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Como civilización, nos hemos debatido durante años entre el egoísmo más o menos funcional defendido por frases como “el hombre es un lobo para el hombre” y el inocente buenismo de cantos al sol como “el hombre es bueno por naturaleza”. Hobbes contra Rousseau. Una dicotomía que ha marcado la historia del pensamiento contemporáneo impregnando la economía, la administración, el arte, la política… y todo lo que tocaba. Un dilema que quedó parcialmente resuelto porque el debate perdió su sentido.
La antropóloga norteamericana Margaret Mead decía que el primer signo de civilización en la cultura antigua era un fémur fracturado y luego curado. Esto implica que alguien cuidó y alimentó al infortunado homínido. Ya no importa si somos más o menos egoístas o más o menos buenos, gracias a este descubrimiento sabemos que una de las características que nos hace humanos es cuidar.
Por ello, desde 2023 se celebra el Día de los Cuidados, para poner de manifiesto que siempre hemos caminado de la mano y que nunca fue tan importante llegar rápido como llegar juntos. Cuidar ha sido a lo largo de la historia tanto de hombres como de mujeres, pero siendo justos cocinar, curar o tejer ha sido una actividad mayoritariamente femenina. Y ahora que estamos incidiendo en la eliminación de los estos roles históricos y caducos tenemos que luchar por no abandonar el cuidado que nos ha convertido en la civilización que somos. Eso sí, es necesario un cuidado que no se asocie mayoritariamente al género femenino y en consecuencia que sea compartido entre todos.
Además, cuidado es una palabra que proviene del latín cogitatus que significa pensar. Y eso significa que no solo se cuida con las manos y con el trabajo, se cuida con el pensamiento activo: atendiendo, protegiendo, curando, alimentando, ayudando y siendo útil a la otra persona. Qué complejo y qué bonito es cómo el lenguaje nos explica en una sola palabra que cuidar es pensar en la otra persona. Cuidar en latín también tiene una segunda etimología hermana -cogitare- que significa “ir juntos hacia adelante” o “avanzar juntos”. Un origen etimológico que es casi un relato en sí mismo, podemos imaginar al homínido de Margaret Mead, desde el origen de nuestros tiempos y ya antes de ser la civilización que somos hoy, andando junto a un familiar o amigo que le presta su hombro para desplazarse.
Ahora bien, la importancia de los cuidados trasciende el ámbito más cercano y se extiende al aspecto humano del intercambio de bienes y servicios. Es legítimo y además necesario que exista una economía de los cuidados, y más en una sociedad con las peculiaridades demográficas como las que tenemos. La prestación de cuidados por dinero es una actividad positiva para la sociedad, necesaria para la creación de valor, empleo y actividad económica pero no puede ser la única. Los cuidados no pueden ser sólo de pago ni tampoco de copago para evitar llegar a una sociedad donde el cuidado sea un lujo. Tampoco puede circunscribirse al ámbito familiar más cercano, complejos problemas y enfermedades exigen cuidadores profesionales. El nuevo espacio que ocupen los cuidados en la sociedad, aún por definir, no puede ser tan privado como el familiar ni tan privatizado como el ámbito empresarial.
Porque la realidad es que hablar de la economía de los cuidados es también hablar de los cuidados fuera de la economía. Ya que, si cuando hablamos de empleo comparamos los datos del paro con la encuesta de población activa para saber su dimensión; si cuando hablamos de riqueza tenemos en cuenta el dinero en las cuentas, pero también el patrimonio; hablar de economía de los cuidados implica reconocer todos los cuidados que están fuera del mercado y que son una parte fundamental para la sociedad.
Y todo ello para que no acabemos en una sociedad donde el cuidado se haga pensando en el dinero y el avance conjunto como sociedad quede atrapado tan sólo por la lógica mercantil. Somos más humanos que eso, el cuidado es un valor de civilización que nos es propio.
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