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Fernando Rueda: “Hay un cierto desprecio por los valores relacionados con el espionaje”

Fernando Rueda: “Hay un cierto desprecio por los valores relacionados con el espionaje”
Zaragoza —

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Zaragoza, 27 dic (EFE).- El periodista y escritor Fernando Rueda se muestra convencido de que hay un cierto desprecio por determinados valores que históricamente han estado relacionados con el mundo del espionaje, militar y más conservador.

Este investigador y novelista (Madrid, 1960) -quién ha presentado en Zaragoza su libro ‘Líneas Rojas’ sobre la infiltración de espías como Mikel Lejarza 'El lobo'- ha compartido a EFE que “hay gente joven a la que no le importa arruinar unos años de su vida por conseguir un bien mayor que, en este caso, era acabar con una banda terrorista o un grupo mafioso”.

Así lo ha explicado tras centrar la historia en la única mujer policía en infiltrarse en ETA, quien demuestra que “en los servicios secretos las líneas rojas se utilizan como un trampolín para conseguir sus objetivos” y que “en el espionaje se normaliza la mentira, la manipulación y una serie de valores que, cuando somos pequeños, nos enseñan que no debemos tener ni hacer”.

PREGUNTA: ¿Qué le motivó a escribir sobre este tema desde esta perspectiva?

RESPUESTA: Las historias que yo quiero contar normalmente pertenecen a este mundo. Pero la que cuento ahora es una historia muy humana, la historia de una serie de espías a los que se les llama infiltrados. Son personas que se meten en organizaciones terroristas, en mafias y en grupos muy peligrosos para tratar de acabar con ellos. Yo conocía casos como el de Mikel Lejarza, que estuvo infiltrado en ETA; Francisco Lerena, que estuvo infiltrado en la extremaderecha, y el del aragonés Fernando San Agustín, un militar espía que estuvo en mafias.

Sin embargo, cambió cuando conocí hace cuatro años la historia de la única mujer policía que se había infiltrado en ETA. Me dejó muy impactado porque me enteré que estuvo un año viviendo con los terroristas del Comando Donosti, que eran dos tíos absolutamente peligrosos. Descubrí que los dos estuvieron viviendo juntos y se enamoraron de ella. Pensé en cómo una policía había tenido que superar esa línea roja y hacer cosas que, como policía, nunca haría, pero como etarra sí.

P: ¿Cuál es la reflexión que le ha surgido a raíz de esta historia?

R: Con este libro me pregunto y pregunto si estas personas pasan la línea roja conscientemente, si tiene éxito y qué pasa después cuando acaba la misión. Ella se encontró con que, con todos sus valores y creencias, había tenido que liarse con dos etarras. Eso supone meter en la mochila que todos tenemos en nuestra vida unas piedras que te marcan mucho.

P: El libro habla de la manipulación y de los límites entre la ética y la política. ¿Cómo ve la relación de estos elementos en el contexto actual?

R: Yo creo que hay un cierto desprecio por determinados valores que históricamente han estado relacionados con el mundo del espionaje, militar y más conservador. Hace un mes, vi que la directora de la película de La Infiltrada, Arantxa Echevarría, no entendía por qué una joven, con vientipocos años, se podía pasar hasta los 30 metiéndose en un mundo no le tocaba cuando ella, con esa edad, lo que había hecho era disfrutar de la vida. Sin embargo, yo sí lo entendía. Hay determinada gente que mantiene esos valores y gente joven a la que no le importa arruinar unos años de su vida por conseguir un bien mayor, que era el de acabar con una banda terrorista y con un grupo mafioso. En general, hay un problema y es que la gente ha perdido un poquito la ética y los valores. Yo me siento a gusto porque he podido describir a esa gente que lucha, que peligra por las cosas y que lo pasa mal y queda tocada por todo ello. Estoy más cómodo con esta postura que con otros comportamientos que se están viendo en el mundo y que son bastante deleznables.

P: A lo largo de la obra explora las fronteras entre la legalidad y la ilegalidad. ¿Han cambiado esas líneas rojas y las consecuencias de cruzarlas?

R: La perspectiva que tengo de las líneas rojas es igual hace veinte años, treinta o ahora. Hablé con un psicólogo cuando hacía este libro, con uno que tuvo relación con los servicios de inteligencia, y me decía algo que entendí perfectamente: todos tenemos unas líneas rojas, que es imprescindible tener. Hay líneas que pensamos que no vamos a cruzar nunca, pero todos, llegado determinado momento, tomamos una decisión y nos empezamos a saltar algunas de ellas. Por ejemplo, te ofrecen 3 millones de euros e igual hay gente a la que le merece la pena saltarse según qué líneas rojas. Yo me preguntaba si en el mundo del espionaje eran las mismas líneas rojas y me decía que la línea roja se utiliza como un trampolín. Es imprescindible que los espías tengan líneas rojas, pero saben que las van a saltar, se suben encima y las utilizan porque tienen un bien mayor como detener a un asesino, mafioso o etarra.

P: El espionaje es una actividad marcada por el secretismo, pero también por la confianza. ¿Cómo se manejan estas contradicciones en el mundo de los servicios secretos?

R: En el espionaje se normaliza la mentira, la manipulación y una serie de valores que, cuando somos pequeños, nos enseñan que no debemos tener ni hacer. Sin embargo, no se podría entender un espía que no intentara llevarte a un punto en concreto ni que fuera absolutamente honesto contigo. La manipulación está todo el rato, pero hay gente de este mundo que se convierte en profesional de la mentira, que miente más que otros. Esos son los traidores, es gente que engaña.

P: En el libro hay una fuerte carga política. ¿Hasta qué punto cree que los servicios secretos en la actualidad siguen siendo una herramienta fundamental de los gobiernos para manejar crisis internacionales?

R: Se utilizan para todo, están para eso. Se diferencian de la policía porque los servicios policiales viven para un juez y están pendientes de cumplir la ley para que metan a alguien en la cárcel. Los servicios secretos no piensan nunca en un juez, sino que buscan la información que necesita el gobierno para resolver las cuestiones nacionales e internacionales. El papel de los servicios secretos israelíes ha sido fundamental en esa guerra con Hamas. El servicio secreto español es trascendental en todos los temas relacionados con Marruecos, en Venezuela... Con los anteriores gobiernos de otra tendencia ideológica eran absolutamente trascendentales. Siempre siguen los intereses del poder.

P: El libro invita a reflexionar sobre la responsabilidad individual en contextos de poder. ¿Qué lecciones se pueden extraer del libro?

R: Es una historia que demuestra que los gobiernos utilizan a sus servicios secretos para todo tipo de asuntos. Los servicios secretos son capaces de hacer cualquier cosa de conseguir sus objetivos y los objetivos que le marca el gobierno. En esta historia, esos poderes capaces de llegar a cabo cualquier conspiración son capaces de arrasar con las personas, les importa bien poco quiénes sean los espías que hacen las misiones y las personas que se metan en medio y puedan perjudicar. La vida para ellos vale nada si eso les permite conseguir sus objetivos. Los objetivos muchas veces de los gobiernos tienen que ver con el dinero y con los tráficos ilícitos de personas. El libro dice que hay gente que individualmente merece la pena, gente que ha servido asustado y sufre las consecuencias de su trabajo y gente que es capaz de enfrentarse al Estado porque sigue creyendo en los valores. Los servicios secretos se juegan la vida por algo que importa, pero llevan muy mal de que el Estado arrase sin respetar a nadie.

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