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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

¿Hasta cuándo mantendré el número 1124052?

Imagen de la policía israelí en una balacera a las afueras de Jerusalén.
16 de agosto de 2022 22:10 h

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¿Hasta cuándo seguiremos siendo números? Hoy llevo el número 1124502. Durante 21 años he llevado el número 1124502. Es el número con el que los “servicios penitenciarios israelíes” definen a mi mismísima persona. Es el número que me ha seguido desde mi detención cuando era un niño, en 2001.

Para los que hemos sido detenidos en numerosas ocasiones, este número se ha convertido en una especie de código de barras. Nos hace sentir que no somos más que mercancías producidas para las prisiones. Productos humanos para el consumo de todos los centros de interrogatorio y todas las cárceles, ya sea en tiempos de guerra o de paz, antes de una “guerra fría” y después de una guerra de desgaste, durante Oslo y después de la Intifada. La única constante durante este tiempo es la producción incesante de la mercancía humana de la prisión, sin fecha de expiración.

Esta ocupación no nos ve ni nos trata como seres humanos con el derecho de vivir como lo hace la gente libre. Por el contrario, hace todo lo posible para asfixiar la cuasi-vida que palestinas y palestinos vivimos fuera de los muros de la prisión. Debemos arrebatar pequeños momentos de vida y alegría entre cada detención, a la vez que tememos acostumbrarnos a la fugacidad de la alegría y estabilidad en nuestras vidas. Temerosos del próximo golpe que nos va a impactar, y de las decepciones, ya no podemos juntar valor para planificar un futuro que permanece siempre distante. Una angustia e inestabilidad se cierne sobre nosotras y nosotros y sobre aquellas y aquellos que nos rodean.

A pesar de todo esto, y en una suerte de ironía cósmica, en el momento en que entramos en la cárcel nuestros sueños comienzan a crecer y ampliarse. Primero, empezamos a lamentar cada momento de felicidad y alegría que no aprovechamos mientras vivíamos en el mundo de la libertad. Luego, nuestros sueños comienzan a conectarse con el mundo que dejamos atrás. Por momentos, imaginamos que después de la liberación será posible que nuestros sueños se encuentren con el mundo que dejamos atrás.

Quizá la única explicación de este fenómeno sea que, para nosotras y nosotros, el mundo paró en el momento en que se nos detuvo. Así, nos construimos mundos de imaginación, una realidad de sueños. Sin embargo, lo más doloroso y difícil es darnos cuenta de que, por muy grandes que sean nuestros sueños, nuestra realidad se estrecha. Nuestros sueños de libertad –mujeres, amigos y familia– chocan con nuestra amarga realidad. Entonces descubrimos que el límite de las aspiraciones de un preso es que el guardia de la prisión nos olvide durante cinco minutos más durante el cierre de las 6:00 PM – o que uno de nosotros escuche una canción en la radio que traiga recuerdos de hermosos días pasados fuera de los muros de la prisión.

Uno de los peores lugares en los que se puede meter a un ser humano es la cárcel. Es un lugar que no se parece a ningún otro en el mundo. Nos pulveriza y aplasta nuestros sueños, aspiraciones y esperanzas, tal como se aplasta una aceituna en la almazara. Lo que más detesto es la condición de esperar, que se magnifica dentro de la prisión. El creciente desgaste del espíritu en la cárcel es equivalente a la forma en que el calentamiento global está agotando a la tierra fuera del mundo de la prisión. 

Lo que pasa por mi mente estos días es una pregunta que me ha estado carcomiendo. Si odio tanto la condición de esperar –mientras estoy a pocos kilómetros de mi patria, de mi libertad y de mi ciudad, Jerusalén–, ¿cómo sería la espera si acepto ser exiliado de mi hogar? 

Sé que el amor a la patria es un amor no correspondido, que sólo trae dolor, heridas y pérdidas. Me ha robado los años más hermosos de mi vida y me ha robado mi adolescencia y juventud. Me obligó a crecer rápidamente, viviendo siempre una edad que no era la mía. Sin embargo, sigo amando a mi patria, sabiendo que aunque hagamos todo lo que podamos por ella, nuestro país seguirá preguntando únicamente: “¿puedes dar más aún?”. 

Es una ecuación de suma cero en los cálculos de la mayoría de la gente. Y yo entiendo eso. Pero para mí, una vida real no es esperar en la estación a que llegue el tren de la libertad, sino estar en el tren mismo. Sin importar el sacrificio. 

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