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La ley de la necesidad

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¿Tenemos todo lo que queremos? ¿queremos todo lo que necesitamos? ¿necesitamos todo lo que tenemos? Y así, como virtuoso círculo vicioso podemos continuar hasta el infinito y más allá. En este sentido, la denominada “bantastidad”, un término que refleja la compulsión por acumular bienes innecesarios para obtener validación social, y las compras compulsivas, que simbolizan una búsqueda de satisfacción instantánea, son dos caras de una misma moneda en la cultura contemporánea del consumo. Ambas conductas responden no solo a dinámicas psicológicas y sociológicas, sino también a incentivos y presiones económicas profundamente arraigadas haciendo válida la sentencia “eres lo que tienes”.

El consumo, tradicionalmente asociado con la satisfacción de necesidades básicas, se ha convertido en un elemento central de construcción de identidad en las sociedades modernas donde ya no adquieren bienes únicamente por su utilidad, sino como símbolos de estatus, felicidad o pertenencia. Tengamos en cuenta que, en una economía orientada al crecimiento perpetuo, el consumo excesivo no solo se fomenta, sino que se celebra como indicador de éxito individual y progreso social. Ahora bien, las compras compulsivas, por su parte, ilustran cómo los mecanismos del mercado pueden explotar las vulnerabilidades emocionales de las personas. Desde una perspectiva económica, esto se traduce en un comportamiento de gasto descontrolado que genera problemas a largo plazo, como endeudamiento excesivo y dificultades financieras. Pero el impacto de estos fenómenos no se limita a los individuos. Desde un punto de vista macroeconómico, también hay repercusiones significativas en la sostenibilidad del sistema económico global. 

Las implicaciones sociales también son profundas. En un contexto donde el consumo define la pertenencia y el estatus, aquellos que no pueden participar plenamente en esta dinámica se enfrentan a exclusión social y estigmatización. Esto se ve especialmente en comunidades de bajos ingresos, donde las personas son empujadas a gastar más allá de sus posibilidades para mantener una apariencia de éxito. Este fenómeno perpetúa la desigualdad y crea una paradoja: mientras alguna parte de la sociedad se endeuda para consumir, otra acumula riquezas a expensas de estas dinámicas de mercado. 

Asumamos que el sistema económico actual fomenta la bantastidad y las compras compulsivas a través de incentivos estructurales porque la sociedad se deja. Por esa razón, si se piensa que es una oportunidad, adelante. Ahora bien, si se considera un problema a futuro, las posibles soluciones deben abordar tanto las causas estructurales como las dinámicas individuales de estos fenómenos. Por un lado, es esencial educar que se comprendan las implicaciones de sus decisiones de compra. Esto incluye promover una alfabetización financiera y de consumo que permita a las personas tomar decisiones más informadas y sostenibles. 

¿Queremos un entorno donde el éxito se mida por la acumulación de bienes o uno donde las personas puedan encontrar significado y pertenencia fuera del consumo? Responder a esta pregunta requiere un cambio de paradigma que desafíe las narrativas actuales y proponga una visión económica y social más equitativa y sostenible. La solución no es sencilla, pero es indispensable si aspiramos a un futuro en el que el bienestar colectivo no esté subordinado a los bienes haciéndonos las tres preguntas de oro: ¿Tenemos todo lo que queremos? ¿queremos todo lo que necesitamos? ¿necesitamos todo lo que tenemos?...

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