontrar los lectores la historia de autogestión comunitaria que esperan.
Pero también las historias de barricadas, como las del desalojo de Mainzer Strasse en Berlín (1990), ante 3000 policías y cañones de agua. “Un campo de pruebas para poner en marcha una nueva forma de vigilancia urbana militarizada”, en palabras del autor. En Madrid, tal y como recuerda Javier Gil en el prólogo, podemos echar la vista atrás para recordar también algunos desalojos violentos –“desalojos son disturbios”, reza el lema– como el del CSO La Guindalera en 1997, que se saldó con 158 detenidos. En el último ciclo inmobiliario en curso, son muchos los países que han endurecido sus repertorios legislativos contra la okupación y, como se ha podido ver en Madrid en los últimos años, se han llevado a cabo desalojos exprés de espacios recién okupados, sin esperar a tener orden judicial.
La versión ampliada del libro publicada en España introduce sobre todo la mirada global de la okupación como respuesta a la crisis de refugiados y migrante, su refugio okupa entre las cicatrices de la Europa Fortaleza. Es en este momento cuando la PAH española y la amplia presencia latinoamericana en su ADN encuentran acomodo en el libro, también a través de la campaña de okupación de activos bancarios (pisos) llamada Obra Social. Y, sobre todo, la Grecia castigada por la Troika y sus muchas experiencias de okupación para refugiados, que van desde la toma de viviendas sociales inspiradas en los principios del movimiento Moderno en los años 30 (y construidas para los refugiados de la época) a la okupación del hotel City Plaza, un centro autogestionado para refugiados.
La okupación, que nació en un mundo que se volvía neoliberal, ha tenido un cierto auge en los últimos años. Casas okupas del centro de la ciudad como el Patio Maravillas, en Malasaña, o experiencias de lucha por la vivienda como el Sindicato de Inquilinos e Inquilinas o Lavapiés, ¿dónde vas? han estado al frente de la lucha contra la turistificación de los centros urbanos, que hoy llena programas de sesudos simposios y encuentra eco en las páginas de los periódicos. En otros barrios, las okupas también han entrado de lleno en los debates sobre la gentrificación, como el EKO en Carabanchel o La Enredadera en Tetuán, entre muchos otros ejemplos.
Para la gente de los movimientos sociales el carácter de núcleo político de los centros sociales okupados es obvio. Sus barras de bar llevan financiando los movimientos sociales y sus techos desconchados dándoles cobijo desde hace décadas. También, en algunos casos, son nudos de vecindad, con clases de español para extranjeros, asistencia jurídica, bibliotecas, locales de ensayo, skateparks, rings de boxeo, espacios para el yoga, el breakdance… Sin pararse a pensarlo, uno puede echarse a temblar al escuchar la palabra okupa en un matinal de Telemadrid y, a la vez, pasarse por el huerto urbano okupado de al lado de casa a echar el rato. Son las potencialidades de estas relaciones cotidianas las que pretende estudiar La ciudad autónoma, acaso con un poco menos de éxito que en las partes historiadas del texto.
Pero, a quienes no han tenido contacto con las okupas de su barrio quizá se les escape la influencia que han tenido algunos de estos centros sociales en Madrid. Echando cuentas, caemos en el empuje dado al movimiento por el ciclismo urbano en nuestras ciudades, al movimiento hacker, al feminismo exuberante de los 8M masivos, e, incluso, al panorama político institucional. Para bien o para mal, en los debates sobre la Ley Sinde en 2011 y en las listas de partidos políticos municipalistas había okupas.
La ciudad autónoma, una historia de la okupación urbana nos ayuda a poner contextos, historia y análisis a los eslóganes chillones que nos llueven de las pantallas. A entender que la ocupación de viviendas vacías ha sido siempre una forma de acceso a la vivienda para las clases más empobrecidas y que en la historia de construcción de las ciudades hay fuerzas que trabajan desde arriba –“¿Qué han hecho los romanos por nosotros?”– y otras en las que participamos desde abajo. Cabría preguntarse también: “¿Qué han hecho los okupas por nosotros?”, y Alexander Vasudevan trata de responderlo.
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