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¿Todo va a cambiar?
Al igual que el título de la canción del grupo granadino Niños Mutantes -aunque ellos afirman con rotundidad que sí, que todo va cambiar-, esta pregunta revolotea sobre los pensamientos de casi toda la sociedad en las últimas semanas, desde que el virus COVID-19 desencadenó la crisis sanitaria y social a escala planetaria más impactante del mundo moderno.
La urgencia de enfrentar la pandemia y superarla no puede llevarnos a olvidar los “daños colaterales” que ésta está provocando en las economías mundiales, impactando como en cualquier crisis de hondo calado de manera diferente en los diferentes grupos sociales y de edad.
Entre estos grupos, la infancia. Uno de los colectivos tradicionalmente invisibles en los diferentes procesos de transformación que vive nuestra sociedad –políticos, sociales, culturales…- vuelve a quedarse fuera, no de los debates, en los que entra de refilón, sino de lo importante, las decisiones políticas traducidas en medidas que la tengan en cuenta.
Durante los primeros días de la emergencia, la infancia no apareció en ningún momento en las constantes comparecencias oficiales y fue sólo tras la difusión en nuestro país de la rueda de prensa de la primera ministra noruega, Erna Solberg, dedicada exclusivamente a los niños, cuando el presidente Sánchez se acordó de la infancia de su país haciendo una breve alusión a ellos en una de sus apariciones públicas. Noruega tuvo en cuenta a su infancia y lo hizo pronto, tal es la consideración que los niños y niñas tienen para la sociedad y las políticas públicas de aquel país. Tampoco ha sido diferente en Andalucía, donde en ninguna comparecencia se ha hecho alusión directa a la infancia.
Esta crisis no es más que un espejo de lo que venía sucediendo en nuestro país alrededor de los niños y niñas. Un enfoque habitualmente compasivo-caritativo, una visión de la infancia como “personitas de las que hay que ocuparse”, vistas a veces como una carga y que hay que poner en la buena senda para convertirlas en adultos productivos que aporten a la sociedad. Un apéndice a veces incómodo, pero útil para el futuro. Ateniéndonos a dicho enfoque, sería iluso pretender que ahora se los tenga en cuenta, más aún si no son un grupo de riesgo al que la pandemia afecte de modo especial, como ocurre con nuestros mayores.
Más allá de sus derechos, anhelos, necesidades y demandas, los temas que han saltado al debate público -si deben salir o no a pasear a la calle, de manera organizada y previniendo cualquier riesgo de contagio- no se terminan de tratar con la profundidad y la visión política requerida.
Uno de los más significativos está siendo la parada del sistema educativo español y el reto de pasar de un sistema presencial a uno a distancia, con el futuro del curso escolar –¿Se reanudará? ¿Cómo se evaluará? - pendiente de reuniones entre el Ministerio de Educación y las comunidades autónomas.
Pero, sobre todo, estos debates y decisiones se deberían realizar priorizando la variable de vulnerabilidad social y económica que tiene a miles de familias con hijos a cargo en una situación límite.
Las necesidades de alimentación, educativas y de protección en el marco del confinamiento de algunos niños, niñas y sus familias son extremadamente urgentes.
La administración debe identificar a todas las familias que sufren carencias básicas de alimentación, hogares dónde están comiendo muy poco y muy mal y donde el impacto sobre los más pequeños es devastador e irreversible. Se debe asegurar la dotación de 3 comidas diarias para todos los niños y niñas beneficiarias de ayudas al comedor escolar. En Andalucía son más de 145.000, mientras la Junta de Andalucía sólo ha podido asegurar hasta la fecha dicha ayuda para 20.000 escolares.
El sistema educativo debe dotar de recursos a aquellos que más dificultades tienen para seguir el curso desde casa y no dejar solo a la capacidad y buena voluntad de los docentes la continuidad de los contenidos educativos.
Si cerca de un 10% del alumnado sufre la brecha digital,brecha digital -sin acceso a dispositivos adecuados y a conectividad en casa- y uno de los factores más claros para sufrir una situación de pobreza infantil es que tus padres no hayan acabado los estudios de secundaria, ¿qué perspectivas tiene un niño confinado en casa si no tiene ningún dispositivo electrónico, sin conexión a Internet y el nivel cultural de sus padres no les permite apoyarlo en el seguimiento educativo?
De nuevo, las iniciativas desplegadas desde las autoridades educativas son insuficientes. Otras comunidades autónomas han puesto en marcha planes para proporcionar dispositivos y conectividad a familias que no disponen de dichos recursos. Estas acciones son críticas para asegurar la equidad educativa en un momento tan frágil como este, y Andalucía debe hacer un mayor esfuerzo en este sentido. Save the Children, en su intervención de emergencia A tu Lado, adaptación de los Programas de atención directa a la infancia en riesgo de exclusión, está dotando de dichos dispositivos a las familias que no disponen de ellos y acompañando con clases on-line a los niños con más dificultades.
Contra los discursos que asumen que una crisis golpea a todos por igual, hay que matizar que en esta situación esto es verdad en el ámbito de la salud, no en el social. Las crisis discriminan y se ceban con los más vulnerables. Por tanto, una visión política comprometida con la infancia más vulnerable exige medidas desde lo público que nos permitan pensar, aunque pueda parecer también irreal, que todo va cambiar.
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