El feminismo flamenco, otra revolución en marcha
No son las primeras, tampoco serán las últimas. Pero ya nadie puede negar la existencia de una nueva generación de flamencas que están replanteando el papel de la mujer en el ámbito de lo jondo, cuestionando tópicos, subvirtiendo la imagen tradicional y abordando las más variadas cuestiones, desde la maternidad a los corsés de la moral.
Para la estudiosa Cristina Cruces, una de las más atentas observadoras del flamenco actual, “la mujer flamenca está desarrollando proyectos innovadores y creativos como nunca antes. Lo interesante es que van más allá de su condición de artistas: están protagonizando las grandes apuestas de pensar el flamenco, tal vez de intelectualizarlo”, afirma, y se muestra convencida del resultado final: “La conciencia de la obra creada e interpretada, que muchas veces pasa por fases de dolor y riesgo, es el camino a la felicidad integral”.
Cruces ve claramente dos campos en los que esta tendencia es más acentuada: uno, “el cante depurado de búsquedas formales y conceptuales, como los trabajos de Rocío Márquez o de La Tremendita, que se ha buscado durante mucho tiempo hasta encontrarse en un lugar de realización personal, pero muy arriesgado”, comenta. Otro, la apuesta biográfica, “hacer un ejercicio de reflexión sobre la propia vida, en el pasado y en los acontecimientos que quedan por venir: la historia, traviesa a veces y otras muy dura, que nos cuenta Isabel Bayón en su último espectáculo; la reconciliación con la memoria del padre de Ana Morales en La otra piel, el destilado de Rocío Molina al bailar su maternidad en Grito pelao”, añade.
Toma de conciencia
La cantaora Rocío Márquez, que acaba de alumbrar un nuevo disco, Visto en el Jueves, se muestra “optimista a la vez que crítica” respecto a la evolución feminista del flamenco, donde “poco a poco se están igualando las cuotas, excepto en la guitarra”. Esta onubense no cree que el flamenco haya sido “ni más ni menos machista que el resto de la sociedad, aunque, por ser un grupo cerrado, a veces quedan subrayadas algunas cuestiones”.
Márquez recuerda la revelación que supuso para ella asistir a un máster en el que una de las asignaturas era La sexualización en el arte. “Salí de allí pensando ‘¡qué ganas de buscarle los tres pies al gato!’. Llevaba desde los 9 años en el flamenco y jamás había percibido nada de eso. Entonces empezamos a hacer ejercicios de reflexión, por ejemplo, tomando críticas de distintos medios sobre espectáculos de mujeres y de hombres, y subrayando los adjetivos: nosotras éramos la sensualidad, la dulzura, la fragilidad, mientras que ellos eran la fuerza, la virilidad, el poder. Fui abriendo los ojos y comprobando hasta qué punto había interiorizado esos aspectos. Y entendí que la única forma de acercarnos a la igualdad es tomar conciencia de todo esto”.
Conciencia que se está adquiriendo a marchas forzadas, con una enorme variedad de propuestas. “Para mí, que en la Bienal estén María Terremoto, La Tremendita y Rosalía, junto a las figuras históricas, es motivo de celebración”, manifiesta Márquez. Polémica distinta es la conveniencia de desterrar, como reivindican varias voces, las letras del repertorio tradicional de contenido sexista y violento. “Hay de todo, es un camino por andar”, dice la cantaora, prudentemente. “Intento ser respetuosa con los compañeros que cantan esas letras, cada cual tiene su manera de verlo. Sí noto que se pone más atención para no seguir incidiendo en esos puntos”, concluye.
“Hoy somos mujeres más liberadas, menos sumisas”
También se muestra cauta al teléfono la bailaora Lucía Álvarez, La Piñona, a punto de embarcar para una actuación en Estados Unidos. “Hemos llegado al flamenco en una época en la que, como toda la sociedad, vivimos grandes cambios”, explica. “Hoy somos mujeres más liberadas, menos sumisas, no ceñidas al mandato de ‘ir con mucho cuidado’ o de ‘las mujeres con las mujeres’. Nos relacionamos con los hombres con naturalidad: por ejemplo, ya no es un problema quedarse con un hombre a solas en un camerino”.
“Cuando entré en un tablao por primera vez”, recuerda esta gaditana de Jimena, “ni siquiera estaba bien visto salir a fumar donde estaban los varones. En ciertos círculos era difícil poder hacer ciertos comentarios, o ponerte según qué ropa. Las propias mujeres podemos ser las primeras machistas. Por otro lado, todas sabemos que en algunos lugares hay protocolos que observar, como cuando vas a la Casa Real: te atienes a la norma”.
