La precariedad laboral femenina también es violencia
Durante los últimos años hemos asistido a un incremento de la desigualdad económica entre personas y entre países, como consecuencia de las diferentes políticas que se han adoptado a raíz de la crisis inmobiliaria. Dichas políticas solo han beneficiado a una reducida parte de la sociedad, según datos de Oxfam Intermón, una de cada diez personas que trabajan en la Unión Europea siguen viviendo en riesgo de pobreza y exclusión. Aunque, en un inicio la crisis económica redujo los niveles de desigualdad de género en el mercado laboral remunerado, durante la fase de recuperación hemos visto una cierta mejora en las condiciones laborales de los hombres, mientras que las de las mujeres siguen igual o empeoran.
El sistema económico actual oprime a las clases más bajas en beneficio de unos pocos privilegiados que acumulan la mayor parte de la riqueza. Asimismo, entre las personas que mayor poder adquisitivo tienen, predomina el género masculino. Del 10% de la población europea con mayores ingresos, solo el 20% son mujeres, según datos de Oxfam Intermón. De esta forma se explica que los hombres sean quienes ostentan puestos de mayor responsabilidad, perciben mejores salarios y tienen más facilidad para encontrar trabajo en el mercado laboral remunerado. Esto no es algo casual, puesto que el capitalismo no podría subsistir sin un sistema político y social como es el patriarcado. Una vez establecidos los diferentes roles de género, el sistema económico hegemónico se beneficia. Tanto es así, que en todos los países las mujeres trabajadoras son las que peores condiciones laborales soportan y las que con mayor frecuencia ven vulnerados sus derechos.
De esta forma, la influencia del capitalismo dentro del sistema patriarcal condiciona la forma de entender el trabajo, que es clave en la diferenciación entre los sexos, en la construcción de los géneros y en el establecimiento de jerarquías sociales. La alianza entre ambos sistemas nos mantiene en una constante situación de marginalidad y exclusión, ya que somos nosotras las que mayores dificultades tenemos a la hora de encontrar trabajo remunerado, las que peores salarios percibimos y las que con mayor frecuencia nos vemos obligadas a aceptar trabajos precarios.
Si bien es cierto que la brecha salarial de género se reduce lentamente, las mujeres europeas todavía cobramos un 16% menos que los hombres. Según el último informe de Oxfam Intermón “Voces contra la precariedad”, esto quiere decir que tenemos que trabajar 59 días más (52 en España) para ganar lo mismo. Uno de los factores que explican la actual situación precaria de las mujeres en el mercado laboral remunerado, es que somos nosotras quienes asumimos de forma mayoritaria el trabajo de cuidados. Además, todas aquellas acciones dirigidas al mantenimiento de la vida y la salud han sido históricamente relegadas al ámbito doméstico y, por tanto, invisibilizadas. Esto se debe a que en una sociedad donde lo que se valora es el salario, aquellas actividades que no son asalariadas no tienen valor.
Al ser nosotras quienes estamos socializadas para asumir dichas actividades, que deberían ser responsabilidad pública, nos encontramos con mayores dificultades para entrar en el mercado laboral remunerado y tenemos una reducida presencia en las instituciones políticas y en puestos de responsabilidad, manteniendo así nuestra subordinación. Por tanto, esto también es violencia.
Si la situación de las féminas en el mundo laboral es precaria, la cosa se agrava cuando las mujeres además son migrantes, debido a que son ellas las que sufren más explotación laboral. Junto a la dura decisión de abandonar sus hogares y emprender una nueva vida, deben hacer frente a lo que supone ser mujer y migrante. En España, por ejemplo, una de cada tres trabajadoras migrantes está en riesgo de pobreza. Esto refleja cómo el género aumenta las desventajas asociadas a la desigualdad y a la identidad social.
Desde Oxfam Intermón se formulan algunas propuestas como garantizar unos ingresos que proporcionen una vida digna a todas las personas trabajadoras; promover un empleo de calidad y condiciones de trabajo dignas, que garanticen los derechos laborales de las personas en situación de mayor vulnerabilidad. También, abordar desde las instituciones la crisis de cuidados, ya que es necesario socializar los cuidados y asumir colectivamente el sostenimiento de la vida; apoyar las negociaciones colectivas y desarrollar estadísticas con perspectiva de género.
El 25 de noviembre fue el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, pero tenemos que entender que la violencia física contra las mujeres es la punta del iceberg. La violencia física es la expresión más visible de un sistema que constantemente nos violenta, en la medida en que atenta contra nuestra dignidad y nos impide desarrollar nuestras vidas en igualdad de condiciones y de oportunidades. Es hora de que los Estados, el sector privado, los sindicatos, la sociedad civil y las personas trabajadoras nos unamos para poner fin a la precariedad laboral y a la desigualdad de género.
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