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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

Antifeminismo y Vox

La presidenta de Anavid (colectivo que niega la violencia de género), María Legaz, con el megáfono en la mano, en una concentración ante el Congreso a la que asisten diputados de Vox.

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La conexión de los partidos de ultraderecha con el antifeminismo es algo muy estudiado. Partidos como Vox suelen desplegar discursos y políticas en los que no solo se oponen al avance en cuestiones que creíamos ya superadas (como los derechos reproductivos de las mujeres), sino que ni siquiera reconocen la discriminación y la violencia específicas que estas aún sufren.

Sin embargo, el efecto del sexismo y en general de las actitudes hacia la igualdad entre hombres y mujeres en el voto es algo sorprendentemente poco estudiado, entre otras razones porque los datos sobre este tipo de actitudes en las principales encuestas de referencia son bastante escasos, por no decir inexistentes. Sabemos, por ejemplo, que las actitudes autoritarias y el rechazo a la inmigración, a los partidos tradicionales o a la Unión Europea suelen ser importantes, pero ¿cuánto importa el sexismo en el voto a la ultraderecha?

Para contestar a esta pregunta analizamos las actitudes de sexismo moderno, una forma sutil de prejuicio que se caracteriza por la negación de la discriminación de las mujeres, y por el rechazo de protestas y políticas cuyo objetivo es corregir tal discriminación (es decir, por el rechazo al feminismo como movimiento social y como principio orientador de políticas). Nota: El concepto y los indicadores de sexismo moderno fueron definidos por Janet Swim y sus colegas a mediados de los años 90 en Estados Unidos, pero hay que decir que han viajado y envejecido con admirable frescura.

De un montón de variables utilizadas para predecir el voto a Vox (ideología, actitudes populistas y autoritarias, preferencias sobre la organización territorial del estado, actitudes hacia la inmigración, estudios, ingresos, sexo, edad, estado civil o interés por la política), el efecto del sexismo es solo superado por el efecto de la auto-ubicación ideológica (los análisis más detallados se pueden consultar aquí). El sexismo supera en importancia tanto a las actitudes hacia la inmigración como a las relativas al conflicto territorial, las dos principales explicaciones alternativas del voto a Vox. Las personas con niveles muy altos de sexismo (percentil 95) tenían en 2019 una probabilidad de votar a Vox 10 puntos porcentuales mayor que las que tenían un nivel muy bajo (percentil 5). También constatamos que el sexismo observado en 2017 predice la intención de votar a Vox dos años más tarde. 

En el gráfico 1 podemos observar que los niveles medios de sexismo moderno en España disminuyen ligeramente tras las movilizaciones feministas de 2018, suben con posterioridad a la aparición de Vox y se estabilizan a partir de 2021. Lejos de ser una actitud cristalizada, el sexismo parece bastante sensible al contexto político. No podemos asegurar que estos cambios sean la consecuencia de acontecimientos concretos (en esos años pasan muchas otras cosas), pero sí podemos analizar las consecuencias de variaciones individuales, porque estos valores promedio en realidad ocultan bastante movimiento.

Gráfico 1. Niveles medios de sexismo moderno en España. Fuente: Panel POLAT, @dec_gr

Entre 2017 y 2018 hay gente que reduce sus niveles iniciales de sexismo siguiendo la tendencia de la media, pero también gente que los aumenta (aproximadamente se observa algún aumento en el 38% de las personas, y de éstas el 16% aumenta en más de 10 puntos porcentuales). Estos incrementos en el nivel de sexismo que suceden en un contexto de altísima movilización feminista podrían considerarse cambio actitudinal reactivo o de backlash. Este backlash actitudinal tiene consecuencias electorales: incrementa la intención de votar a Vox. 

Entre 2018 y 2019, tras la entrada de Vox en el parlamento, se produce un aumento en el nivel de sexismo. Un incremento del sexismo que sucede en un contexto de visibilización de la ultraderecha (y su discurso sexista) se podría denominar de normalización (es decir, consistente con la tendencia general). Este cambio actitudinal es más acusado que el de backlash, pero no parece tener consecuencias electorales, al menos pasadas las elecciones de noviembre de 2019. 

De todo esto se desprenden varias conclusiones. La primera es que el sexismo es sensible al contexto político: así como puede reducirse, también puede aumentar. Nada debe darse por conseguido. Además, el sexismo es un factor explicativo fundamental del voto a Vox. Sin embargo, no importa siempre lo mismo: puede activarse o desactivarse y, por lo que hemos visto, se activó especialmente cuando la fuerza del feminismo se hizo más visible. 

La segunda conclusión es que parece que ha habido un cierto backlash actitudinal (aumento del sexismo en contextos de movilización feminista) y que este ha tenido consecuencias electorales. Esto quiere decir que las personas a las que nos preocupa la igualdad debemos ser conscientes de que nos enfrentamos no solo a una situación de desigualdad y discriminación presentes, sino a también al riesgo de que las manifestaciones de fuerza feminista generen reacciones con implicaciones electorales.

A esta reflexión habría que añadir inmediatamente que el hecho de que haya backlash actitudinal no debe llevarnos a estirar el concepto en exceso. Usar de manera simplificadora la narrativa del backlash corre el riesgo de situarnos en una lógica de acción/reacción, buenos/malos, progreso/retroceso muy limitada, tanto a la hora de explicar el voto a la extrema derecha como a la hora de analizar los pros y contras de las políticas y estrategias que se proponen desde el feminismo. Hace falta reconocer estas dinámicas, pero también hilar más fino. 

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