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Españoles, aprendan catalán

Suso de Toro

Como cada año Rajoy recomienza su año político en Ribadumia, una localidad de la provincia pontevedresa, el feudo político de Nené Barral condenado por narcotráfico y blanqueo. Desde allí, respaldado por Rivera, prometerá luchar contra la corrupción y por la regeneración de la política.

Si a usted no le habían contado de por qué Rajoy comenzaba el ciclo político cada año desde ese ayuntamiento y tampoco le mostraron la foto del candidato Feijóo a bordo del yate de Marcial Dorado, procesado por narcotráfico y blanqueo, debería preguntarse qué medios de comunicación tiene España y hasta que punto esto está siendo una democracia o una monarquía bananera.

También puede preguntarse cómo es posible haber llegado a este grado de absurdo, de sinvergonzonería y encanallamiento. Todo está relacionado, lo que hemos vivido en el siglo pasado y concretamente en las últimas cuatro décadas es un continuo hasta este aquí. Habría que ir hacia atrás, a la fuente, pero no puedo ni quiero hacerlo de modo pretendidamente científico permitan entonces que les hable de mi abuela materna.Las abuelas son los verdaderos ángeles, las figuras tutelares, y pertenecen a otro mundo. Mi abuela Dolores era de otro mundo y en éste mundo mío correría peligro de ir presa, pues era una fuera de la ley.

Leo que en Francia persiguen a mujeres que se bañan vestidas y cubiertas en las playas y yo recuerdo a mi abuela con su paño a la cabeza, luego de recoger algas para abonar los campos, arremangando las faldas y mojando las piernas en aquella playa vacía. La idea de que un gendarme o un bañista acusica denunciase a mi abuela me ofende. Entiendo que también son denunciables en esa Francia las mariscadoras que recogen almeja o berberecho abrigadas todo lo que pueden y los percebeiros que ahora gastan neopreno. Y los buceadores. Es cierto que los sueños de la razón producen monstruos.

Pero mi abuela correría peligro de ir presa en su misma tierra, en su mismo lugar y en su misma casa hoy día pues por el mero hecho de estar viva estaría incumpliendo la ley vigente. Qué digo “la ley”, digo “La Ley”, o sea la Constitución, pues mi abuela sabía hablar y lo hacía muy bien, en su lengua que es la mía, pero, aunque comprendía perfectamente el castellano y sabía el poder que había detrás, no sabía hablarlo y es sabido que la constitución vigente declara obligatorio el conocimiento de esta otra lengua en la que escribo esto. De modo que podría ser amonestada por cualquier policía o guardia civil, juez, fiscal o cualquier autoridad del estado y sancionada en su caso, tal es la ley.

Verdad es que cuando la conocí regían las ley de Franco quien declaró en el BOP del 31 de Julio de 1940 al castellano como única lengua del estado y conforme a eso se tomaron todas las medidas para garantizar que el gallego, por ejemplo, no entrase en la escuela ni en lugar alguno del estado. Previamente ya habían fusilado o encarcelado a los maestros republicanos que habían permitido que entrasen tímidamente en la escuela con los niños y niñas sus palabras gallegas, catalanas o vascas. Sin embargo no fue hasta la vigencia de esta Constitución que las personas que vivimos en en el territorio del Reino de España tuviésemos la obligación de conocer el castellano. Tal es el país donde vivimos ustedes y yo.

Desde que murió mi abuela hemos avanzado una barbaridad, se han muerto casi todas esas personas fuera de la ley, todos estamos constitucionalizados y pronto harán obligatorio también el conocimiento del inglés americano. Aunque siempre habrá gente que enturbie la alegría general y pequeñas grietas por donde se nos cuelan nombres raros que vamos incorporando sin gran dolor de la lengua ni de los músculos faciales como Pau, Pep, Marc, Mireia, Nadal, Gerard, Pujol…

Como todavía recuerdo algo de lo que aprendí con el primer Serrat, con Raimon y con tantas canciones de Lluís Llach a veces leo algo en catalán y leyendo estos días “Espriu, transparent”, la espléndida biografía del poeta escrita por Agustí Pons, donde relata la formación de un escritor y también su proceso de canonización, volví a pensar en todo lo que me oculta esta España en la que vivo, en todo lo que me pierdo y no quisiera perder. El libro no sólo informa de la riqueza y los debates de la cultura catalana antes y después de la catástrofe fascista sino también de la dialéctica entre la cultura catalana y la cultura nacional castellana. De los breves y rotos intentos de diálogo, siempre sin conseguir la cultura catalana un reconocimiento de su existencia. Pero no les puedo resumir aquí el libro y, como en la cultura española a nadie le interesa Espriu más allá de citar interesadamente unos versos de “La pell de brau”, esa modélica biografía no va a tener traducción y probablemente ni siquiera reseñas fuera de Catalunya, solo podrán informarse si la leen en catalán.

No interesa Espriu ni ningún escritor en lengua catalana, únicamente aquellos que siendo catalanes escriban en castellano. Me atrevo a proponer un simple ejercicio de reconocimiento, le propongo a quien lee recordar el nombre de un sólo poeta en catalán, ¿recuerda alguno, alguna? ¿Y el nombre de tres narradores? ¿Dos? ¿Uno? ¿Algún ensayista científico o del área de humanidades?

Pero eso tendrá que cambiar y va a cambiar, todos acabaremos por oír y acabar leyendo algo la lengua de millones de personas que están viviendo hoy por hoy en el espacio de un mismo estado, eso es decir la lengua de millones de nuestros conciudadanos. Será a la fuerza, claro, pues si la cultura nacional española es capaz de menospreciar al portugués, una lengua con estado, oficial en varios estados en tres continentes y que hablan doscientos millones de personas, qué respeto le va a tener al gallego, euskera, catalán…, que no tienen estado. Hoy por hoy, porque no es imposible en absoluto la república catalana pero ese es otro tema. La comprensión del catalán es necesaria para leer la información y la opinión de buena parte de los medios de comunicación catalanes, unos contenidos que contrastan en muchos sentidos con los que emiten los medios radicados en Madrid.

Y les propongo conocer el catalán porque la ciudadanía catalana se ha ganado el respeto con creces en estos últimos años y sólo la animadversión previa puede explicar que no tengamos ganas de comprender y conocer lo que en catalán se vive hoy día. Me atrevo a decir finalmente que aprender catalán se justifica únicamente por la simple buena educación, aunque sé que mentar la buena educación suena tan provocador como el título de este artículo, que no sonaría raro si en vez de la palabra “catalán” hubiese escrito “francés”, “alemán”, “danés”…

Per la meva banda espero aprendre nocions de català que em permetin no només llegir-ho sinó també parlar-ho, sé que no em farà mal i crec que em farà millor. Salut.

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