No podemos quedarnos de brazos cruzados
Ahora que la ceniza sigue su curso, se mantiene intacta en los tejados, en los bordes de las ventanas, en la entrada de las puertas, en las flores de nuestro jardín, en las calles por donde transitamos, en un árbol, en una esquina, en cualquier rincón de nuestras vidas… en el aire que respiramos.
Toda esa ceniza que vino y se irá con el tiempo para conformar nuestro territorio, tiene que esparcirse como nuestras capacidades para volver a la batalla laboral. Y está el dilema del turismo. ¿Cuán necesario es en estos momentos? Hay quien dice que nos quita plazas alojativas, nos saca derechos, nos desborda la Isla sin intenciones de nada bueno porque no cargan un samuro de cenizas al hombro y nos liberan de esta carga que tenemos los palmeros. Pero también hay quien dice, que el respeto de un turismo que mira al volcán con los mismos ojos que todos los que lo hemos tenido en frente, puede ayudarnos a levantarnos un poquito, porque ahora un cortado que se pague, un almuerzo que se deguste, un coche que se alquile, o una habitación que se rente pueden convertirse poco a poco en un bien común para esta sociedad que se está ahogando en el sacrificio de componer una nueva vida.
Pido sensatez. No pido que se manifieste el dolor y la rabia contenida que ya sabemos que tienen los que lo padecen. Aquellos que lo han perdido todo y todo lo que viene de fuera no lo ven con buenos ojos. Me pongo en el lugar de todos esos damnificados, pero también me pongo en la piel de todos los palmeros. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Y ahora la ira y la tristeza tienen que convertirse en fuerza y optimismo. Y pensar, ---ya sé que es difícil pensar… en estas circunstancias-, “hay que pensar en todo y en muchas cosas”.
La isla nos necesita, aunque tengamos ganas de gritarle en sus entrañas hasta dolerle que se ha pasado tres pueblos con todos los que aquí vivimos, —porque se ha pasado tres pueblos…
Pero no es momento de echarle en cara nada. Sólo nos queda la sensatez. Y ahora todas esas empresas que han desaparecido tienen que resurgir. Y todos los que han perdido sus tierras, tienen que volver a labrar. Y todos los que han visto cómo sus hogares han sido sepultados por la lava, tienen que volver a construir una nueva vida y eso sólo lo haremos con trabajo.
Por eso cualquier ayuda es bien recibida. La ayuda de nuestros gobiernos, que tarda en llegar, pero llegará…, la de todos los que nos protegen de este Infierno, con su profesionalidad y buen hacer, la de los voluntarios que se suman a esta causa para limpiar azoteas, fincas o terrazas, a los que donan para que esta Isla no pierda la esperanza mientras espera un futuro mejor; y así, con todos los que están ahí, arrimando el hombro de una u otra manera. Y el turismo que se acerca para ver un acontecimiento único al mismo tiempo que doloroso, no debe padecer el desprecio de nadie. Porque posiblemente nosotros, curiosos también por naturaleza, haríamos lo mismo si esto hubiese ocurrido en otro lugar.
La Palma necesita una inyección económica. Grande, pero muy grande. Y ahora no es tiempo de suspicacia, ni de enfrentamientos. Es tiempo de unión y de ejemplo. De esfuerzo y de reinventarse. Es tiempo de resiliencia.
Y los palmeros somos fuertes. Tan resistentes como la misma roca del volcán. Por eso saldremos de esta. Con esfuerzo y tesón, abriremos nuevamente los brazos para no quedarnos sin una Isla que revivirá cada instante de toda una vida.
Los brazos cruzados, no conducen a ningún sitio.
*Beatriz Gómez es escritora y redactora periodística
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