El cierre del H&M y su glorioso pasado cultural como Cine Avenida y Sala Pasapoga
Esta semana hemos sabido que la firma sueca H&M cerrará casi 30 tiendas en España, incluyendo las más importantes de Madrid, en la calle de Conde de Peñalver y en el número 37 de la Gran Vía, esta última situada en el inmueble donde estuvieron el Cine Avenida y la sala de fiestas Pasapoga, cuya historia nos proponemos recordar hoy.
El ángel de la calle, de Frank Borzage, fue la primera película proyectada en el Avenida, en 1928. Janet Gaynor ganó un Oscar y la Gran Vía una de sus salas más conocidas, situada junto al Palacio de la Música, que se había inaugurado un par de temporadas antes. El mismo año que abría el cine, se terminaban las obras del segundo tramo de la Gran Vía, donde se encuentra situado.
El edificio presenta un estilo clasicista y su diseño se debe al arquitecto José María de la Quadra Salcedo y Arrieta Mascarúa, que también proyectó los edificios de los números 40 y 44 de la Gran Vía. Contaba con una sala de 1632 butacas, que alternaba obras de teatro y películas, y llamó la atención entre los madrileños por su entonces novedoso cartel luminoso para anunciar los títulos. Las primeras temporadas se estrenaron películas mudas pero, coincidiendo con la llegada de la Segunda República, llega el sonoro para quedarse. El primer título hablado en el Avenida fue Drácula.
Aunque el cine 3D nos parece hoy una cosa de última hora, en 1953 se presentó en el Cine Avenida Los crímenes del museo de cera, con el sistema Warnercolor en tres dimensiones. La sala pedía a los asistentes que, por favor, devolvieran las gafas 3D a la salida de la película.
La innovación fue una constante en la historia del cine y en 1998 se inauguró Pop-Corn, un espectáculo que mezclaba teatro, cine y música en directo dirigido por Juanma Bajo Ulloa, para el que hubo que hacer algunas adaptaciones en el Avenida. El cine sufrió algunas reformas a lo largo de su existencia: a principios de los sesenta se suprimió el escenario y en los noventa se dividió en dos la sala.
En febrero de 2007, con la mayoría absoluta del PP y el voto en contra de PSOE e IU, el Ayuntamiento autorizó a los dueños del cine Avenida y la sala de fiestas Pasapoga, que se encontraba en sus bajos, a convertir el local en centro comercial
La empresa propietaria aseguró entonces que el cierre de la sala no sería “ni mucho menos inmediato” sino que llegaría en “uno, dos o tres años”. En realidad, cerró en junio y al año, tras pasar por un par de manos, acabó en las de la cadena sueca, que tras las obras pertinentes abrió su tienda más emblemática a mediados de 2009.
El Pasapoga, por su parte, llevaba cerrado desde 2004, precisamente el año en que el gobierno municipal de Alberto Ruiz-Gallardón aceptó desproteger el uso de los cines históricos con una modificación del Plan General. Este fue el descorche que dio lugar a que la mayoría de ellos fueran cerrando en cascada hasta día de hoy.
Pasapoga: swing, nazis y trans
El nombre del cabaret más lujoso de Madrid venía del acrónimo formado por los nombres de sus fundadores: Patuel, Sánchez, Porres y García. La sala abrió en 1942 en el local de unos billares, con el mismo nombre que el cine, que habían quedado abandonados tras la guerra. Luis Sánchez-Rubio González era Presidente Nacional del Espectáculo de Madrid, lo que le situaba en un lugar privilegiado para convertir Pasapoga en la lujosa sala de espectáculos que fue. Para poner el local a la altura de las expectativas no se reparó en gastos e ínfulas: pinturas murales, grandes columnas, cortinajes, mármoles, espejos, lámparas de araña, mobiliario isabelino y oro para el recubrimiento de sus artesonados. Aunque el blanco y negro le roba los dorados, podemos hacernos una idea de cómo era aquel Pasapoga en la película Los ojos dejan huella, del director José Luis Sáenz de Heredia.
En el Pasapoga de la posguerra se bailaba el swing y alternaban espías de distintos países, incluidos los nazis que pasaban por Madrid. Allí se escuchaban las mejores orquestas internacionales (hasta Sinatra actuó algo después), se organizaban fiestas “con cena a la americana” y se bailaban los ritmos de moda allende los mares. Una célebre canción que el maestro Daniel Montero compuso a finales de los 40 para la revista Historia de dos mujeres o Dos mujeres con historia rezaba, a propósito de ello, “En Pasapoga, se baila el bugui”.
Del local, lugar de paso ineludible para la gente guapa en los 50, se decía que tenía el suelo de oro, en alusión a lo mucho que había costado, y se anunciaba como “la sala de fiestas más famosa del mundo”. Todo era grandilocuente entorno a Pasapoga: la decoración, la fiesta y los fiesteros. Una juerga lujosa para élites, que cruzaban la Gran Vía sorteando los paisajes grises de la hambrienta España de posguerra. De la familia del dictador a las estrellas de Hollywood que visitaban nuestro país, como Ava Gadner o Frank Sinatra. De los capos del estraperlo a los recomendados del Ministerio de turno. La sala era conocida por la gente de a pie como el Pasa y Paga.
En el entorno de aquella generación de privilegiados se podían ver, sin muchos problemas, cosas absolutamente vetadas al común de los mortales en la España franquista. Es el caso de Coccinelle, transexual francesa que se había hecho famosa internacionalmente en la década de los cincuenta y que desembarcó en la Gran Vía en 1962 para colgar durante varios meses el cartel de “localidades agotadas.”
Los recuerdos setenteros del Pasapoga destiñen el característico tono ocre de la tele en color de la época, entre el lujo y, visto hoy, cierta caspa. Con corbatas y chicas de alterne. Las hemerotecas nos recuerdan que la década se cierra con un incendio que afectó sobre todo a la decoración.
Los ochenta continuaron con el desfile de protagonistas de cabaret cómico, ese que combinaba chicas despampanantes y picantones humoristas bajitos. Lo mismo que en los noventa, en Pasapoga como en Tele 5, vaya. Su última etapa como discoteca, hasta su cierre en 2004, también es muy recordada y podemos rememorarla en el vídeo A por ti, de Tamara.
Hoy vuelve a cernirse la sombra de la duda sobre el destino de edificio que albergara estos lujosos teatro-cine y sala de fiestas. El guion más previsible lleva escrito un capítulo en el que otra gran firma vendrá a sustituir el logotipo actual por el suyo, aunque, los de la pandemia no son los mejores momentos para la calle comercial de más tránsito de España: hace muchos años que no se contaban tantos negocios cerrados como ahora. Cabe la tentación, entonces, de imaginar un giro de guion en el que la cultura vuelva a ocupar los muros protegidos del antiguo Avenida. El contiguo Palacio de la Música reabrirá como teatro y ambos vendrían a reverder culturalmente la arteria. ¿Será mucho soñar?
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