Tener de vecino a Marruecos sale por un precio muy alto
Marruecos sólo tiene un aliado fiel en España: el Gobierno o el partido que dirija el Gobierno en cada ocasión. Es el único que está obligado a dejarlo claro en voz alta. Todos los demás partidos pueden decir lo que quieran, que siempre es negativo. Por distintas razones, la izquierda y la derecha miran con recelo o desprecio al vecino del sur. Pero cuando un partido está en el poder tiene que intentar hacer lo posible para que las relaciones entre ambos países sean buenas o al menos no muy malas. No eliges a los vecinos ni puedes decidir su política. Eso resultó evidente el miércoles en la comparecencia del ministro de Exteriores en el Congreso para explicar el aval que Pedro Sánchez ha dado a la propuesta marroquí de autonomía para el Sáhara, lo que descarta el referéndum de independencia. Todos los grupos, excepto el PSOE, se lanzaron contra José Manuel Albares. Debe de ser el único tema en que coinciden Vox y la CUP, el PP y Podemos.
El ministro llegó a la Comisión de Exteriores para hablar de Marruecos, y mucho menos del Sáhara. Nada sobre Argelia y el Frente Polisario en su primera intervención de 25 minutos. Albares vendió el cambio de posición como la única forma de reconstruir las relaciones con Marruecos, un Estado que es esencial para España desde varios puntos de vista.
Sobre la situación del Sáhara, dijo que “España lleva demasiados años siendo espectador del conflicto”. Se supone que ahora jugará un papel más relevante, pero lo hará en las coordenadas que Marruecos lleva exigiendo desde 2007. Por citar la carta enviada por Sánchez a Mohamed VI, la autonomía es “la base más seria, creíble y realista” de resolver el conflicto. Esa será a partir de ahora la posición de partida del Gobierno español.
Un Aitor Esteban nervioso y enfurecido, lo que no es habitual, acabó a gritos con el presidente de la Comisión, porque no le permitía hablar más tiempo del asignado a cada grupo. Fue la demostración del impacto emocional que ha tenido en España la causa del pueblo saharaui durante décadas. Pero antes de eso pronunció la frase que resumió la comparecencia: “Cuando vaya a Rabat, recuerde que no tiene usted el respaldo de este Parlamento”. Y era cierto. Ningún grupo distinto al socialista apoyó a Albares y los más indignados eran los partidos que suelen apoyar al Gobierno.
Albares insistió en señalar en varias ocasiones que el objetivo es “una solución mutuamente aceptable en el marco de Naciones Unidas”. Por tanto, no se trataría de imponer ninguna postura a nadie. El Frente Polisario y Argelia han rechazado desde hace tiempo la idea de la autonomía para el Sáhara. Por eso, Sergi Miquel, del PDeCAT, le preguntó si esa propuesta es aceptable para todas las partes y en concreto “si lo es para el pueblo saharaui”. Albares no respondió en concreto. Prefirió no opinar sobre la decisión del Polisario de dejar de considerar a España un mediador fiable. Es un precio que está dispuesto a pagar.
El ministro se limitó a confirmar su apoyo total a las gestiones que haga el enviado especial de la ONU en los próximos meses. Lo más probable es que acaben con el mismo fracaso que tuvieron que encajar todos los diplomáticos anteriores. El secreto que todos conocen ahora es que el Gobierno español ha abandonado a los saharauis y los ha dejado en manos de Rabat, que es lo mismo que hicieron los franceses y los norteamericanos en los años noventa. Por eso, nunca ha habido ninguna posibilidad de celebrar un referéndum de autodeterminación en el Sáhara.
Era perfectamente legítimo que Jon Iñarritu, de EH Bildu, preguntara a Albares si Rabat se ha comprometido a tomar alguna medida. La duda es saber si se alterará la oferta de autonomía para hacer posible el acuerdo. El ministro, que dijo que llevaba “varios meses de diálogo” con Marruecos, no concretó nada porque no sabe la respuesta o porque espera que sea Rabat quien defina su posición. Si desde allí se limitan a reafirmar la propuesta sin más cambios, persistirá la idea de que España ha hecho una gran concesión a cambio de nada. Se entiende que a cambio de nada que tenga que ver con el Sáhara.
Algunos diputados afirmaron que la nueva posición española no es la misma que la de Francia o Alemania. Lo dijo por ejemplo la portavoz del PP, Valentina Martínez Ferro. Los hechos dicen lo contrario. El Gobierno alemán de Scholz anunció en diciembre de 2021 su satisfacción con la propuesta marroquí de autonomía y así puso fin a un conflicto bilateral iniciado siete meses antes.
Francia reiteró el lunes que considera el plan de autonomía “una base seria y creíble” para las negociaciones con un lenguaje muy similar a la carta de Sánchez. No es la primera vez que lo dice. Todo el mundo sabe que París nunca dejará de proteger a Marruecos.
La trampa de este juego de declaraciones es que asumir la autonomía como punto de partida de las conversaciones resulta fundamental para mantener buenas relaciones con Rabat, aunque en el fondo no comprometa mucho. Los tres países europeos también dicen que la solución debe ser “mutuamente aceptable” y saben que el Polisario no la permitirá. El conflicto continuará congelado en el tiempo y Marruecos seguirá controlando el Sáhara.
España tendrá las relaciones con Marruecos a las que aspira y se ahorrará incidentes como la incursión masiva a la frontera de Ceuta de mayo de 2021. Al Gobierno le recordarán constantemente el precio que ha costado. No es algo que preocupe demasiado a Mohamed VI. Quizá deba preocupar a Sánchez.
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