La bailaora, que el próximo mes llevará a Toulouse su espectáculo Recital, cree también que este “momento de empoderamiento, de creer en nosotras y sentirnos libres” tiene una contrapartida si se lleva al extremo: “Para mi gusto, la exigencia de sobresalir, de hacerlo todo al máximo, ser la mejor bailaora, la mejor madre, la mejor amiga, llevar la casa mejor que nadie, es otra forma de oprimirnos, una presión añadida. Hemos sido muy sumisas, y ahora nos toca ser libres de verdad, con todas las consecuencias. No solo con una pancarta en una manifestación, sino en tu día a día”.
También gaditana, cultivadora de su doble faceta de bailar y cantar, Ana Salazar se ha embarcado junto a Juana Casado e Inma la Carbonera en el espectáculo Flamenco Kitchen, donde un grupo de mujeres muestran en tono tragicómico sus vivencias a lo largo de sus largas jornadas de trabajo. “Una de las claves de nuestra compañía es considerar el flamenco como movimiento social. Por circunstancias, no podemos irnos a una ONG, pero sí podemos ayudar a que cambien las cosas. También contando con ellos: por eso tenemos en el montaje a Roberto Jaén, que es fundamental”.
La obra, recién salida del horno, aborda cuestiones como el embarazo, los desahucios, “problemas diarios, cotidianos” con mucho humor y un claro aliento feminista: “Estamos alerta. Como decía Virginia Woolf, en cualquier momento se atacan las libertades de las mujeres, y todo lo avanzado se viene abajo”, dice Salazar. “Desde que podemos votar han pasado muchas cosas buenas, pero poco consolidadas. La cultura puede ayudar a fijar nuestros derechos, a que nos entendamos mejor y a no quedarnos sentados ante la injusticia”.
La guitarra, asignatura pendiente
Por otro lado, siempre que se habla de igualdad en el flamenco se señala a la guitarra como la gran asignatura pendiente. Inma Morales, uno de los jóvenes valores de este instrumento, ha visto cómo en los últimos años ha pasado de tener actuaciones esporádicas a llevar tres proyectos a la vez, además de su trabajo como profesora del Conservatorio Superior de su ciudad, Córdoba.
“Debo reconocer que nunca he sido discriminada por mis compañeros: todo lo contrario, siempre me dijeron ‘venga, que tú puedes, lo vas a hacer bien’. A lo sumo, dependiendo del ambiente, podía oír comentarios. Llegué a plantearme incluso si valía la pena, porque te encuentras muchos obstáculos. Y te dices: ‘No soy torpe, tal vez pueda dedicarme a otra cosa’. Pero no creo que sean dudas exclusivas de las mujeres, creo que le pasa a cualquier guitarrista”, explica.
“En realidad, ahora mismo yo soy mi único impedimento”, bromea Morales. “Lo difícil es compaginarlo todo, clases, actuaciones, tocar y componer lo que una quisiera… Hoy tenemos una figura como Antonia Jiménez, que es el referente para todas nosotras, y está al nivel de cualquier guitarrista top. A las que vengan, yo les diría que esto no es más que la profesión de músico: muchas horas, sacrificios, pero también una satisfacción enorme de poder hacer lo que más te gusta, y transmitir emociones”.
Nuevas funciones del flamenco
Para Cristina Cruces, entre los desafíos de futuro, queda por recorrer el camino de la instrumentación, “y no sólo de la guitarra, sino también de otras sonoridades”, asevera. “También queda ocupar determinados espacios de poder que, no siendo estrictamente artísticos, contribuyen a generar valor añadido: la intermediación, la producción, los apartados técnicos y de gestión indispensables para un flamenco que es cada vez más escenario y menos vivencia. Y queda hacer una sería reflexión sobre la mujer gitana en los escenarios flamencos, inexplicablemente –o tal vez explicablemente– cada vez más ausente”.
La catedrática de Antropología Social también cree necesario reivindicar “la presencia de las otras flamencas, no-artistas que están avanzando en el camino de la investigación, como es mi caso y el de colegas y alumnas muy notables; la renovación de los públicos, cada vez más abierto, incluso la búsqueda de nuevas funciones para el flamenco, en clave reivindicativa e impugnadora, como las mujeres de los colectivos flo6x8 y otros”, apostilla.