Casado se envuelve en la estelada
A la misma hora que el abogado de Jordi Cuixart, Benet Salellas, protagonizaba el Supremo una intervención que debería visionarse en las facultades de Derecho, el líder del PP, Pablo Casado, demostraba en el Congreso que el día que explicaron separación de poderes tampoco fue a clase. Salellas argumentaba por qué se están vulnerando los derechos de presidente de Òmnium mientras Casado defendía que el procés se está juzgando en Madrid porque el PP impidió que lo hiciera el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Albert Rivera sólo ve españoles pero Casado en Cataluña sólo ve independentistas. No salva ni a un colectivo tan poco sospechoso como los jueces.
Mientras en el Supremo las defensas de los presos, con mayor o menor pericia, aportaron argumentos que deberían obligar como mínimo a alguna reflexión a aquellos que defienden que lo mejor que les puede pasar a los 12 procesados es que se pudran en la cárcel, en el Congreso se constataba que la mayoría de los partidos piensan ya en las elecciones, sean más pronto o sólo un poco más tarde. Como si unas elecciones tuvieran que resolver la crisis constitucional más importante que ha vivido España. Como si los votantes independentistas desaparecieran cada vez que hay elecciones, cosa que, por cierto, ha quedado probado que no pasa. Décimas arriba, décimas abajo, son dos millones. No son la mayoría de la población pero son dos millones de catalanes que no quieren seguir formando parte de España y eso no se resuelve suspendiendo la autonomía ni presentando el independentismo catalán como un movimiento violento. Debería ser una obviedad aunque está claro que no lo es para aquellos cuya única receta es más madera.
La última encuesta publicada, hace dos días, pronosticaba que la mayoría secesionista resistiría en el Parlament mientras que el PP va camino de desaparecer de la Cámara catalana. Sacrificar Catalunya para ganar España es electoralmente legítimo. Políticamente es de una irresponsabilidad injustificable.
Todos piensan en las elecciones, también los partidos independentistas, especialistas en acabar en callejones sin salida por sus órdagos a todo o nada. El secesionismo no tiene una estrategia única, es capaz de paralizar el Parlament a su conveniencia sin sonrojarse, y algunos de sus dirigentes (no todos) especulan con la recuperación de una declaración unilateral de independencia como si no hubiese pasado nada.
Por si fuera poco, Catalunya tiene un presidente que solo piensa en una parte de los ciudadanos, como si el cargo que ocupa -aunque crea que es de manera provisional-, no le obligase a dirigirse a los catalanes que no anhelan un Estado propio. Pero el independentismo tiene una gran baza. El talismán que tiene hoy por hoy el separatismo catalán se llama Casado. Es el mejor acicate para movilizar a la calle, nadie como él para cohesionar a unos partidos a los que ya casi solo une el poder, y es el aliciente que necesitaban Puigdemont, Junqueras o la CUP para recuperar votantes independentistas decepcionados.