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A finales de julio, tuve el honor de participar en una delegación de cargos públicos que se desplazó a Palestina (1), invitada por Rescop (Red Solidaria Contra la Ocupación de Palestina) y APLA (Asociación de Autoridades Locales Palestinas), para estrechar lazos y establecer contactos con responsables políticos, comités de derechos humanos y responsables de la resistencia popular no violenta; así como visitar zonas significativas de la existencia -resistencia- del pueblo palestino contra la ocupación militar y el régimen de apartheid israelí (2).
Nada más llegar al Aeropuerto de Tel Aviv, comprendimos que el apartheid también alcanza a los movimientos, instituciones y personas que denuncian la vulneración de derechos humanos en Palestina. Ana Sánchez, activista de Rescop y organizadora de la delegación, fue interrogada durante tres horas, retenida y finalmente expulsada -un día después-. La acusación: ser una activista internacional contra el apartheid israelí. Ni la asistencia consular consiguió el derecho de tránsito de la compañera. El Estado de Israel no quiere perder la oportunidad de trasmitir a las personas que empatizan con la causa palestina (o sospechosas de serlo) un rotundo “no sois bienvenidas”. De hecho, las entradas y salidas en el aeropuerto son tan desagradables como aleatorias en las consecuencias. Es algo premeditado: no quieren que viajar a Palestina sea cómodo, evitando así tener testigos.
Nuestra invitación tenía como destino Cisjordania. Y Ramallah, como “plataforma” desde la que nos desplazaríamos a Belén, Hebrón, Bir Nabala, el campo de refugiados de Aida, la comunidad beduina de Khan Al Ahmar y al Valle del Jordán. El viaje terminó haciendo escala en Jerusalén -oriental- donde reflexionamos sobre lo vivido e hicimos un llamamiento a nuestro Gobierno para que cese las políticas de complicidad con estados que vulneran sistemáticamente los derechos humanos, como el israelí. También reivindicamos un papel activo de las ciudades que representamos como garantes del derecho internacional y bastión en defensa del derecho de todos los pueblos a vivir con dignidad.
Conforme avanzamos hacia el territorio controlado por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Cisjordania, un breve trayecto, vamos tomando conciencia de dónde nos encontramos. Carreteras “sólo para palestinos” (con vistosos carteles rojos de advertencia a la ciudadanía israelí de los peligros que entraña circular por ellas) y carreteras sólo para vehículos israelíes cuya matrícula se diferencia por ser de color amarillo. Observamos kilómetros y kilómetros de muro de cemento y vallas electrificadas. Un basto sistema de vigilancia. Asentamientos y más asentamientos ilegales de colonos sionistas. Y los check point (controles militares), que marcan cualquier tránsito entre el territorio controlado por la ANP y el territorio palestino en manos del Estado de Israel, auténticos embudos donde se pueden invertir varias horas si se cruza en hora punta. Aunque Palestina tiene un tamaño reducido y las distancias lineales entre las ciudades son pequeñas, los trayectos para el pueblo palestino pueden triplicar y cuadruplicar los tiempos lógicos.
El check point de Kalandia fue el primero que cruzamos y el que más veces atravesamos. Nada más entrar al territorio de la ANP, nos topamos con el campo de refugiados del mismo nombre. Grandes bloques de pisos, un urbanismo gris -además de enloquecido- en medio de un entorno muy árido. Y el muro. Siempre el muro, serpenteando junto a ciudades, pueblos y campos de refugiados. Grafitis con los rostros de Yasir Arafat y de Marwan Barghouti presiden el primer tramo de esta pared de hormigón que nos adentra en Kalandia y conduce a Ramallah -la capital administrativa de la ANP-. Allí tienen sede muchos organismos, comités y colectivos. En esos momentos, la ciudad transmitía una cierta normalidad, y en ella tuvimos varios encuentros institucionales y políticos de gran interés.
Da igual que nos encontráramos con varios alcaldes de algunas de las principales ciudades palestinas que forman parte de APLA, con el Comité Nacional de Derechos Humanos o con activistas de la campaña BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), la ocupación militar, las detenciones, la humillación constante que supone el apartheid, las zonas A, B y C (3), el bloqueo de Gaza... están presentes en todos los relatos. De una forma u otra, todo lo que acontece en Palestina está totalmente influenciado por esta situación. También todo lo que ocurre en el Estado de Israel.
La reunión con el Comité Nacional de Derechos Humanos fue clave para poner algunas cifras al significado del apartheid. En estos momentos, los presos y presas políticos palestinos en las cárceles de Israel son más de 6.000 – entre los que se encuentran más de 300 niños y niñas-. Además, cientos de personas son detenidas “administrativamente” cada año. Las detenciones “administrativas” son detenciones sin cargos realizadas por cuestiones de “seguridad nacional” que pueden ser prorrogadas de forma indefinida (4). No era extraño -más bien habitual- que buena parte de nuestros interlocutores hubieran pasado por las mazmorras sionistas por cuestiones políticas, y es que se cuentan por cientos de miles las personas palestinas que han sido encarceladas desde 1967 en relación a la oposición a la ocupación israelí.
