Entre Tolstoi y Chencho
Cada vez que escucho a alguien comparar la gestión de las cuentas públicas con la economía de una familia, no puedo evitar recordar la frase con la que León Tolstoi comenzaba 'Anna Karénina': “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. España como familia, ¿será feliz o desgraciada? A continuación, pasado el rapto de lirismo, de lo que me acuerdo es de aquella película, 'La gran familia', con el inigualable Pepe Isbert buscando a Chencho por los puestos navideños de la Plaza Mayor de Madrid.
Por alguna razón del subconsciente, unir la decadencia de una sociedad aristocrática, con una familia “hipernumerosa” en pleno desarrollismo franquista, me cuadra con los que siempre repiten eso de que “una familia no gasta más de lo que ingresa y que así debería comportarse un Estado con sus finanzas”.
La familia y el Estado son instituciones sociales cuyos fines en nada se parecen. No es mi intención entrar aquí en discusiones sociológicas o filosóficas sobre su origen y funciones. Para mí, y siendo muy breve, lo que distingue a la familia y al Estado es que aquella persigue un interés privado, y este el interés común. Por tanto, si sus objetivos son diferentes, no nos puede extrañar que sus medios también puedan serlo.
Ahora bien, si nos situamos en el ámbito presupuestario (ingresos y gastos) de la familia y del Estado, ¿es posible establecer alguna comparación? Y si así fuera, ¿cuál sería el resultado?more
Para intentar comparar el manejo de los recursos de las familias y del Estado en los últimos años, voy a emplear tres criterios. En primer lugar, la evolución de la deuda de los hogares y de las administraciones públicas. En segundo lugar, la relación entre deuda e ingresos. Y finalmente la evolución del gasto en consumo final de los hogares y las administraciones públicas.
Evidentemente mis criterios pueden no coincidir con los que empleen otros. Los he elegido porque creo que son representativos, medibles y comparables.
Comencemos por la evolución de la deuda en relación al PIB. Según un estudio del Banco Internacional de Pagos, el endeudamiento de los hogares en España entre 2000 y 2010 creció un 37%. Por su parte, la deuda de las administraciones públicas en ese mismo periodo aumentó sólo un 1%. Este dato muestra dos hechos. En primer lugar refleja que la causa de la crisis no está en un loco gasto público. En segundo lugar nos enseña que, en la última década, quien recurrió intensamente a “gastar más de lo que tenía” fueron los hogares. Por cierto, que en Alemania ocurrió exactamente lo contrario: en ese mismo periodo la deuda de los hogares se redujo un 9%, mientras que la deuda de sus administraciones públicas creció un 16%. Por tanto, no es cierto que la actual prosperidad alemana se deba a una austera gestión de sus cuentas públicas.
El siguiente indicador que emplearé para comparar la “gestión presupuestaria” de familias y administraciones públicas es la relación entre deuda e ingresos. En el caso de las administraciones públicas, compararé la cuantía de la deuda pública y la recaudación neta en un año. Para las familias voy a recurrir a la deuda hipotecaria, dejando al margen otro tipo de deudas como los préstamos al consumo. Por tanto voy a comparar el importe medio de una hipoteca sobre vivienda, con los ingresos medios de un hogar en España. Las dos comparaciones se refieren al año 2010, dado que es el último del que hay datos de la Encuesta de Condiciones de Vida del INE.
Así, los ingresos medios de un hogar en España ascendían en 2010 a 24.890 euros. Por otra parte, la cuantía media de una hipoteca sobre vivienda en 2010 fue de 116.744 euros. Es decir, el pago de la hipoteca de una familia media en relación a sus ingresos era del 470%.
Por su parte el Estado tuvo una recaudación neta en 2010 (una vez liquidado el presupuesto) de 240.494 millones de euros. Y tenía una “hipoteca” (deuda pública) en aquel año por valor de 638.767 millones de euros. Es decir, la deuda del Estado en relación a sus ingresos era del 265%.
Estos datos nos indican que el “apalancamiento” de las familias era casi el doble que el de las administraciones públicas.
El último criterio que voy a emplear en esta comparación, es la evolución del gasto en consumo final de los hogares y de las administraciones públicas. Este indicador debería mostrarnos cómo se han adaptado unos y otras a la situación de crisis.
Fuente: INE
Como puede observarse en el gráfico, a principios de 2008, el consumo de los hogares comienza a caer abruptamente y no se recupera hasta mediados de 2009. En ese mismo periodo, las administraciones públicas mantienen el gasto público, con pequeños repuntes, orientados a servir de respuesta contra cíclica. A partir del tercer trimestre de 2009, el gasto de las administraciones crecerá y bajará al mismo ritmo que el de los hogares, y sólo experimentará un breve repunte en el primer trimestre de 2011. En conjunto, podemos decir, que el consumo de familias y administraciones públicas ha evolucionado de forma similar.
Vistos los distintos indicadores, parece que el Estado se ha comportado como una familia modélica. Ahorró –y redujo su deuda– en momentos de vacas gordas. Mantiene una relación entre deuda e ingresos más sana que la de un hogar medio hipotecado. Y además ha ido ajustando su consumo a la evolución de la crisis.
Ahora bien, que las administraciones públicas se hayan comportado como una familia modélica, no quiere decir que lo hayan hecho bien como Estado. Quizás la situación depresiva de nuestra economía sería distinta, si el Estado hubiera mantenido su apuesta por estimular el crecimiento en vez de recortar el gasto público a toda costa. Claro, que para eso haría falta que “la gran familia” europea se pusiera de acuerdo, lo que parece más difícil que encontrar a Chencho en Navidad.
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