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El vestido que me costó una relación

Raquel Miralles

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Era precioso, un vestido mini de seda, de color azul klein y con encaje negro en el escote y en el bajo de la falda. Me costó 20 euros –en aquella época mi sueldo de periodista precaria no me daba para más- y fue el look que elegí para la fiesta de uno de mis cumpleaños. “¿Dónde vas así vestida?”, me preguntó. “Es demasiado corto. Demasiado sexy. Demasiado azul. Demasiado inapropiado”. Lo que pasó después, ya es historia. Salí con mi vestido, pero volví sin novio.

No me avergüenza admitir que sufrí, en nombre del “amor”, comportamientos que ahora sé que son peligrosos. No creo que sea cuestión de buena o mala suerte. La culpa no es nuestra: somos educadas para ser adictas al amor. Películas tan aparentemente inocentes como las de Disney ya nos enseñan que el objetivo de toda mujer es encontrar a su príncipe azul, y eso se consigue con mucho sacrificio y demasiado sufrimiento.

Ese amor romántico, el “opio de las mujeres” como lo acuñó Kate Millet, no es más que una construcción social y cultural, predeterminado por mitos, estereotipos y tabúes sexistas. Esta concepción del amor, que las mujeres parece que heredemos genéticamente, es absurda, irracional, engañosa y sobre todo, peligrosa. El control, los celos o la posesión no son muestras de amor, sino que son el principio de la violencia. Siempre se repite el mismo patrón: control, aislamiento, chantaje, humillación, intimidación, amenaza y, finalmente, agresión.

El problema reside en que los adolescentes no reconocen la primera fase, la de los celos y el control, porque se ha neutralizado en nombre del “amor verdadero”. Un estudio señala que un tercio de las chicas no lo perciben como un problema. Además, según la última macroencuesta de violencia contra la mujer realizada por el Ministerio de Sanidad, el 21 por ciento de las mujeres de entre 16 y 24 años ha sido víctimas de violencia psicológica de control, frente a la media del total de mujeres, que supone un 9,6.

El amor no duele, no es posesivo, ni exclusivo. No es dependiente, ni siempre heterosexual. El amor no lo puede ni lo perdona todo. Simone de Beauvoir ya nos lo explicó, aunque sigamos sin escucharla, el siglo pasado: “El día que una mujer pueda no amar con su debilidad, sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”. Por cierto, no me he vuelto a poner ese vestido, aunque ahora sé que es el vestido que me salvó de una relación.

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