Principios feministas y prácticas sindicales
“Como sociedad no podemos permitir que haya abuso de poder en una relación laboral ni faltas de respeto. Desde mi compañera Jenni a todas las mujeres que sufren lo mismo: estamos con vosotras y espero que sigamos trabajando para que esta sociedad mejore”
Aitana Bonmatí
Mejor jugadora del año según la UEFA
Frente a la chulería insolente del macho alfa, los aplausos cómplices de unos y el silencio de los corderos de otros, han sido las jóvenes campeonas las que han dado una enorme lección de buen fútbol y mejor ciudadanía. Su brillante ejecutoria en el campo de juego y su doble empoderamiento feminista y laboral han generado una oleada de simpatía y solidaridad cuyo impacto supera con mucho el ámbito deportivo y las fronteras nacionales.
No es sólo el universo tradicionalmente macho del fútbol el que, real y simbólicamente, está siendo cuestionado -aunque siga resistiéndose entre resabios corporativistas-, sino que el caso ha puesto de manifiesto la insoportable permanencia de un modelo de gestión de las organizaciones (deportivas o empresariales) de carácter patriarcal, abusivo, injusto y generador de desigualdades de todo tipo.
Ha sido este equipo de jóvenes deportistas que, desde hace más de un año, venía reclamando, individual y colectivamente, sus derechos laborales y de género, el que ahora ha estallado (Se acabó!) ante una agresión machista que colmaba el vaso de su resistencia, y lo ha hecho con el recurso reivindicativo a los principios feministas (igualdad de género, consentimiento necesario en cualquier relación afectiva-sexual, sólo sí es sí…) y las prácticas sindicales (libertad de asociación, negociación colectiva y derecho de huelga)
La visibilidad mediática de este episodio concreto obliga a plantearse reflexiones de mayor alcance. Y es que, pese a las conquistas y progresos de las últimas décadas, los abusos de poder, y las injusticias que de los mismos se derivan, siguen siendo una realidad cotidiana en un mercado de trabajo segmentado (por factores de género, formación, nacionalidad…) y unas relaciones laborales asimétricas que se expresan de múltiples formas (contratos irregulares, bajos salarios, impago de horas extra, despidos improcedentes…). Dicha situación generalizada se agrava para las mujeres trabajadoras que sufren, frecuentemente, una doble explotación, atrapadas entre la segregación ocupacional de tipo horizontal en sectores feminizados (trabajo doméstico, servicios de baja cualificación, industria textil…) con peores salarios y condiciones laborales y la de carácter vertical que limita por arriba (techo de cristal) su promoción profesional y, sobre todo, las condena por abajo (suelo pegajoso) a permanecer atrapadas en los entornos laborales más precarios, con la dificultad añadida de su invisibilidad social y mediática.
Si, por una parte, constatamos con satisfacción el doble triunfo, deportivo y simbólico, de la selección nacional de fútbol femenino, por otra, no podemos ignorar la amarga realidad que, paradójicamente, se deriva del mismo: parece que nuestra sociedad sólo toma conciencia de los abusos, y actúa en consecuencia, cuando estos se retransmiten en vivo y en directo…, mientras que las humillaciones e injusticias que, con demasiada frecuencia, sufren millones de mujeres y hombres en sus puestos de trabajo apenas consiguen romper el cerco de la indiferencia mediática y social.
Es por ello que, siguiendo la onda expansiva que este caso ha generado, resulta necesario reivindicar de nuevo la convergencia entre los valores y estrategias de los dos movimientos sociales con mayor potencial liberador, el feminismo de la igualdad y el sindicalismo de clase, con el objetivo común de seguir avanzando en la mejora de las condiciones de vida y trabajo de todas y todos.
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