Gran parte del territorio palestino está sometido a una presión constante, que conjuga la fuerza militar y la proliferación de asentamientos. Los recientes cambios legislativos en Israel no hacen pensar que esta presión disminuya, al considerarse esta política de ocupación/expansión como una política de Estado.
Pudimos comprobar esta presión, así como la resistencia de las comunidades palestinas al abandono de su tierra, en distintos escenarios. Quizás, uno de los más sonados es el caso de la comunidad beduina de Khan Al Ahmar, amenazada por la pretensión de extender los asentamientos de colonos en la zona de Jerusalén hacia el este. Si esta zona fuera colonizada, Cisjordania podría quedar definitivamente dividida en dos partes (norte/sur). Así, no es de extrañar que esta comunidad se esté convirtiendo en un símbolo de la resistencia popular no violenta palestina. Hace un mes, aproximadamente, habitantes de la comunidad y activistas consiguieron detener la destrucción de varias casas y servicios comunitarios -entre ellos una escuela que atiende a más de 200 niños y niñas-.
Siguiendo la misma carretera hacia el este encontramos el Valle del Jordán. Una zona árida y con altas temperaturas, donde la vida diaria es dura en las comunidades y pueblos rurales que lo jalonan de norte a sur. La zona está “sellada” por check point en las rutas hacía Cisjordania y por una franja bajo control militar israelí a lo largo de toda la frontera con Jordania. Cualquier movimiento de viajeros y mercancías está sometido a los intereses del Estado de Israel. Además, la mayoría del territorio del valle ha sido convertido en “zona militar” -algo así como un campo de maniobras- y los asentamientos se van extendiendo. En una zona tan dura como esta, el acceso al agua es fundamental, tanto para vivir como para mantener la actividad agrícola. La ocupación significó la confiscación de los acuíferos, la destrucción de los pozos palestinos y la construcción de nuevas plantas de bombeo bajo control israelí. El resultado son restricciones y precios altos del agua de riego, mientras las plantaciones y los asentamientos israelíes florecen regados por el agua palestina.
En el Valle del Jordán, la resistencia es cotidiana, la propia existencia es un acto de desobediencia a la ocupación. Conocimos una familia a la que le habían tirado su vivienda en más de una decena de ocasiones, y supimos de otra que tiene el triste récord de más de 30 destrucciones/reconstrucciones. Incluso cuando esta dinámica les sobrepasa, algunas familias prefieren improvisar tiendas de campaña y permanecer en el territorio que ceder a la presión del Estado de Israel. Otra muestra de resistencia en este escenario es la lucha por el acceso al agua, quizás su expresión más cotidiana era la creación de enganches a la red israelí que permiten a las comunidades algo de alivio. Tan pronto como el ejército las destruye, aparece una nueva, a pesar de los previsibles castigos individuales y colectivos. Es en este terreno -sometido al aislamiento- donde el “existir es resistir”, toma todo su sentido.
(1) La delegación estaba formada por Jaume Asens, Tercer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Barcelona; Neus Fàbregas, concejala del Ayuntamiento de Valencia; Pablo Híjar, concejal del Ayuntamiento de Zaragoza; Adrián Martínez de Pinillos, concejal del Ayuntamiento de Cádiz; Mario de la Ossa, concejal del Ayuntamiento de Villarobledo; Joan Coma, concejal del Ayuntamiento de Vic; Susanna Segovia, diputada del Parlament de Catalunya; Elena Sevillano e Isabel Serra, diputadas de la Asamblea de Madrid.
(2) El concepto apartheid israelí nace de comparar el trato que el Estado de Israel está dando a las personas palestinas con el régimen de segregación racial que tuvo lugar en Sudáfrica. La Asamblea de la ONU ratificó en 1973 la Convención Internacional sobre la Represión del Crimen de Apartheid en el que se definió como “actos inhumanos cometidos con el propósito de establecer y mantener la dominación de un grupo racial de personas sobre cualquier otro grupo racial de personas y de oprimirlo sistemáticamente».
(3) El territorio controlado -en teoría- por la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania se divide en tres tipos: A (el más pequeño), controlado por la ANP -normalmente ciudades-. B, gestionado bajo administración palestina, pero bajo control militar israelí; y C, gestionado y controlado directamente por el Estado israelí (la mayor parte).
(4) Según el último informe de Addameer -Asociación de Derechos Humanos y Apoyo a los Presos-, el 1 de marzo de 2018 había 6.050 presos políticos palestinos detenidos en prisiones israelíes. Esto incluye 427 detenidos administrativos, 356 niños y siete miembros del Consejo Legislativo Palestino.