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Guaidó, hijo adoptivo
Le Monde, el rotativo francés, en plena gira europea, titulaba: 'Macron recibe en El Elíseo a Juan Guaidó, opositor al presidente de Venezuela'. El largo brazo de Podemos, parece, si consideramos la que le ha caído al Gobierno y, en particular, a su vicepresidente Pablo Iglesias, por expresarse en los mismos términos. Hasta grietas en el Gobierno han querido ver la oposición y la prensa rupestre.
Lo cierto es que Venezuela ha vuelto a primera plana de la política hispanoeuropea, bien escabechada por la oposición, la derecha irredenta regada a mantas por la gusanera caribeña establecida en Madrid, capital latina desde hace ya tiempo, como acertadamente predijo, en su día, Pasqual Maragall.
En su inocencia, uno cree que sea verdad que la política exterior española es una política de Estado y, por tanto, de todos, pero quizá no. No es ya solo la oposición agusanada; mientras que José Luis Rodríguez Zapatero apoyaba la decisión política del presidente de su país, Pedro Sánchez, es decir, un perfil bajo, otro expresidente, opinador –en palabras de la ministra de Exteriores del Reino–, Felipe González, se posicionaba con un comunicado de cámara en otra línea, clamando por el estatuto de presidente legítimo de Venezuela para Juan Guaidó, en nombre de no se sabe quién, ni de qué intereses y, mucho menos, de qué lealtades.
La leal oposición, de su graciosa majestad dirían en otras monarquías menos caribeñas, siguiendo la partitura del mismísimo González, se ha lanzado a rendir peligrosas pleitesías al joven Guaidó, saltándose los caminos en política exterior del gobierno y caminando por trochas y veredas. A falta de otras instituciones, el PP con Pablo Casado, cuesta decir a la cabeza, por lo que tiene de órgano rector del pensamiento, le ha ofrecido al joven Guaidó, presidente encargado, como si de una obra se tratara, Ayuntamiento y Comunidad Autónoma, Villa y Corte de Madrid. La capital de estos alientos estaba antes en Miami pero, desde un tiempo, Madrid ostenta cocapitalidad de la gusanera reaccionaria. Mala noticia para Manuel Valls, hombre empeñado en Barcelona.
Guaidó está de gira por Europa, poco gira por Venezuela y algo por Colombia, debidamente retratado. Allí, en ese pasillo de comedias caribeño, acaba de saltar la reja, costumbre más almonteña que otra cosa. Se sigue sin saber en qué fundamentos de derecho internacional se basan sus defensores para su reconocimiento como encargado pero seguro que sus promotores agradecerán en el futuro, si es que Juan Guaidó acaba siendo presidente, con la generosidad que sus antecesores tuvieron con los aliados europeos; ellos que llevan arruinando y ordeñando Venezuela desde hace décadas.
El presidente encargado se va contento, agraciado y celebrado, no olvidará la acogida de la capital del Caribe. Se va pensando que cuando sea presidente, de verdad, tras ganar unas elecciones, será reconocido de verdad por los gobiernos europeos, ayuntamientos y comunidades autónomas. De verdad.
Se va con una espinita clavada que veremos si afectará a la reputación de los cabilderos, sobre todo a la de su gran jefe. No era San Isidro y no ha podido dar el pregón ni saludar en Las Vistillas y ha tenido la mala suerte de que el PP no gobierne Valencia para que lo nombraran fallero mayor, hechos disculpables, pero García Page, pudiendo, no lo ha reconocido como hijo adoptivo de Castilla-La Mancha. Y eso duele y quita puntos ante el jefe, advierto.
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